martes, 9 de febrero de 2016

Te llamaré

Hasta ese día, nunca imaginé que me enamoraría de alguien que conocería en internet. Algunas amigas ya habían tenido experiencias de ese tipo; más por curiosidad que por atrevimiento. También había leído sobre casos así que no terminaron precisamente en un final feliz, como aquel en que una chica de Riobamba, engatusada por un chico de Guayaquil, viajó hasta él solo para encontrar su lecho de muerte. Me pregunto si en realidad cada historia de amor no será precisamente eso: un lecho de muerte.
No lo negaré, el perfil del Óscar me pareció gracioso en un principio; no todos los chicos pondrían de foto una imagen de Johnny Depp. No es que él y el interprete de Edward, manos de Tijeras se me hicieran parecidos, aunque quisiera creerlo. Sin embargo, y pese a su quizá voluntaria intención de imitar el camaleonismo de Depp con fotos de Enrique Bunbury o Jim Morrison, fueron sus ojos finalmente el televisor donde decidí dejar de cambiar el canal.
Óscar era, y es aún, el cantante de una banda quiteña de hardcore, música que por cierto jamás me llamó la atención. Una vez, un amigo me contó que cierto escritor decía que todo cuento encierra en realidad dos historias, una explícita y una ímplicita y oculta: su preferencia por temas románticos como los de Rafael y Menudo, su interior ímplicito, fue finalmente la que me logró enganchar.
Pese a su aspecto rudo, Óscar parecía emanar dulzura de cierta tristeza que pretendí abrazar para borrar. Aunque mayor, no podía evitar sentir verlo como un igual. "En todo cuento hay una historia oculta" decía Ricardo Piglia. ¿Más amor, quizás? ¿un horizonte junto al mar, donde la gente se ve cada vez más pequeña?
Un día, descubrí que en este cuento existían varios pasajes ocultos. Quizás una página entera arrancada a propósito. ¿Cómo leer el libro de tus ojos, Óscar, si le faltan una página que insistes en guardar dentro de tu bolsillo?
Suponiendo que la mayoría de los libros del mundo tendían a construir narrativas acorde con el lector, como supone Julio Cortazar y su Rayuela, decidí seguir leyendo. Leer con él. Compartir cada palabra y cada letra. Cada signo de puntuación. Pero a veces, cuando buscamos otras cosas, encontramos aquello que suponíamos extraviado. Hallé esa página; hallé esa historia implícita que según Ricardo Piglia marca la esencia de toda historia. Un amor oculto de varios años. No sé si llamarlo amor; quizás una llama. ¿Una llama? ¿No se supone que sería yo esa llama? No sé qué pensar. Ya no sé si soy frío o calor.
Imaginando que nuestras páginas estaban escritas con un lápiz, y al fuego de mi calor puesto en duda, forjé un borrador. Continuamos leyendo; pero las palabras escritas a lápiz tienden a desvanecerse, a volverse una mancha gris; y los errores en tinta, aunque cubiertos con corrector, no suelen dejar de ser evidentes.
Quiero a partir de hoy dejar de leer, y empezar a escribir mi propia historia. Quiero entender la historia superficial y oculta; quiero ser frío y calor a la vez, y no una disyuntiva. Siempre amaré a Óscar de alguna forma; quizás le llame un día. Aunque ya no seré la misma.