miércoles, 21 de agosto de 2013

La plegaria

Mi mamá me había advertido. Que con eso no se juega. Que las películas son una cosa y la vida real es otra. Que la política de cualquier lugar del mundo siempre será una tontera. Que el único que gobierna este mundo y este universo es Dios. Discutíamos mucho sobre eso. Sobre si existía o no. Más de una vez, me mandó a la mierda por no ir a la misa del domingo. Mucho más en esa ocasión en que no quise ir a aquella de recuerdo del abuelo. Con el tiempo, sin embargo, empezó a ignorarme. Sospecho que su amor era más fuerte que sus creencias, aunque a veces insistiera en aquella frase de "primero Dios, después vos".

Esa tarde, en medio de la maleza del río Toachi, recordé varias cosas; primero, ese pasaje del libro de García Márquez que decía más o menos "muchos años más tarde, frente al pelotón de fusilamiento, el Coronel Aureliano Buendía recordaría esa mañana en que su padre le llevó a conocer el hielo". Me acordé también de una peli del Woody Allen cuyo título no recuerdo, donde antes de ser ejecutado se pasa toda una trama de situaciones hilarantes. No les mentiré. No me parece divertido estar así, y por más que intento recordar cosas chistosas para aplacar el miedo, estoy que me meo en los pantalones. Lo más horrible es esta tensión, de no saber en qué momento va a suceder. La adrenalina que me había empujado a la aventura, inspirado en parte por películas, libros y páginas de blogs sobre historia y revolución, en este momento es como agua fría en mi cabeza. No he parado de temblar; recuerdo que cuando estaba en la ciudad, en clases, en el bus o con mi novia, solía temblar, pero de felicidad o curiosidad. Esta vez es algo así como involuntario.

Mi mamá me había advertido, como la mamá de esa película mexicana "Rojo amanecer", cuando les dice a sus hijos, qué no se debe enfrentar al gobierno. Pero la prepotencia también es cansona. No quería seguir envejeciendo mirando como otros se paseaban por el mundo para regresar a hacer lo mismo. No quise ser un borrego más. En el fondo siempre supe que un momento así podría ocurrir. Pero ahora, solo espero que no me torturen. Que no me disparen en la cara, me corten los dedos, los dientes o me degollen lentamente. Que estos asesinos que para colmo se atreven a invocar a Dios tengan piedad. Le pido a mi abuelo, allá dónde esté, aunque muy en el fondo sé que en realidad no está en ninguna parte, que interceda mágicamente para que algo interrumpa este momento, como pasó en un cuento de Edgar Allan Poe, cuyo título tampoco recuerdo. Mientras miro al suelo, veo sus botas, y la punta de sus machetes. Ojalá que me disparen y las balas me hagan dormir enseguida, pienso suplicando, mientras noto mis lágrimas. Mi mamá me había advertido. Ojalá estuviera ahí ahora, como la vez en que se me bajó la presión al enterarme que perdí una materia en la universidad. Ojalá viniera mi abuelo como un zombie desde el más allá y les sacara la madre a esos tipos que están frente a mí. Ojalá pudiera hacerle lo mismo a los jefes de estas personas. Intentaría ser más piadoso, matándoles rápidamente. Pero qué va. Estos tipos sí que saben de crueldad. Nos están haciendo parir. Nos dicen que saben quienes son nuestras familias, porque han visto nuestras páginas de facebook gracias a los servicios de inteligencia, y qué serán ellos los que sigan. Qué suerte que antes de todo esto terminé con mi novia, pese a que insistió en que no lo haga. Espero ellos no sepan quien era (...)

Perdón, acabo de vomitar... esto todavía no acaba. Dios, si existes, haz por favor que esta gente tenga un shock mental y se caiga súbitamente sin disparar una bala o extender su machete. Y si no existes, haz lo posible por existir, aunque sea solo por este instante. Abuelo, si eres un fantasma y me escuchas, por favor evita que me maten. No, no vendrás. Estoy alucinando. Mamá, por favor reza por mí y dame algo de tu fuerza para superar este momento con dignidad. Ya no espero la gloria o la fama, ni convertirme en Rambo, solo irme a dormir con dignidad. Te quiero, mamá....