lunes, 12 de febrero de 2018

Los tocayos

—Chupa, loco...
—Gracias, brou, pero tengo que irme manejando.
—Tranqui, broder; si es el caso le digo a mi ñaño que venga a recogernos, el man es bien nerd —respondió a su amigo, al que había hecho esa tarde, en el bar.

Ambos se llamaban Gabriel; el uno, Gabriel Pérez, productor de televisión, fotógrafo y montañista de afición; era de esos chicos que en Facebook siempre lucía exitoso, guapo y algo arrogante. El otro se llamaba Gabriel López, veterinario, amante desde niño de los animales, y una de las pocas personas que jamás renunció a su vocación desde niño.

Aquel día, por la mañana, Gabo, el fotógrafo bohemio, había tomado una ducha, desayunado un pedazo de pizza que había quedado de la tarde anterior, cuando por el cumpleaños de un amigo, se habían tomado unas bielas en su departamento. El mismo día, casi a las mismas horas, Gabito, el veterinario, había desayunado pizza también, aquella que sus padres compraron por la noche, y tras disfrutar del recalentado no alcanzó ni a bañarse pues, tuvo que salir a atender un perro, que otro infortunado amante de los animales y de la naturaleza atropelló sin querer con su moto.

Un amigo en común de los dos Gabos, un tal Pablo, les había comunicado pasado el mediodía que Gaby para el uno y Gabriela para el otro, se casaría con Carlo, un manaba que, a diferencia de ellos, se habría rendido a la idea de matricidiarse. Esa misma tarde, ambos se dirigirían a la plaza Foch, el uno a una disco y el otro a un restaurante, pero terminarían en el Casino beat, un bar bielero con mesas al aire libre, en el que también habían coincidido ambos, ya que otros amigos de ellos también habían resultado en común.

—No jodas, loco, ¿vos eras el Sambo de la Gaby? qué kague —le diría el montañista al animalero.

Gabriela era una arquitecta que había salido con Gabo durante cinco años; llevaron un noviazgo que parecía de película rebelde al inicio, de cuento de Disney después y luego de profundo misterio. Casi que llegaba a la casa de la damisela como un miembro más; un día, sus futuros suegros, que ya no lo serían, tuvieron que regañarle para que no ponga las botas en el sillón. Gabriela aseguraba estar muy enamorada; cuando conoció a Carlo, dos años antes del final, prácticamente le despreció. Tras charlar por cuarta vez sobre la importancia del matrimonio, de la familia y de un proyecto en conjunto, y de responder por quinta ocasión que no era el momento ni el lugar todavía, ella le terminó.

Entró con el Gabito tres meses después; durante un intervalo de ese tiempo, el Carlo le había sugerido salir de vuelta. A Gaby le gustaban los detalles, y Gabito sin saberlo, llegó a su corazón a través de ellos. Mientras tanto, Carlo no volvió a decir nada, o aparentó no decirlo. Hasta que volvió a ocurrir: una tarde, seis meses luego de empezar, Gaby le propuso a Gabito dar el siguiente paso en la relación, idea que Gabito rechazó, ganandose luego su respectivo hasta acá.

Chucha loco, yo si le quiero  a la Gaby... cuando te dijo que se casen debiste decirle que sí.
—Sí chch, sí sé —respondió el amigo, en un momento de alta embriaguez, en que ya no se supo quien era quien.

Carlo era un chico que vino desde Manta, y que gustó de Gaby casi de inmediato. Sin embargo, no cometió jamás el error de demostrarle aquello desde el primer momento, y supo, por aquella ocasión en que un primo de Gaby —no su novio Gabriel, ni tampoco el otro— le envió una caja de chocolates por su cumpleaños, y que eso le había cambiado la cara en un gran día de estrés. Y aunque Gaby no aceptó salir con él al mes y medio de romper con el primer Gabriel, tampoco se rindió, ni cuando llegó el siguiente, que por suerte, no le duró mucho tiempo.

—A ese wanabee de Manabí quisiera sacarle la puggta chch —respondió el antes afable Gabito.
—Yo te acolito, men —respaldó el otro.

No importa cuan borrachos se pongan los dos Gabos. Seguramente al uno, cuando se le termine el capricho buscará otra pelada y luego otra, hasta que un día quizás, calmadas las ansias y el temor a estar solo, decida sentar cabeza. A Gabito seguro le costará menos tiempo; los chicos que gustan de los animales siempre son tomados por detallistas.

a Vale


miércoles, 7 de febrero de 2018

Creer

Y necesitabas creer en algo o en alguien,
y alguien que creía en algo o en alguien te arropó y abrazó.
Y en el calor de aquel abrazo creciste,
hasta que tu destino no fue el esperado,
y renegaste.
Pero necesitabas creer en algo o en alguien,
y abriste el corazón,
inspirado por videos y canciones.
hasta que el día llegó a tu corazón y no fue como imaginaste,
y con el corazón roto renegaste.
Pero necesitabas creer en algo o en alguien,
y abriste tu mente e inspirado por libros,
saliste a las calles, tiraste piedras,
echaste algunas bombas incendiarias,
expusiste tu corazón y tu mente,
pero el mundo no era como esperabas,
y el poder lo corrompió.
Y necesitaste creer en algo o en alguien,
y te fuiste lejos,
y lavaste tus ropas en el desierto,
mientras el sol quemaba tu espalda.
Y aprendiste otras lenguas y conociste otros pueblos,
pero seguiste solo al fin y el día nunca llegó.
Y continuaste necesitando a algo o alguien,
hasta que dejaste de temer,
y ya no necesitaste ni nada ni de nadie,
pero ya eras viejo para entender.

lunes, 5 de febrero de 2018

Chica nacional

Empieza el día
dejas atrás tus sueños;
en una almohada habita otro mundo.
Los pequeños deambulan por la ciudad,
y los hombres miran tras las ventanas.
Ya no eres esa persona por fuera
aunque no sientes el tiempo por dentro;
las industrias no paran de crear modas, aunque el sistema sigue siendo el mismo.
Chica nacional,
hoy no te vi marchar;
quizás sembrabas una amapola en el campo o corrías alrededor del mundo.
Tus besos que por cotidianos se volvían molestos,
luego echo de menos.
¿Quién entenderá tu mundo de verdad, quién debe entenderte?
Aún te miro a veces por el parque,
entre las voces de los árboles.
Cómo te veía ayer, saltando sobre las flores;
como te miro ahora, con una rama entre tus manos.
El extenso mundo era el sitio
donde soñaba volar a tu lado.