lunes, 6 de diciembre de 2010

Koyagal


Nuestros ojos se encontraron

un día sin pensarlo.

El viento soplaba las espigas

a lo lejos.

Una inmensa nube gris nos miraba.

La lluvia dejó un rastro de lodo

donde hundímos nuestros pies.

Sus voces nos hablan pero

no nos importa.

Solo queremos escuchar

nuestro corazón.

La sangre nos reclama,

pero preferimos sentirla

hirviendo.

La cruz que plantaron en medio

de nosotros ya la

arrancamos.

Aunque partiste un día con los pájaros

siempre esperé tu rastro sobre el agua.

En alguna montaña intento reconocer

tu aliento y trasladarme lejos.

Ojalá fuésemos tan leves como

espigas de trigo.

Ojalá pudieramos abrazarnos

por el viento.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Rayo de sol


La mañana se va con sus pájaros,
por un pedazo de cielo mataría en este momento;
celeste horizonte que esconde detrás lo que
ya no podrán tocar nuestras manos.
Sobre un charco en el asfalto vi tu alma,
era un arco iris de colores imposibles de imprimir
en un papel.
Los recuerdos se desvanecieron como tinta en el agua,
bajo el hielo aguardan las palabras que siempre
esperaron ser pronunciadas.
No hay regreso.
La tarde nos envolvió disfrazada en calendarios,
pero muy dentro un rayo de sol derritió el hielo.
Las hojas seguirán cayendo,
pienso,
quizás un día para encontrarnos,
quizás un sueño para descansar
y entender que habrá detrás del velo.
Los libros aguardan mil historias perdidas
entre tú y yo.
Entre tú y yo nos separa
el cielo.

viernes, 5 de noviembre de 2010

LSHV

Puedo contar,
los días que,
me quedarán,
un hálito de incertidumbre
intenso,
no sabe como devolverme
el aliento.
Y cada canción,
en mi memoria,
me lleva hacia el vacío.
Una espiga seca,
atravesó el camino,
y me juntó hacia
el destino.

Que nos quedará
sino un puñado de palabras
sin decir,
tantas páginas vacías,
tantas canciones sin oir.
Lentamente el mundo
y sus latidos me llevaron de aquí.
Y no sé,
si estaré de nuevo,
bajo la lluvia que imaginé
en el desierto.

Y una voz me dice
deja los recuerdos,
aplasta la nostalgia,
que nada era cierto,
ni siquiera soñar.

Pero hace tiempo que,
la brújula se averió,
Barcos de papel,
hundidos bajo el sol.
¿Cuántos naúfragos,
habrán dentro del mar?

Y me imagino que regreso
y no puedo callar.
A veces pretendo escalar
una montaña blanca.

Y una voz me dice
deja los recuerdos,
aplasta la nostalgia,
que nada era cierto,
ni siquiera soñar...

sábado, 16 de octubre de 2010

A un objeto perdido

Querido Zi:

Que te diré... casi siempre es más fácil imaginar que hacer realidad los deseos... aunque a veces los sueños parezcan reales, sabes que en el fondo de todo ese desmembramiento no está ocurriendo... y que ese beso tampoco existe. Cuando los objetos perdidos regresan a tus manos, tampoco son los mismos; algo en ellos ha cambiado para entonces. Tus ojos ya no miran del mismo modo, y el aire tampoco es el mismo, ni similar... con cada día el cuerpo parece menos ligero, la carrera más lenta y la respiración más difícil. Con cada día perdemos algo de nosotros, sin darnos cuenta.....

lunes, 4 de octubre de 2010

Apnea


Intento dormir,
pero por alguna razón no puedo dejar de mirar
al obscuro colibrí en mi ventana...

lunes, 20 de septiembre de 2010

Robot


Los días de mi vida habían sido grises y turbios hasta entonces; aquella mañana, en que al fin desperté, lo primero que escuché fue un pájaro que se coló por la ventana. Desde la cama podía ver como mis libros no habían cambiado de posición; aparentemente, a nadie le importó en lo más mínimo curiosearlos. Las películas, que estaban apiladas en el estante, simplemente ya no estaban. El viejo póster de Golumque vino con el periódico de hace varios años, cuando se estrenaba la última parte de El Señor de los Anillos, estaba casi roto.

Cuando intenté levantarme, descubrí asustado que la enfermera no estaba. Me habían dicho, a través del enlace cibernético vía R.E.M. que al despertar, una asistente aguardaría por mí. Sin embargo, a esa hora nadie parecía estar despierto; era un jueves, y supuse que mis hermanos estarían rumbo al colegio, y que mamá estaría en su trabajo.

La situación no me habría molestado en absoluto, de no ser por un pequeño problema: sentía enormes deseos de masturbarme. Sé por mi padre que en el pasado esta práctica era mal vista, y sé por mi abuelo, que su abuelo, le contaba que le saldrían pelos en la mano, si no se quedaba tuerto o ciego primero; el caso es qué, siempre me pareció una burrada. Mi profesor de planificación, un hombre que se parecía a Milhouse de Los Simpsons, en pleno siglo XXI solía insinuar que eso también era causa de la calvicie, y que al abstenerse había logrado no sólo mantener una frondosa cabellera, sino también una serenidad digna de los ascetas más fieles. Años más tarde supe por algunos amigos que el tipo murió por sobredosis de viagra.

Bueno, como les decía, mis días hasta ese entonces habían sido grises: todo comenzó cuando una terrible infección urinaria sumada a una hemorragia producida por una herida de bala, me había hecho perder el pene. Sí. ¿Pensaban acaso que estaba inválido? No. Sin embargo, gracias a la tecnología y a un experimento de ingeniería biomédica al que accedí a cambio de una cuantiosa suma de dinero que hoy me permite vivir sin incomodidades, ahora tengo un miembro genital robótico, gris, de frío metal. Sin embargo, lo que la ciencia no ha logrado hasta ahora es devolverme el placer que sentía a solas, sin necesidad de conquistar el amor de una mujer, sin necesidad de acudir a un cabancho de mala muerte o de propagar hasta el infinito el rentable negocio de los proxenetas, verdaderos putos a los que la sociedad casi siempre ignoró en detrimento de las hermosas prostitutas que alguna vez, gracias a la generosidad de sus cuerpos, hicieran de hombres vírgenes y casi maricas, hombres machistas y prejuiciosos.

Bueno. Al menos puedo caminar y aparentar una vida normal. Pudo ser peor. Afortunadamente la ciencia estuvo de mi lado. Benditos sean los ingenieros biomédicos. Benditos sean los androides. No sé por qué, pero por alguna razón siento que soy parte de la siguiente generación que dominará este mundo.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Calles de barrio


Solía esperar sentado, caminando, corriendo y divagando durante horas; a veces no me importaba si llovía o si una avalancha humana se lanzaría en una estampida. Cerca del lugar un elefante blanco aguardaba por abrir los ojos; no muy lejos, la niebla negra lo envolvía todo.

Acostumbraba repetir un nombre ahora desconocido en silencio, en voz alta; no faltó nadie que me creyera loco. Lejos, una solitaria cancha aguardaba el grito infantil y extrañaba el furor de los ya envejecidos. Las viejas barandas del estadio se oxidaban al ritmo de las hojas al caer; era un pueblo fantasma.

A veces, para ser el primero en llegar, tomaba un bus cuya terminal era una estación de acero, gris, opaca, como un gallinero de dimensiones espeluznantes, y para partir, casi con el alba, abordaba otro colectivo de colores venidos a menos, de ventanas grasientas y de olores reprimidos. De vez en cuando el aroma de una empanada se colaba por alguna arista, entremezclandose con el anhidrido carbónico.

Me pregunto que habrá sido de mí. Me pregunto que habrá sido de esas calles de azul obscuro, tendiendo a negro. Me pregunto sí todavía suelen haber estampidas humanas capaces de la carnicería, la brutalidad y la sangre; me pregunto si habrán otros muertos en aquella estación gris.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Vórtice

-Despierta, me decía esa voz lejana; -despierta.

Tenía dificultad para recordar el día anterior; por más que lo intentaba sólo habían pedazos y fragmentos de lugares, de cosas y de personas. Lo único que sentía con absoluta certeza era un malestar extendido por todo el cuerpo.

Levantarme a caminar no fue sencillo. Todo estaba bien, me habría quedado a morir en ese lugar sin protestar, de no haber sido por el terrible sol cuyo rayos me abducían como tentáculos de pulpo gigante. Ya no podía dormir; sentía un fuerte dolor de cabeza. Sin embargo tenía que continuar.

Hacía mucho que no escuchaba música en ese sitio, y cada vez que una leve tonada llegaba hasta mis oídos, la jaqueca la distorsionaba hasta el horror. Habían pasado las horas y tenía sed: mi boca, garganta y lengua estaban resecos. En ese no lugar, el agua parecía parte de otro sueño.

Mi cabeza estaba por estallar. Deseaba echarme y rodar, pero el asfalto hervía. Unas luces anaranajadas que parecían arañas luminosas se veían desde lejos, mientras unos perros rabiosos desahogaban sus ansias de violencia.

-Mierda, no quiero morir así- susurré. Hacía tiempo que los perros eran los vigilantes de mis pesadillas. -Ojalá me trague la obscuridad, no quiero morir entre sus fauces.

Decidí correr, hasta que la última araña de luz anaranjada desapareciera de mi vista. El dolor continuaba, y deseaba echarme a rodar, pero el asfalto hervía. De reperente, una alfombra de arena se volvió el lecho más comfortante. Mi boca, garganta y lengua seguían resecos. No había nada; no había nadie.

-Despierta- volvió a decir la voz.
-¿Quién chucha eres? grité. Fue inútil.

Sigo con sed. Sigo con la angustia de que los perros me encuentren. El asfalto sigue hirviendo. Soy fugitivo. Sigo sin encontrar el camino a casa.

jueves, 26 de agosto de 2010

Flores de plástico


Aquella mañana había olvidado el dinero del pasaje, no sé si por pura casualidad o por el designio de alguna mente macabra. El caso es que tuve que bajarme del bus muchas cuadras antes del cementerio, en donde era prohibido llevar plantas, por lo que, previamente, había conseguido unas flores de plástico en un centro comercial del ahorro. No sé si recordar valga la pena (fue lo que pensé luego de comparar el precio de los falsos crespones con los que había comprado). No sé si exista la telekinesis, el cielo o el infierno. La abuela decía que si visitabas un cementerio luego de cierta hora, era muy posible contraer mal aire, enfermedad tradicional que solía curar al soplar un cigarrillo, cuyo humo impregnaba un ramo de chilca que frotaba sobre nosotros. Hoy en día pienso, tal vez de modo ingenuo, que el cigarrillo es un aliciente para la moderna enfermedad del estrés. Mientras recuerdo a la abuela y sus cigarrillos, estoy fumando uno a la entrada del cementerio.

Una vez adentro, recuerdo canciones como aquella de Mecano, que dice que "los muertos se la pasan bien entre flores de colores". Quizás sea cierto. Quizás el problema allí seamos nosotros, nosotros y nuestras flores de plástico, nuestras lágrimas de cocodrilo, nuestros cuentos que probablemente allí no tengan ninguna importancia y nuestras promesas que parecen líneas mal escritas de alguna telenovela. A veces suponemos cosas, como por ejemplo, que al invocarlos ellos vivirán por un momento, que serán felices mientras los recordemos. A lo mejor no es así. . Quizás cada vez que vamos sólo los disgustamos otro poco. Quizás ellos en realidad sean felices sin nosotros. Quizás lo que en realidad los hace felices, es que ya no los molestemos.

sábado, 21 de agosto de 2010

El churo


Esa tarde ella salió por un momento de su cuarto, sin imaginarse que me encontraría de regreso del bosque. Coincidimos en una celda inerte, llena de luces y colores, mismos que luego noté reflejados en sus anteojos.

—Ten, gracias por tu libro —le dije. —Pero he olvidado traerte la peli que te prometí.
—No hay problema —respondió. —Y casi al instante, me regaló unas galletas con chispas de chocolate, golosina que sin darme cuenta, me ha provocado adicción.

—Es curioso que nunca te haya visto —proseguí, mientras ella señalaba con su brazo el colegio donde divagó por seis años, haciendo cuentas e imaginando cuentos.

—¿Vives cerca? —volvió a preguntar.
—Sabes que sí.
—¿Te has subido al Churo alguna vez? —le sugerí, con la esperanza de que me acompañe hasta la cima del mundo, en aquella colina artificial del parque de La Alameda.

—No hace falta  —respondió. «Ya estamos en uno».


viernes, 6 de agosto de 2010

Norman

Mis primeros recuerdos acerca de África inevitablemente están basados en estereotipos: hambre, niños desnutridos, tribus caníbales, selvas interminables, elefantes, leones y Tarzán. Con el tiempo, y gracias a CNN, mis referencias fueron reemplazadas por guerras civiles, hutus, tutsis, diamantes de sangre, apartheid y Nelson Mandela. Poco después también fue el rugby y el desierto del Sahara.

Hace poco, y a propósito del último campeonato mundial de fútbol, alguien me dijo que Sudáfrica era para los africanos lo que Estados Unidos para nosotros. Intenté recriminar su afirmación exponiéndole que este país tiene la mayor cantidad de enfermos de Sida y una de las mayores tasas de homicidios. Pero Sudáfrica también fue el primer transplante de corazón... y el primer fin del mundo del que tuve referencia, aún a pesar de saber que probablemente se encuentre más cerca de Chile o de Argentina.

Tenía 21 años y estaba por terminar el curso de inglés, idioma que como cualquier otro extranjero siempre se me hizo difícil. Luego de diez meses de clases regulares de gramática, era el turno de un nivel de speaking. Esperaba con ansia conocer a Helen, la profesora neozelandesa que se había hecho cargo antes; sus ojos azules y cabellera rubia eran mucho más que el sueño vulgar de casarse con Barbie: era la oportunidad de, aunque sea sólo por dos horas, estar cerca de una fantasía sexual con una mujer de origen anglosajón. Sin embargo, Helen no se presentaría: en su lugar, el director nos presentó a Norman, un anciano no de cabellos rubios, sino de cabellos blancos, rojo por el sol de Quito, pálido por el tiempo, por el océano Atlántico y por los vientos.

El instituto lo encontró un día en el albergue San Juan de Dios; Norman había tenido una vida difícil. En Johanesburgo había trabajado por varios años para un concesionario de autos (en Sudáfrica el volante está en el lado derecho del auto), pero perdió su empleo y su familia por su afición al whisky. Ávido de aventuras, inspirado quizás en sus abuelos probablemente británicos, probablemente boers, decidió venir para Sudamérica. Una mujer guayaquileña, cuyo nombre ya no recuerdo, se apoderó pronto de su corazón; pero las cosas no resultaron bien, y de a poco fue perdiendo su patrimonio, hasta quedarse sin nada, en un país que quizás nunca soñó conocer, aunque como él mismo lo confesó, no lo imaginaba como un sitio lleno de indígenas con taparrabos y lanzas, ya que sabía perfectamente que ese era el estereotipo sobre África, lugar que el conocía mejor que los europeos o norteamericanos.

Volviendo a la clase de inglés, Norman empezó a relatarnos de su vida. Además de las referencias que vagamente he citado, contó algunas otras cosas que mi memoria tal vez no consideró importantes y que por eso he olvidado. Sólo recuerdo que me explicó un día que el afrikaans era el resultado de la promiscuidad del holandés con el alemán, y que Johanesburgo, a diferencia de nuestras creencias, era mucho más frío que nuestra equinoccial capital.

Un día decidimos organizar una parrillada; por aquel entonces vivía sólo con mi hermano mayor, quien salió de viaje. Norman estaba contento. Hacía tiempo que no probaba una buena comida. Ninguno de nosotros se molestó jamás en llevarle algo al albergue; teníamos entendido que el instituto estaba ayudandole a pagar una habitación en una modesta hostal. Ninguno de mis compañeros tenía algún interés por África; muchos de ellos pretendían, con algo de suerte, viajar algún día a España o a los Estados Unidos. Yo tampoco soñaba con África; nunca quise emular a Tarzán, tampoco esperaba encontrar a Jane. A veces aquello que creemos diferente en el fondo no es más que lo mismo.

Varios meses después, me enteré que Norman falleció. Espero que al menos por un momento se haya sentido en casa.

jueves, 29 de julio de 2010

A veces

A veces me pregunto
si el sol es el mismo en realidad,
en cualquier lugar del mundo;
si la noche nos cobija a todos por
igual,
si las constelaciones sólo difieren
en el norte o en el sur.

A veces desearía sentir al silencio
pero el ruido es más profundo;
desearía escuchar al mar desde
la cordillera,
pero los gritos no me permiten
concentrarme.

Me pregunto si alguien es capaz
de leer todos los libros del mundo,
y me pregunto también si alguien
pudo estar en todas partes;

a veces me pregunto si el sol en
realidad es el mismo para todos.

jueves, 8 de julio de 2010

Suele suceder


Esa tarde habían más luces que de costumbre; el aroma de las flores era tan intenso que provocaba naúseas. Pese a que no existía el invierno en ese lugar del mundo, las personas llevaban prendas obscuras, que seguramente provocaban asfixia. Varias mujeres llevaban la cabeza cubierta con velos, a la manera musulmana; pese a estar tristes, todos se abrazaban y repetían "no somos nada".

No entendía aquella situación. Intentaba hacer preguntas, pero a nadie parecía importarle. De pronto, alguien me hizo caso. ¿Por qué todo esto? le interrogué.

-No sé. Pero suele suceder.

martes, 22 de junio de 2010

Vueltas


Esa ordinario día no pensó en nada: simplemente tomó la bicicleta con la esperanza de andar hasta donde más pudiera; no buscaba escapar, ni una aventura, ni ganar un torneo, ni siquiera le interesaba el medio ambiente; simplemente le dio por agarrar los pedales. Sin embargo, la cercanía de la noche le hizo por un momento pisar la tierra, tener intenciones y alcanzar una paradójica meta: volver a casa.

El parque era más grande de lo que se había imaginado; no había gente, apenas se escuchaban unos pájaros y la neblina apareció silenciosa, sin ser invitada por nadie. Fue entonces cuando la vio, sentada, bajo un árbol, con otra bici.

-¿Tienes la hora? preguntó, con cierta timidez, pero también con un ágil quemimportismo.
-¿Acaso crees que el tiempo importa aquí? le respondió dulcemente la extraña.
-Qué raro... ¿porqué dices eso? prosiguió el terrible aprendiz de galán.
-Porque este momento, seguramente, no volverá a suceder- concluyó la chica bajo el árbol, que traía un piercing en el rostro.
Pensó de pronto que todo tenía sentido, que el destino le había conducido precisamente a ese mismo lugar, a ese pedazo de tierra, en donde un pedazo de cielo en forma de neblina se había colado como una sábana entre los árboles, como la metáfora de un sueño.

-¿Cómo te llamas?
-Llámame como tú quieras.



Nunca pude lograr que me dijera su nombre. Han pasado varios años desde entonces; me pregunto si aún suele dar paseos en bicicleta y detenerse a descansar bajo los árboles.

Un día regresé al bosque con la esperanza de encontrarla, pero sólo pude descubrir un rastro infinito de nombres escritos sobre los árboles. La chica del piercing tenía razón; ese día no volvería nunca más a repetirse.

jueves, 17 de junio de 2010

Héroe de nadie

La zancadilla me condujo
a un mundo de verdugos invisibles,
de fantasmas galopantes.
Urano y Neptuno eran dos lejanos
centinelas a quienes
miraba desde viejas páginas de libros.
El olor del café es un aliciente
entre la fetidez de lo doméstico;
los gritos de los detractores se propagaron
en lejanos ecos que acabaron de llegar
hace poco.
No hay tiempo ni regocijo,
sólo un puñado de sueños entretejidos
junto a las perspectivas difusas.
No hallaré otro barco pronto,
tendré que caminar junto a la playa
hasta llegar al otro lado.
No hallaré un globo,
tendré que improvisar un par
de alas para salir de este agujero.

martes, 8 de junio de 2010

Falaz

El sentir se convierte en vapor
en el horno de la pasión;
se esparce como lluvia ácida sobre
los árboles que nos cobijan
del sol,
ese inmenso sol que mientras
brilla para unos es oscuridad
para el reverso de la esfera.
Como arena entre los dedos el
sentir se difumina con el viento y
vuela lejos,
muy lejos,
tanto como la sensación
de la relatividad,
como las manecillas del reloj
desapareciendo.
Es una sensación fuerte pero
al final pasajera,
es quedarse habitando una
celda de cristal,
un transparente caramelo
agridulce,
una mirada nublada.
Es como un aliento vital
que a ratos se vuelve crucial,
pero que un día se vaciará`
por la tonelada de la cotidianidad.
Es un abismo donde todos
se pierden alguna vez,
y pocos salen en una pieza,
pero al final saldrán todos al fin,
unos a para seguir viajando y
otros para contar estrellas...

jueves, 27 de mayo de 2010

Matar, muerte, morir


El día en que asesiné al perro que devoró a Waldo, el pequeño pato que tenía en casa de mi abuelo, entendí definitivamente que no quería ser abogado. La decisión de condenar a muerte a otro ser vivo (un perro, supuestamente con mayor inteligencia y sensibilidad que otros animales), era algo que no me dejaba dormir. En la televisión son comunes las noticias sobre ajusticiamientos indígenas, donde los supuestos criminales son incinerados; la justicia es un elemento tan comercial que muchos no sólo descreen de ella, sino que la han reducido a una máxima vital: eliminar al mal de raíz, matar, sí, matar, como lo disponía la Ley del Talión, como lo dispuso Moises contra quienes trabajaban el sábado, como lo dispuso Hitler con los judíos, como lo dispusieron varios judíos contra varios palestinos. La sed de sangre, de vacío, de silencio, es una necesidad difícil de satisfacer, pero con una gran imposición moral que provoca remordimientos, entre ellos, el miedo a la muerte misma, a ser la víctima, la carne donde se depositará el cuchillo, el pulmón que será atravesado por la bala, la respiración que termina, el alimento de otro ser vivo.

lunes, 10 de mayo de 2010

Quo vadis

Querido Zi:

La angustia insiste en permanecer conmigo... no quiero seguir mintiéndome... siento que es hora de un giro trascendental... no sé qué hacer...

lunes, 3 de mayo de 2010

Mi cuaderno de borrador

Había escrito tantas, tantas, pero tantas veces su nombre en mi cuaderno, que un día de pronto las páginas se volvieron una gran mancha de tinta que transformaron mis apuntes de borrador en un gran agujero negro...

miércoles, 21 de abril de 2010

El hambre

No es sentir
inanición,
es rabia,
la jaqueca
no cesa,
la ira tampoco
se resiste.
No sólo el azúcar
y la sal,
no sólo hiel.
El sueño es un maná
invisible,
el sueño me conduce
a una atmósfera
de humo.

domingo, 18 de abril de 2010

Nube gris

¿Qué es lo que
nos hace dudar,
cuando el camino es sereno?

¿Qué te hace
pensar tanto,
cuál es la culpa
que te agobia?

lunes, 12 de abril de 2010

sábado, 10 de abril de 2010

Nada

Querido Zi:

Las cosas han vuelto a salirse de control... he discutido fuertemente con mi hermano esta mañana y he pronunciado frases hirientes. Mi hermano ha defendido de manera sensata sus argumentos, e incluso me hizo sentir culpable. Sin embargo, ¿Qué puedo hacer? de seguro algo motivó en mí esta actitud. Tampoco soy un idiota.

No sé si es envidia o impotencia; no sé si fue el silencio que quiso implosionar hasta convertirse en un grito interior. Las cosas no están bien; hoy más que nunca me he dado cuenta de que de todo lo que me rodea, la cama en donde duermo, el techo sobre mi cabeza, las puertas, cerraduras, ropas, calzados, cosas... nada es mío realmente; ni siquiera los recuerdos, ya que involucran personas de las que no tengo la certeza de saber si desean ser recordadas; nada es mío. El fisco, las empresas de servicios no se molestan en averiguar si algo te pertenece o no; sólo están para cobrarte impuestos y tasas, entonces las cosas te pertenecen, pero cuando necesitas un crédito nada es tuyo nuevamente. ¿Qué hay de la familia? ¿tus padres? ¿tus hermanos? ¿la persona que amas? nada tampoco. Nadie es de nadie. Todos somos o de Dios, o del dinero, o de la sociedad capitalista, o de la maquinaria estatal socialista, o de los vecinos que no tienen de quien reírse. Sólo las palabras... aunque a veces ni eso. Resulta que cuando dices algo, o crees haber escrito algo novedoso, alguien ya lo dijo primero. ¿El corazón? fácilmente podría dejar de pertenecerte si te inscribes en un programa de órganos. ¿El estómago? jajaja. Que la gastritis no lo devore antes.

¿Qué hacer? No hay nadie...

D

sábado, 3 de abril de 2010

Madrugada

Había pasado toda la noche sumergido en sus propios desvaríos; de repente, todas las personas que conoció aparecieron por un instante y desaparecieron en el siguiente. Una mosca que no podía colocar en mute con ningún control remoto se escabullía milagrosamente, a pesar de las palmadas que daba. La comezón era cada vez más insoportable.

La incomodidad llegó a un nivel tan elevado, que ya no pudo más. Hasta llegó a sentir que la tierra temblaba. Preso de una paranoia irreversible, salió del cuarto, se colocó las zapatillas y la bufando y salió para la calle. En ese instante no pudo sentir algo más refrescante que el aire de la noche; ni siquiera le importó que algún maleante estuviera a esas horas vigilando la zona. Una partida de niños minadores merodeaban por los basureros, que hasta entonces no habían sido retirados por el camión recolector, cuyo sonido abismal también le despertó en más de una ocasión. A lo lejos, un perro solitario se paseaba también.

Volvió a mirar por un segundo a todas las personas que protagonizaron sus desvaríos, y las vio desaparecer. Los niños minadores se esfumaron también. De pronto, el sonido de la mosca, del camión de la basura, el aullido del perro y la comezón volvieron todos al mismo tiempo. Ni siquiera la frescura de la noche pudo redimirle. Las horas transcurren y la noche parece prolongarse. La naúsea regresa y el cuerpo se siente ligero nuevamente. En un instante, parece posible escapar del cuerpo, que es como una prisión para el espíritu. Intenta escaparse, pero un invisible hilo umbilical le retiene a las entrañas. No es posible escapar. No se posible irse.

De pronto, el sonido del colibrí aparece de entre la nada como música llena de ternura y libertad. La comezón se vuelve menos frecuente y la mosca se ha ido a descansar. De nuevo, el espíritu y el cuerpo parecen volver a ser uno. El camión se ha ido ya, al igual que los niños. En el cielo un artista ha echado un brochazo celeste que empieza a difuminar la oscuridad.

jueves, 1 de abril de 2010

El malo de la película

"No he venido a sembrar de sal los campos"
Jorge Carrera Andrade


Olvidar,
que más da.
Qué importa sentir
algo si es la ausencia
lo único que está.
Durante la madrugada
recordé lo absurdo que se
vuelve el recuerdo y
su constante fricción.
Es como jugar a
soñar;
es como manipular
lo que estás soñando.
Que más da,
que importa si
el fin justifica los medios
si en el medio no hay nada.
La venganza será sal
y el perdón azúcar,
pero no hay un alimento
sobre la mesa.
Entre el smog,
el aliento
pierde su débil rastro y
el sudor se lleva un poco
más de juventud.
Puedes construir castillos
y derribar ciudades enteras.
Puedes aniquilar en ficción
a la humanidad.
Puedes escribir los más
inspiradores poemas.
Que más da.
Ni ayer ni hoy estás.

domingo, 21 de marzo de 2010

Eso que no puedo decirte

Duerme en silencio,
quizás la oscuridad esté hecha
de olvidos.
Duerme mientras el mundo
no deja de girar,
siente como el frío recorre
mis huesos.
La nostalgia se encerró en
una lejana estrella que no puedo
alcanzar,
y el amor es como nieve que
nunca llega.
Desde una montaña pretendo
mirarte sin que puedas mirarme
también,
para que la angustia no me
desborde.
El ruido de los autos no me
permite escucharte,
tampoco los pájaros
de madrugada.
Puede que la vida esté hecha
de olvidos;
no sé si estoy listo todavía.

viernes, 19 de marzo de 2010

Algunas despedidas

Esa tarde, en que llegué con una sonrisa, me había encontrado con otra: con la suya. Algo temeroso, decidí saludarla. Luego me acerqué; quizás no debí, pero algo por dentro me insitó a hacerlo. No me arrepiento. El mirar sus ojos, luego de la oscuridad imaginaria, fue algo nuevo, a pesar del pasado y de la tormenta que un día vi en ellos. Eran como una laguna plácida. Sentí tranquilidad. Los mejores momentos, a veces, son los que no se planean. Puede que ya no importe; siempre es bueno verla, aunque sea de vez en cuando. Tal vez no pueda crear cosas nuevas; pero quizás aún pueda sentirlas. Siempre es bueno reencontrarse con su sonrisa, aunque sea pura casualidad.


sábado, 13 de marzo de 2010

Una canción para escaparse

Dejando detrás el sol,
la razón se esfumó,
está bien, no hay por qué.
reaparecer.
Desde entonces sin saber,
donde ir y no volver,
y jugar a aparecer,
entre la nada.
Está bien,
no había lugar para
juntar el agua y el aceite,
que más da.
Sólo intento escribir,
sólo intento descubrir,
una canción,
para escaparme.
Que más da,
la soledad,
es un invento
para dar,
si pudieras dibujar,
tu sonrisa en el aire.
Sólo intenta escribir,
sólo intenta descubrir,
una canción,
para escaparte.
Era un tren,
al vacío.
Hoy saldré a caminar
por el aire.
Dejame,
dejame escaparme otra
vez,
dejame encontrar una
canción,
para escaparme.
El andar sobre el viento,
el sentir sólo el momento,
es como buscar una canción,
para escaparse.

sábado, 6 de marzo de 2010

Contusión


A veces cuando la noche se apodera de la ciudad, y en la tele no hay nada que mirar, y los libros esperan en silencio por una mano que despeje sus secretos, me parece estar despertando de una larga pesadilla llamada día. La inmensa pausa en donde tratas de crear algo para tí mismo se convierte en algo así como un refugio, en donde los recuerdos van y vienen, como círculos, en donde te das cuenta que a veces extrañas a las personas, y que las olvidas también, pero que a pesar de todo regresan una y otra vez para jugar contigo a los dados, al azar, a la casualidad, a la coincidencia, a buscar algo y perderse en todo lo demás.

Como un moretón que evitas se extienda dentro de tí, matizado por palabras lejanas y ausentes, el dolor es como una inyección que acudió sin previo aviso, como mirar de pronto a un elefante en la esquina de tu casa, un buen día, sin ninguna explicación.

Y ni las tibias compresas ni el analgésico más fuerte pueden a veces disiparlo...

jueves, 4 de marzo de 2010

Pausa cero

A veces siento como el vacío se apodera de cada instante mientras en el televisor pasan un video clip de tecno chicha sin otro fundamento que sustituír un vacío de conocimientos imposibles de llenar casi como un pozo de agua en Atacama o en el Sahara mientras el sol que todo lo devora y convierte en polvo en algún otro remoto lugar se refleja sobre un torrentoso río capaz de ahogar hasta el último suspiro de un pájaro que vuela de un lugar a otro desde su arribo al nido hasta su ocaso en el fondo de alguna montaña que suele mirarnos silenciosa de vez en cuando y que nos recuerda cuan grande es el mundo y cuán mundano es el riesgo del sólo hecho de atravesar una calle a la víspera del atardecer cuando las luces de los horribles edificios del centro norte de la ciudad se encienden sin frecuencia alguna porque para entonces los inquilinos y demás ocupantes de esas oficinas están embriagándose en algún cercano bar con algún trago barato mientras emprenden otra aburrida conversación sobre si es mejor el socialismo o el capitalismo que te obliga a acudir todos los días a esa aburrida oficina a ganar el pan de cada día como sí sólo vivieras comiendo pan o con pan pagaras las cuentas de luz de agua de teléfono de gas o la pensión de la escuela y el colegio de ese padre arribista que a pesar de decirse socialista sueña en el fondo con ideas tan escuálidas como mejorar la raza o el status social a través de la inclusión de su guagua en el jet sed donde con suerte su hijo se hará el mejor amigo del hijo del jefe o que su hija se enamore de él para soñar con compartir la empresa que durante los ochentas fue parte del gran aporte del estado que sucretizó las deudas y que le permitió incluirse en el tren del neoliberalismo que sin embargo critica y manda al carajo a la sombra del poster del Ché Guevara y bajo la atmósfera de un cigarrillo y de un viejo disco de Inti Illimani que consiguió gracias a aquél exiliado chileno que conoció un día en el estadio mientras su equipo preferido El Nacional ganaba su segundo tricampeonato ignorando que otros equipos tomarían años más tarde la posta de ser los preferidos apoyados por una legión de hinchas radicales que luego conformarían barras bravas al calor de la yerba del reggae y de los panas reunidos en alguna esquina sin esperanza en un falso futuro sólo cobijados por el presente mientras las chicas lindas pasean con sus puperas bajo un par de inmensas gafas que ocultan sus rostros mientras el implacable sol sigue haciendo de las suyas en esta Quito equinoccial y árida mientras los pocos árboles que quedan bailan con el viento invitándome a apartarme de la selva de cemento y escapar hacia donde nadie puede mirarme...

lunes, 22 de febrero de 2010

Umbral

¿Cómo respirar bajo el agua,
cómo hacerlo?
Los ojos se nublan y pierden
entre el gris reflejo.
Me pregunto donde estoy
y si volveré a la superficie;
te preguntas si me seguiré
hundiendo.

domingo, 14 de febrero de 2010

Dos barcos


Frente al océano,
que siempre deseé mirar contigo,
he escrito tu nombre en la arena.
Pretendo con un vaso de agua dulce
despejar los rastros de sal;
dentro de ese mismo vaso quise
atrapar el último rayo de sol antes
del ocaso.
Quisiera por un momento que
estuvieras cerca,
como quisiera también ver crecer
una flor entre las olas.
Lejos,
dos barcos se alejan.
Lejos,
un colorido pez da vueltas.
La noche llegó y la brisa que
deseé sentir contigo me empuja
hacia atrás,
pero el recuerdo de tu dulce voz
es agua dulce con la que pretendo
endulzar el mar.
Mis pies bajo la arena.
Mi cabeza en otro lugar.
Nunca más el mar.
Algo en mí se retuerce.
Lejos,
junto al horizonte,
dos barcos se han perdido
en medio de la noche.

Soñaba con la nieve


Cielo e infierno blanco,
gélida atmósfera cerca del sol.
El sueño y el miedo parecen juntarse
y ser uno solo.
¿Dónde estoy?
El desierto se encuentra a pocos
pasos pero el abismo es aun más
cercano...

viernes, 5 de febrero de 2010

Cadáver

La oscura habitación
parece alojar un fantasma.
El polvo de la ventana
no me permite mirar;
imagino que tras el candado
habrá una historia no
publicada.
Los insectos entran y
salen a su antojo,
son tan pequeños pero
tan omnipresentes.
Quisiera forzar la puerta.
Las fuerzas no me acompañan
ni la barraca.
Quisiera volar la
habitación pero
la piromanía está
restringida.
Qué haré ahora.
Romperé la ventana.
La asfixia es instantánea.
Mil gotas de lluvia atrapadas
descendieron y me hicieron
trizas,
el gas se apodera silencioso
de mi pleura...
los insectos,
tan diminutos y omnipresentes,
entran y salen por doquier...

No sé qué decir

A veces, por más que lo intente, no puedo hallar una palabra que pueda definir un momento. Confusión, quizás, sea el término más fácil para designar la perturbación; no busco la salida fácil. A veces, la música, por sí sola, es mucho más efectiva, si bien es cierto que la poesía tiene su propia musicalidad. Intentar traer al pasado de vuelta, pasando por encima de cualquier elipsis para burlar la nostalgia, es otra espiral con el poder de entristecer; vivir el presente, como una pluma suspendida en el aire, no parece una solución efectiva tampoco. "Que el tiempo se ocupe de todo", parece resumir una existencia sin agravios, pero con mucha angustia interior; estar recostado frente al televisor, haciendo zapping, gastar las horas en el computador releyendo spams, hojear viejas revistas, contar estrellas, personas, yerba... a veces, simplemente, la inspiración no llega.

lunes, 25 de enero de 2010

Radio Soledad



Luego de jalarme el año, el mundo se me había venido encima: ya no sería solamente el más vago de la casa, sino que ahora sería el único idiota de la familia capaz de haber reprobado física, química, geometría y biología, antes de los supletorios. Porsupuesto, no regresaría a casa; la mañana de aquél martes de julio, en que entregarían las boletas de notas, lo había preparado todo con anterioridad: en la mochila que llevaba los cuadernos (que sólo andaban llenos de garabatos, escritos sobre fórmulas de cinética o de moléculas), había colocado un par de jeans, dos camisetas, un telescopio usado y una radio vieja de pilas. La comida no me había parecido demasiado importante; sólo empaqué un paquete de galletas de sal, cuidadosamente dispuestas junto a la linterna, y una botella de limonada.

Luego de esa mañana, en la que los chicos planeaban qué hacer durante las vacaciones, y los otros concertaban citas de estudios para los supletorios, yo, quién ya no tenía nada que hacer, me había despedido para nunca más volver. Un bus me llevó hasta el terminal, desde donde tomé un bus directo a Ambato, en el centro del país. La gente, que suele meterse en lo que no le importa, me miraba de manera extraña; hasta hubo una anciana que se atrevió a preguntarme si iba de visita donde mis tíos o algún pariente cercano.

Ya en el terminal de esa ciudad, y luego de comer de mala gana un llapingacho, me dispuse a trasladarme hasta El Arenal, cerca de Chimborazo. Sin embargo, no reparé en que ya no me quedaba dinero para el bus hasta Guaranda. Jalar dedo no fue fácil; no obstante, gracias a que era muy chico y aparentaba menos edad, un camión lleno de indígenas aceptó llevarme. Durante el recorrido, ellos hablaban en quichua, en castellano y en otros dialectos incomprensibles. En el colegio nunca me habían enseñado quichua; lo único que sabía era decir wawa, wambra, shunsho, y todas esas palabras que se emplean con fines peyorativos. Al fondo del balde, un chiquillo con mocos en la cara lloraba, por lo que accedí a regalarle mis galletas, acto del que después me arrepentí con sinceridad.

Eran alrededor de las cinco y media de la tarde cuando me bajé de la camioneta; el viento era fuerte y el frío empezó a hacerme palidecer. Sin embargo, el desierto aguardaba por mí. Nunca me sentí más libre hasta ese momento; supuse ingenuamente que podría vivir de cazar conejos o de beber de alguno de los chorros de agua del Chimborazo. Con algo de suerte, podría incluso llegar hasta la nieve, que hasta ese día no había conocido.

El tedio es capaz de llegar hasta los lugares más paradisiacos, y lamentablemente ese paraíso no pudo ser la excepción. Fue entonces que recordé la radio, esa radio vieja que me habían regalado tres años antes, cuando recién entré al colegio. La recepción en ese lugar era pésima, y ninguna estación parecía estar dispuesta a llegar hasta mi pequeño aparato. La noche llegaba, y el Chimborazo lucía como un fantasma gigantesco dispuesto a devorarme. Entonces, como por arte de magia, una estación, probablemente de Ambato o de Riobamba había aparecido por fin. Un rayo de música se había colado con el viento helado.

A veces las canciones suelen tener un efecto demoledor; nos recuerdan la bohemia frustrada de nuestros padres, la nostalgia de los abuelos, la búsqueda precoz del amor. También me recuerdan personas y lugares. Entonces me acordé de Quito. Y me acordé del colegio. Y me acordé de mi cama, que en ese momento debía estar tendida, con las sábanas impecables y las almohadas acolchadas. Pensé en el pájaro que esa mañana vería el fantasma de mi cuarto, en la mesa del desayuno con una taza llena de café esperando en vano... A los quince años el miedo a morir es fuerte, y fue así que al día siguiente, y presa de un soroche, decidí regresar a mi ciudad.
Luego de la tremenda puteada de mis padres, de la sopa de pollo hirviendo, de las comtrex y de una teleserie chilena que la televisión pasaba mientras ardía de fiebre, descubrí que la mochila aún estaba sin desempacar. Todo estaba allí, menos la radio; probablemente la olvidé mientras intentaba dormir al susurro majestuoso pero incómodo de la montaña.

Lamento haberla dejado tirada.


miércoles, 20 de enero de 2010

La sombra, el fantasma, la imaginación y el sueño



Extraño escuchar tu frágil voz,
que parecía romperse en cada palabra.
Echo de menos tus pasos silenciosos.
El recuerdo de tus ojeras de inframundo
me produce gran nostalgia.
A veces cuando un gallo canta aún estoy
abrazando tu cuerpo inmaterial,
dibujando la silueta de tu espiritu en un lienzo.
Extraño cuando me hablabas desde lejos,
cuando un día sin sentido se tornaba
un mágico momento.
Me pregunto que sería de las hojas
caídas de los árboles que nos miraron pasar.
Extraño la yerba que sintió nuestros pasos,
y que probablemente ha sido podada ya;
¿Dónde habrán ido los insectos que ese día
fueron nuestros testigos?
Extraño sentirme inspirado por
ti,
cuando buscaba el octavo color del arco iris
pensando en vos.
Eras como aire,
tierra,
agua y fuego.
Eres la sombra,
el fantasma,
la imaginación
y el sueño.
Eres ternura.

sábado, 16 de enero de 2010

A dónde ir


Cuando terminas un libro, cierta sensación se apodera del momento; no habrán más letras, probablemente recordarás las páginas anteriores, algún detalle, lo más relevante de la trama y el personaje, pero al fin y al cabo no habrán más; de pronto y si te animas lo repetirás, pero ya no será lo mismo.

La angustia invade entonces el ambiente; no te decides entre la televisión o escuchar la radio, alguna música que pueda llenar el espíritu. Decides entonces salir, caminar, respirar el afuera, el aquí y el ahora, compartir con el cielo algo del frío aliento de la noche. En un abrazo invisible empiezas a recordar lo que no tienes pero deseas, lo que tuviste y no supiste valorar, lo que tienes pero das por hecho, lo que tienes pero que está perdido o guardado.

¿A dónde ir? quien sabe. Viajar solo a veces puede ser un nuevo aliento, sentir el viento en la cara, mirar al sol desde la carretera, sentir con los dedos las gotas de lluvia del otro lado del cristal, escuchar otras voces, mirar otros ojos, respirar otro aire, sentir como los árboles se desplazan al lado opuesto de la velocidad.

Una tormenta se aproxima.

El instante

Que más da,
el sol se extinguirá un día
hasta ser una estrella enana.
Las sombras serán un sólo ser
en la noche,
y las mariposas que vuelan hoy
mañana ya no serán las mismas.
Que más da,
que importa,
no creo que alguien registre
todos los sueños de la humanidad
o tan siquiera sus nombres.
Es probable que ninguna computadora
tenga la memoria suficiente.
Que más da.
Que importa lo que pienses ahora,
tal vez sea distinto mañana,
no lo sé.
Que importa.

martes, 12 de enero de 2010

Redención



A veces el miedo a las viejas heridas es como un péndulo que regresa y se marcha, constantemente. Luego de salir del hospital, una vida entera aguardaba, al mismo tiempo que otra quedaba enterrada para siempre; "no será fácil la amnesia", decía el certificado firmado por los médicos. "Costará trabajo".
El asilo al que había sido enviado era un lugar tétrico, con aliento de humedad por todos lados. El smog de los carros había oscurecido a las ventanas, y la música ya no era un privilegio: discos viejos de lp´s se apilaban en una sala oscura, con olor a cera y ante un patio de piedra que mostraba una colina con mala yerba. Ya no era hora de visitas, y aunque el día era soleado, todo parecía gris dentro de esa casona.
"Ojalá derriben esto algún día", pensó, mientras un viejo se prestaba a salir a la calle, con un saco de cartón atado a la espalda.
"No habrá algún día" le respondió el cargador. "Los días ya no existen".
-Entonces que el diablo nos lleve de una vez- respondió la voz de una viejecita al fondo.

Varias semanas después, las visitas tan sugeridas, tan olvidadas pero tan esperadas también, no habían aparecido jamás. Se comentaba en el pasillo que el hombre era el sobreviviente de alguna especie de tragedia, que su familia había desaparecido bajo un deslave de tierra o que simplemente le consideraban un estorbo.

En su vida, nunca había esperado nada. Un día se dijo a sí mismo que no tenía que esperar por la compasión de los demás, ni menos de esos destartalados curas, enfermos mentecatos sin alma que trafican con almas ajenas. Pensó en la imagen de la virgen, tan ajena, tan lejana de sus facciones indígenas, así como de los retratos de los apostoles, de los profetas y de todos los demás santos.

-Mierda- pensó. -Si es el momento por el que tanto esperé, será mejor que arda todo.

Y el día llegó. Bajo el saco que su compañero empleaba para reciclar cartón y papel, escondió un galón de diesel que llevó a la iglesia, lo vació y encendió un fósforo que ocasionó un gran incendio. Las beatas que rezaban a esa hora, al ver que el infierno se hacía realidad, salieron despavoridas. El párroco, quien se hallaba en uno de los confesionarios, no tardó en llamar por celular a la Policía Metropolitana, misma que llegó tarde, mucho más tarde que los bomberos que luego de apagar el sitio encontraron al asfixiado pirómano amnésico, cubierto de hollín en todo su cuerpo, dormido quizás, pero quizás también recuperado del dolor, curado al fin de sus heridas.

domingo, 10 de enero de 2010

Despertar



Se levanta luego de un sueño irregular, prepara una taza de café y regresa a mirar algo en la televisión. El horizonte continúa mostrándose azul, a pesar de la amenaza del celeste, que se aproxima sigilosamente, con la excepción del sonido de algún automotor en una calle cercana.
La programación es pésima; apaga el televisor y cierra las cortinas, para prolongar la oscuridad por unos minutos más. Piensa en lo que la gente de otros paralelos y latitudes estará haciendo ahora, en sí el sol brilla sobre África, piensa en la oscuridad que aún debe reinar sobre el Pacífico. Divaga sobre alguien, sobre cuan lejos debe encontrarse, si lo habrá olvidado, si estará pensando en él; piensa si en algún lugar alguien estará muriendo, precisamente en ese instante, quizás en un barrio no muy lejano; juega con la idea de si en la maternidad ubicada a dos manzanas estarán naciendo juntos una víctima y un victimario, medita sobre lo que sentirá un pájaro al buscar las primeras flores de la mañana para subsistir, casi al mismo tiempo que las señoras que distribuirán los periódicos con las noticias de ayer.

Piensa que debe levantarse, pero que por alguna razón prefiere dormir otro poco...

viernes, 8 de enero de 2010

La nota

-Tengo la leve sospecha de que no volveré a verte- me dijo, casi con una expresión de risa.
-No te creo- le dije. No vas a morirte. No antes que yo.
Jajajá- replicó.

La ventana que estaba junto a nosotros delataba un rayo de sol profundo y asfixiante. Y mientras trataba inútilmente de contar los demás rayos, él dobló un papel y me lo entregó diciendo:
-Guarda por favor esta nota, y ábrela cuando esté bajo tierra.

Me hallaba desconcertada. "Este man está loco, o trata de llamar la atención", concluí.

-No la leeré jamás, por que no vas a morir- le respondí.

Desde ese día no he vuelto a verlo. A veces siento el irresistible deseo de abrir el papel y saber que quería decirme en realidad.

miércoles, 6 de enero de 2010

El guardabosques



Cierta tarde me extravié en el bosque: de pronto vi a un tipo solitario, que cargaba un rifle.
-¿Qué hace usted aquí? me preguntó el hombre, cuyas arrrugas faciales delataban muchos días y noches de experiencia.

-Sólo estoy paseando.

-Siga no más. Pero tenga cuidado. Parece que hay un lobo cerca-.

Pese a lo solemne de su voz, la afirmación me pareció inverosímil. ¿Lobos? pensé. "No lo creo".

Seguí caminando, despreocupado, desenfadado. Era otro aburrido domingo de esos en que dan ganas de morirse o de borrarlo del calendario para volver al horrible lunes que otros detestan, pero que yo siento como un respiro. En eso, sentí que algo o alguien me tomaba por la espalda, que hizo nublar mi visión. Supuse que era ya muy tarde y que el sol pronto se ocultaría tras la montaña. Repentinamente, la oscuridad se aceleró.

Al despertar, el hombre del rifle me apuntaba a la cabeza.
-¿Qué pasó?- le pregunté, mientras tenía la sospecha de que el hombre no me entendía ni me escuchaba. Al final, antes de dormir, alcancé a escuchar bajo la oscuridad:

-Le dije a ese muchacho que habían lobos cerca.

sábado, 2 de enero de 2010

Embriaguez



Brindo porque
es el final.
Brindo por toda
el aura de incertidumbre
que le rodeó;
brindo por estar acá
y poderlo mirar.

La celebración se
extenderá hasta el
otro lado del mar.
Brindo por tu ausencia
y por las palabras de
despedida que el viento
arrastrará.
Brindo por cada
sentir que ahora se
transformará en
olvido,
por cada aliento ajeno
del otro lado del cristal,
por el sol y sus rayos que
nos calcinarán,
por la lluvia que se hace
extrañar pero que luego
nos ahogará.
Brindo por los días,
las noches y
los atardeceres.
Brindo por un nosotros
imposible,
brindo por los otros,
por los demás.

Brindo por tu
copa vacía.
Brindo porque
este es el final.