viernes, 24 de abril de 2009

El sueño


Aquello que se extravió

esa noche cualquiera,

mientras una luz tenue

alumbraba desde una

lejana ventana.

El viento ha recorrido

diez mil kilómetros en

silencio,

para fundirse nuevamente

con el polvo.

viernes, 17 de abril de 2009

CTRL Z


Entre los útiles escolares que siempre llamaron mi atención, están los borradores. Recuerdo a los clásicos "borradores de queso" (borradores blancos), o aquellos bicolor con los que a borrones ocultábamos nuestras imperfecciones escritas con esferos o bolígrafos. Había también de aquellos con formas curiosas, como osos, e incluso aquellos con forma de piezas de Legos. En los lápices HB, que incluyen un miniborrador en la cabecera, siempre terminaban siendo las primeras víctimas de mis dientes; cuando el borrador desaparecía de la cabeza del lápiz, se convertía en un cómodo dispositvo para rascarse la espalda.

Hoy en día, cuando escribimos mucho más en la compu, el borrador ha tomado dos formas: la una a través del DEL (o delete) y la otra, bastante más peculiar, en forma de Control Z (CTRL Z). Me llama la atención mucho más porque constituye ya no sólo un comando para deshacer cosas, sino también para regresar de modo virtual en el tiempo, para corregir los errores recientes y reconstruir todo el mundo desde esa perspectiva del computador.

A veces quisiera poder usar el Ctrl Z fuera de la informática, en la vida tal vez, para corregir fallos y recomponer (o constituír) la tan deseada armonía que constituye el deseo de mi yo, según Freud. La amnesia selectiva quizás sea lo más cercano a este maravilloso comando.
A Saúl Valle

martes, 14 de abril de 2009

El vecino


Regresó una tarde cualquiera; lo único especial de aquél momento era el gris del cielo que tampoco era especial, pues, desde hace dos años que eso era común. Quizás habría sido distinto de ser una tarde soleada.

El punto es, que regresó, sí, Mario, el vecino que había desaparecido hace dos años, había vuelto luego de la ausencia, de la incertidumbre y de las suposiciones más absurdas sobre por ejemplo que fue secuestrado por alienígenas o que fue víctima de algún asesino en serie neofito. Esa tarde se cumplían tres meses desde que bajé al cuarto que el Mario había abandonado para tomar prestada su tele, bueno, en realidad también creí que se había muerto y por lo tanto no tomé prestado su televisor, sino que me había apoderado de ella. No, no piensen que soy alguna especia de cleptomano o abusivo dueño de casa: esto no habría ocurrido si no hubiese sido porque una tarde mi proveedor de televisión por cable me cortó la señal sin una explicación aparente, y cuando revisé la instalación de la antena por accidente rompí el plug. Nada que ver. Fue por eso no más. Pero aparte de eso, también descubrí un montón de revistas deportivas en ediciones especiales dedicadas al Emelec, el club favorito del Mario, y una caja con recortes de fotos de candidatas a reinas de belleza, desde los años ochenta.

El Mario era una persona muy fresca. Era bastante atento, incluso en alguna ocasión que me escuchó quejarme porque no tenía nada que comer, me subió un plato de sopa, que luego de vaciar con mi voraz apetito nunca se lo devolví. Cuando mamá, la verdadera dueña de casa regresó en alguno de sus también contados regresos, el Mario nos ayudó a reparar el medio departamento. Un día hasta se jugó el cuello cuando mamá y yo, par de despistados ambos, olvidamos las llaves dentro; nuestro vecino se subió por la ventana, bajo el riesgo de caerse tres pisos abajo, en donde para colmo había una piedra de lavar tan dura que ya me imaginaba yo la sangre recorriendo ese artificio en donde los demás vecinos suelen lavar sus ropas.

Los amigos del Mario eran muy extraños: siempre supuse que el Mario era homosexual, sin embargo, sus amantes no tenían un buen aspecto. Por el contrario, eran bastante mal encarados, y se me hace que se aprovechaban de lo buena nota que era el Mario para sacarle alguna cosa. Entre sus pertenencias también encontré la foto de un niño, que meses después supe que se trataba de un hijo que tenía en Ventanas (Los Ríos). También encontré la foto de una mujer mayor, que supuse su madre.

Les conté que las tardes se habían vuelto grises, y por ende, el frío se volvió un compañero inseparable de cada noche. Habían pasado dos años exactamente, y decidí quemar las revistas y demás cosas del Mario, suponiendo que, si no había vuelto al menos por sus cosas debido a que ya no tenía para el arriendo, sería porque estaba muerto, o quizás preso en alguna cárcel de la Costa.

Esa mañana estaba leyendo en la sala; de pronto escuché una voz muy familiar desde la calle. Al principio creí que se trataba de alguna alucinación, quizás por lo alto del volúmen de la tele que le robé al Mario. Decidí apagar el televisor. Entonces, alguien llamó a la puerta.


A Eddi Quinto