tag:blogger.com,1999:blog-27958432455436735352024-03-18T19:50:24.675-05:00Parasomnia Blog en blanco y negroDavid Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.comBlogger260125tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-37696871601953419832024-03-18T19:45:00.003-05:002024-03-18T19:49:51.984-05:00SandraCaminábamos por las calles,<div>A veces de la mano,</div><div>A veces divagando.</div><div>Imaginando muy poco, quizás,</div><div>este mundo del presente que era mañana entonces.</div><div>Aún escucho a dos pasos de nuestra escuela</div><div>(donde todavía vivo),</div><div>el eco de nuestros gritos, </div><div>cuando todos callan y no hay un solo auto o una sola nube.</div><div>Cuán lejos estaremos ignoramos el uno del otro,</div><div>cuán cercanos peor aún.</div><div>El árbol donde meditabas a solas,</div><div>¿lo habrán podado ya?</div><div>Escucho cual espía una lejana conversación nuestra, </div><div>en la radio de nuestros recuerdos.</div><div>¿Los chicos de hoy,</div><div>serán como los chicos del mañana?</div><div>A veces el azar es el destino disfrazado de corazón,</div><div>nos empuja cual si estuviésemos siempre a punto de caer. </div><div>El árbol donde meditabas a solas,</div><div>¿lo habrán talado ya?</div><div>Aún escucho a dos pasos de nuestra escuela</div><div>(donde viviré quién sabe hasta cuándo)</div><div>el eco de nuestra despedida,</div><div>cuando todos los autos han llegado a casa y las nubes siguen en su guarida.</div><div>A veces el corazón es un destino disfrazado de azar,</div><div>sin un 'Control Z' incluído. </div><div>Caminamos por las calles,</div><div>A veces divagando,</div><div>A veces a solas.</div><div>Imaginando en el presente,</div><div>el mundo del mañana.</div><div><br /></div>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-24764938656072999822024-01-30T21:14:00.010-05:002024-01-30T21:56:04.596-05:00El Club<p> Transcurría el año de 1996; está obscuro, hace frío... nah, mentira... enero de 1996: el presidente de la República es Sixto Durán-Ballén, hay MTV gratis y en Norteamérica se baila el santo cachón... bueno ya. Era una tarde de marzo de 1996: yo, un adolescente puberto y espinilloso, me había apuntado en el Club de Periodismo del colegio Montúfar, que para entonces ya estaba en franca decadencia -la imprenta del colegio llevaba años embodegada, y apenas se hacía un periódico mural-. Nos habían dicho que por el Día del Periodista habría una reunión en el Salón de la Ciudad del Municipio. Fue la ocasión propicia para junto con mi camarada Luka Stronzy perearnos una clase.</p><p> Asistimos: un tipo ya grande interpretó un tema dedicado a la ocasión; decía más o menos: "cuando era un estudiante/soñaba ser periodista/y aunque a veces faltaba a clases..." que al Luka y a mí nos causaron mucha gracia. El evento fue organizado por el Club Intercolegial de Periodismo, de la entonces Dirección Provincial de Educación de Pichincha. Tras los discursos que no recuerdo más, y antes de salirnos del evento de manera abrupta para buscar cosmos donde ir a jugar, recuerdo que conocí a unas chicas del colegio Cardenal De la Torre, a quienes deseé volver a ver algún día, y a una chica, que creo se llamaba Mariana o algo así, a quien volvería a ver dos meses más tarde en la Casa de Benalcázar, en una reunión a la que no recuerdo como llegué (me parece que el "Prieto", coordinador del club del Montúfar, nos había sugerido asistir, pero sólo acudimos él y yo). Esa noche me reencontré con Jorge Pasquel, quien fue compañero en la escuela de mi hermano mayor, y hermano de mi compañera Silvia Pasquel (nombre similar al de una actriz mexicana). Resulta que el Jorge era poeta y esa noche declamaba. Fue él mismo quien me habló de cierto grupo de personas que se reunían los sábados, en el Círculo de la Prensa, ubicado frente al en ese entonces Centro Comercial San Agustín, años después derrocado y convertido en plaza.</p><p> Al principio, las reuniones eran los sábados por la mañana, la excusa perfecta para no estar en casa ni tener que ayudar a la limpieza de fin de semana. Alguna vez me había hecho de un ejemplar del periódico Correo Estudiantil; me propuse escribir también ahí. Luego conocí a los otros chicos: los ñaños Bucheli (Adriana, sobre quien escribiría varias veces y Xavier), Emperatriz (mejor conocida como Emperita, e hija de la coordinadora del Club, cuyo nombre siempre se me escapa), el otro Xavier, el Prieto, la Gina, la Vivi Montero, la Elizabeth (quién hacía que algo raro me pasara en la panza cuando caminaba al Círculo de la Prensa), y otros que no recuerdo, y un man que tenía ojos medio gatos y siempre andaba de terno, quién me enteré falleció años después. ¡Ah! También el man a quién presté mi cassette del Unplugged de Nirvana para no devolverlo nunca más. Eran de varios colegios: Anderson, Montúfar, Amazonas, María Angélica Idrobo, Cardenal De la Torre, ATCH, Consejo Provincial, Emilio Uzcátegui, Quito, UNE, Espejo, entre otros. Ese año gané un segundo lugar en un concurso de poesía por el Día de la Madre: el premio, otro libro de poesía, que perdí esa misma tarde en un parque de Solanda.</p><p> Para el período lectivo siguiente, otro 'lechero' y yo rendimos el examen de admisión para el Club de Periodismo de El Comercio; tiempo después nos llegó la invitación al colegio para formar parte de esa asociación. Por alguna razón, el rector de nuestro plantel (que nunca estaba allí) no confirmó nuestra presencia, y tiempo después me enteré que habían recibido a otros dos tipos de Físico-Matemático que no tenían nada que ver. Enfadado por eso y con la esperanza de volver a ver a Elizabeth (y a la Adri, me gustaban las dos), volví a asistir al intercolegial de la Dirección Provincial en noviembre, solo que esta vez las reuniones no serían más en el Círculo de la Prensa, sino en el colegio Quito, trasladándose luego al Gran Colombia y al Montúfar para volver de vuelta al Círculo, esta vez por las tardes. En 1997, el club ya no me pareció el mismo de 1996, aunque farreamos mucho más. Por ahí hice unos dibujos, me ilusioné con otras chicas y me porté como un holgazán. Sin embargo, fue mi primer contacto con el mundo de la comunicación social y la primera señal de mi posible vocación. A todas las personas que me acompañaron en esa etapa de la vida las recuerdo con cariño y nostalgia, aunque ya he olvidado varios de sus nombres.</p><p> Dejé de asistir al club a inicios de 1998, cuando tuve que destinar el sábado a la premilitar.</p><p><br /></p>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-14180672154464298082023-11-08T20:14:00.000-05:002023-11-08T20:14:29.792-05:00Brisa<p> Los días y noches atraviesan mi corazón y el de la humanidad,</p><p>arrojándonos a sueños que a veces son más miedos que anhelos.</p><p>El cansancio nos recuerda nuestra fragilidad,</p><p>mientras en algún sitio de nuestro interior todavía ansiamos llegar a algún lugar,</p><p>sin saber cuál,</p><p>pero que podamos llamar paraíso.</p><p>La luna,</p><p>que errante para todos nos regala su suave luz,</p><p>es el farol que nos recuerda que no importa la oscuridad:</p><p>jamás será demasiado oscuro mientras exista una luz.</p>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-23393878671555279602023-11-06T22:27:00.003-05:002023-11-06T22:27:52.461-05:00Jonas y Martha<p>Hay sueños condenados a no hacerse realidad.</p><p>Historias que jamás verán el sol,</p><p>seres que nunca existirán.</p><p>Libros que nunca llegarán a ningún estante.</p><p>Hay un gran olvido.</p>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-1250213209172568882023-09-10T15:30:00.003-05:002023-09-10T15:30:40.033-05:00Siempre dices adiós <p> Nos despedimos siempre aunque no vayamos en realidad a ningún lugar,</p><p>Imaginando remotamente que moriremos al decir "cuídate".</p><p>Nos decimos "buenos días" sin sospechar que podría anochecer a la mitad del día dando todo por hecho.</p><p>Nos soltamos y dejamos en libertad ignorando la jaula del mundo y nuestra jaula interior,</p><p>mirando al sol desde el jardín como si pudiese caber entre los dedos.</p><p>Nos despedimos siempre aunque no vayamos en realidad a ningún lugar,</p><p>Imaginando que la noche no nos arrebatará al decir "hasta mañana".</p><p>Nos despedimos siempre aunque no vayamos a ningún lugar,</p><p>sin sospechar.</p><p>Nos despedimos aunque no vayamos a ningún lugar.</p><p>Nos despedimos en ningún lugar.</p><p>Nos despedimos.</p>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-25940703375550481752023-09-04T22:13:00.012-05:002023-09-10T15:34:17.263-05:00[Ruido]<p>No dejes que me pierda pensando en ti,</p><p>mientras escucho una canción triste </p><p>devorado por el insomnio.</p><p>No dejes que me extravíe,</p><p>cómo cuando era un niño en La Alameda pero la casualidad me regresó de la oscuridad.</p><p>No dejes que mi vida se convierta en una espiral sobre mí mismo,</p><p>Mientras escucho otra canción triste y me imagino bailando contigo, cuando ni siquiera sé bailar.</p><p>Mírame en aquellas palabras del pasado, en aquellas que solo tus perras y mis gatos saben descifrar.</p><p>Vuelve a escuchar mi voz cuando el ruido se haya ido.</p>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-33775486383761730652023-08-26T11:50:00.004-05:002023-08-26T11:50:55.752-05:00Dibujo de una tarde<p>El sol brillaba todavía con un suave resplandor,</p><p>mientras éramos como estrellas cercanas pero ocultas por nubes.</p><p>Dibujabas un soldado del destino en carboncillo y polvo, </p><p>mientras yo permanecía distraído en alguna veleidad.</p><p>Te miré y tus ojos entre alegres y tímidos parecían conectarse a mí,</p><p>me entregaste al soldado impreso de mil y ninguna batallas que aguardaría en algún baúl,</p><p>mientras me perdía de tu mirada y tus palabras,</p><p>durante el ocaso del sol.</p><p>Hoy somos gotas de lluvia que el cielo aún arroja mientras brilla el arcoiris tras alguna tormenta.</p><p>En algún sitio la guerra no ha dejado de existir, como tampoco el atardecer, </p><p>ni el deseo de volver a conectarme con tus ojos.</p>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-2574042044672795372023-08-04T15:39:00.003-05:002023-09-04T23:00:15.453-05:0031.12. 99Te recuerdo:<div>Era el fin de un milenio y no me dijiste nada.</div><div>Nunca más nos tendríamos el uno al otro, excepto por la casualidad.</div><div>Pudo ser algo pero pudo más el silencio.</div>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-21988559055060458622023-07-10T08:39:00.005-05:002023-07-10T08:39:41.870-05:00Fantasmas<p> Apareces como luz,</p><p>en un día en que no sabes si estará despejado o nublado,</p><p>mientras te preguntas si aún estás dormido o despierto,</p><p>y si será tu voz,</p><p>o el susurro del viento.</p>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-2011447098474328572023-05-03T08:33:00.002-05:002023-05-03T08:33:55.330-05:00Luna del Sur<p>Mi barco naufragó en algún sitio del fin del mundo,</p><p>donde las sirenas moribundas confirman a los perdidos que sí existen.</p><p>El cielo parecía el de un día de invierno,</p><p>cuando el tiempo parece detenerse como un niño,</p><p>que de camino a casa se pone a dar trampolines.</p><p>Jamás escribiré un libro o seré un pirata famoso;</p><p>nunca empuñaré una espada, más que en sueños.</p><p>He llegado al fin del mundo...</p><p>¿Quién ha dicho que he llegado?</p><p>Los caminos del universo son infinitos.</p>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-44167522733588833282023-04-25T09:15:00.003-05:002023-04-25T09:24:45.314-05:00Celine ReuterTe amé,<div>como se ama aquello que no se conoce,</div><div>como quizá la gente ama a Dios y sus ángeles,</div><div>o aquello que supone jamás podrá tener.</div><div>E imaginé tu voz,</div><div>como imaginaba el bosque mientras habitaba en el desierto,</div><div>o imaginaba el mar mientras vivía en la montaña.</div><div>Como supones es el otro lado del mundo,</div><div>o el cielo.</div><div>Y te amé,</div><div>como el anciano amaría quizás una máquina del tiempo,</div><div>que lo traslade a sus tardes de niño o sus noches de adolescencia,</div><div>o el cuerpo adolorido el descanso,</div><div>e imaginé tu voz,</div><div>cómo aún imagino la mía.</div>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-64903447941874115222023-03-04T08:48:00.005-05:002023-03-04T08:48:25.954-05:00Una flor en España<p>Mañana moriré, </p><p>O quizás algún día;</p><p>Como las flores al atardecer,</p><p>Que miras por la carretera.</p><p>Las ciudades se vuelven de humo,</p><p>Los pueblos son como árboles que arrojan hojas al viento,</p><p>que a veces crujen con los pasos de los caminantes.</p><p>Mañana será ayer y hoy habré querido volar sobre el tiempo y los pensamientos de la gente,</p><p>pero no podré y simularé haber conocido a todos a través de unas cuantas palabras.</p><p>Los colores se abrazarán y darán vida a mil formas nuevas, que construirán nuevos caminos.</p><p>Mañana renaceré o quizás más tarde, aún no lo sé;</p><p>Todavía no he caminado hacia la playa donde aguarda la canoa,</p><p>que me devuelva a la tierra de los molinos de viento.</p><p><br /></p>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-63429054986709183202023-01-31T17:38:00.008-05:002023-09-04T20:01:06.686-05:00Jalando dedo<p> <span> —</span>¿Cómo es eso? ¿Dónde está Diana? </p><p><span> —</span>¡Dónde está Dianis oeee! </p><div><span> —</span>Chiii este man... ¡no vuelvo a ver tus videos! </div><div><br /></div><div><span> —</span>... </div><div><br /></div><div><span> </span>Fueron varios de los comentarios en el último programa de su canal, <i>Jalando Dedo</i>, que inició por internet junto a su novia. Hacía tiempo que los desacuerdos se habían sobrepuesto a los besos y a los fines de semana y paseos. Pese a no tener plata, se las arreglaban siempre para ir de un lado a otro. Todo empezó aquella tarde en que, aburridos, decidieron colarse al carnaval de Amaguaña. El celular que le regalaron al Gustavo en Navidad todavía estaba nuevo, y lo que empezó como una payasada que casi le cuesta el teléfono por toda la espuma y harina, terminó en un programa que logró alcanzar uno que otro like. </div><div><br /></div><div> Ya que el Gus y la Dianis estaban sin camello, se dijeron <i>por qué no</i>. Fue así que iniciaron con un programa de viajes, que contra todo pronóstico, y aunque no alcanzarían jamás a <i>Luisito Comunica</i> o <i>Enchufe TV</i>, lograría un importante rating que les permitiría conseguir algunos canjes y auspicios. Así se fueron para Imbabura, Esmeraldas, Manabí, la Amazonia, Galápagos, Guayaquil, Cuenca e incluso Punta Sal en Perú. No se lo podían creer. </div><div><br /></div><div><span> —</span>¡Hey, hey, hey guambras! ¡Bienvenidos a un nuevo Jalando Dedo! ¿Dónde iremos esta vez Dianis? </div><div><span> —</span>¡Hola Tavo, hola amigos! ¡En esta ocasión nos colamos a las fiestas del Yamor en Otavalo! ¿Nos dan un aventón? </div><div><br /></div><div><span> </span>Pese a la sobreoferta de streamers en YouTube y Tik Tok, algo del Gustavo y la Diana lograba gustar a los internautas. Quizás esa campechanía que te hacía pensar que con poca plata pero mucho ñeque podías vivir un paseo interesante, aunque sea a la vuelta de tu casa; quizás esa química bacana que parecían lograr en pantalla, esa frescura de enamorados que, evidentemente lejos de cualquier romance de telenovela o de Hollywood, los hacía sentir que también era posible vivir una gran pasión en Carcelén o Chillogallo. No eran los chicos más guapos de la ciudad ni tenían los súper cuerpazos, pero se veían simplemente fabulosos. </div><div><br /></div><div><span> </span>Una tarde, durante una grabación en el complejo arqueológico Rumicucho, cercano a la Mitad del Mundo, un funcionario de la prefectura de Pichincha le pidió su Whatsapp a Diana. Algo celoso, pero intentando ser profesional, el Gus decidió esperar a que Diana le hablara del tema, algo que finalmente no sucedió. Una semana más tarde, en que tenían previsto acudir a La Maná de Cotopaxi, la Diana se excusó de ir. </div><div><br /></div><div><span> —</span>El sábado tendré que ir donde mi abuela a Tumbabiro, está enferma. </div><div><span> —</span>¿Tumbabiro? ¿No es eso en Imbabura? </div><div><span> —</span>Sí gordo, parece que la tendremos que ingresar en un hospital en Ibarra. </div><div><span> —</span>Ya... chuta, sabía que tus papás eran de Ibarra, pero no que tu abuela fuera de Tumbabiro. ¿Ese pueblo no quedaba cerca de las piscinas termales de Chachimbiro, donde grabamos el programa de septiembre? </div><div><span> —</span>Sí, solo que en esa ocasión no llegamos por allí, sino por Salinas. </div><div><span> —</span>Ah, ¡es cierto! Chuta. ¿Y ahora qué hacemos? </div><div><span> —</span>Bueno, si no te importa, podríamos aplazar este programa. </div><div><span> —</span>Está bien. ¿No quieres que vaya con vos hasta Tumbabiro? por si acaso necesites mi ayuda en algo... </div><div> —No, tranqui. Además de mis papás estará mi ñaño y mis tíos. </div><div><br /></div><div><span> </span>Desde luego, no le creyó una sola palabra. Supuso que todo eso era cacho y que la Diana se iría en realidad para una actividad con la prefectura provincial. Sin embargo fingió creerle, adelantándose la madrugada del día siguiente hasta Chachimbiro, donde tenían unos pases que una hostería les obsequió como canje. Al día siguiente, tras acercarse al centro de salud del pueblo de Tumbabiro, descubrió efectivamente a la Diana con sus padres, todo acongojados. La abuela de la Diana había muerto durante la madrugada, y llevarla hasta Ibarra ya no tendría ningún sentido. </div><div><br /></div><div><span> </span>Verla con la cara hinchada por un momento impulsó al Tavo a correr tras ella y abrazarla. De hacerlo, sin embargo, descubriría que fue hasta Imbabura a espiarla y comprobar que no le había mentido. De pronto le sonó el celular. Supuso que, finalmente, Diana le daría la triste noticia. Tras reprimir sus ganas de ir a consolarla, Gustavo pensó que, de contestar el teléfono, capaz descubría su posición geográfica, por lo que apagó el móvil de inmediato, recordando poco después que no tenía instalado ningún navegador. De inmediato se alejó a pie lo que más pudo del pueblo, se hizo llevar por una camioneta hasta Urcuquí donde tomó un taxi hasta Ibarra y se subió en el primer bus que encontró hasta Quito, donde para mala suerte suya, un seguidor de su programa alcanzó a reconocerle. </div><div><br /></div><div><span> —</span>¡Tú eres el de Jalando Dedo, qué bacán! ¿Me puedo hacer una selfie con vos? </div><div><span> </span></div><div><span> </span>Pensó que de hacerse la selfie, Diana descubriría que estuvo en Ibarra, pero por otro lado, pensó que de oponerse a la petición, quedaría como un <i>lamparoso hecho el rico</i>. Luego de titubear, finalmente tomó una decisión. </div><div><br /></div><div><span> —</span>Perdona brou, me tengo que bajar acá, es que muy pronto grabaremos en una hostería y se me olvidaron mis cosas ahí, !Discúlpame, <i>men</i>! </div><div><br /></div><div><span> </span>Para mala suerte suya, ese día ya no tenía plata, y ninguna cooperativa de transporte le quiso vender un boleto con su tarjeta de crédito. Finalmente tuvo que pedir ayuda a su hermano en Quito, quien le transfirió diez dólares. </div><div><br /></div><div><span> </span>Ya en casa, mientras buscaba qué excusa verosímil inventar para no quedar como un idiota, decidió reordenar su vieja colección de casetes, entre los que halló uno de <i>Medina Azahara</i> metido en una caja de <i>Guns N´ Roses</i>. Al probarlo en su vieja grabadora se escuchó el tema “Solo y sin ti“. Nunca le había mentido a la Diana de esa forma. Nunca había llegado hasta ese punto por celos. Celos. Pero, ¿qué tipo de celos? Se preguntó. ¿Estaba molesto por no haberle contado lo del tipo de la prefectura? El tipo se veía viejo; no parecía ser del gusto de la Diana, bueno, alguna vez bromearon respecto a si saldrían con personas mayores que ellos, pero no pasó de una joda. Seguro se trataba de alguna propuesta de trabajo. Pero, ¿y por qué no se lo había contado? </div><div><br /></div><div><span> </span>Al día siguiente, Diana le llamó por teléfono. El Gus estaba tan ensimismado que se había olvidado de volver a prender el celular. </div><div><br /></div><div><span> —</span>Perdona, me quedé sin batería y no encontraba el cargador —le respondió. ¿Qué pasó? </div><div><span> —</span>Mi abuela murió. No sabíamos si enterrarla en Tumbabiro o Ibarra. Finalmente mis padres decidieron enterrarla acá. Sé que podría ser una molestia, pero ¿podrías viajar hasta acá? si no tienes plata te hago una transferencia... </div><div> —¿Que tu abu se murió? -respondió fingiendo sorpresa. Temió que su reacción se notara tan falsa como un billete de tres dólares. </div><div><span> </span></div><div> —Sí, falleció. Por favor ven a acompañarme. </div><div><br /></div><div><span> </span>Era casi la primera vez en la vida de Gustavo que viajaba a la misma ciudad durante dos días seguidos. Se sentía mal por lo que había hecho, sin embargo también le causaba curiosidad e indignación que la Diana no le dijera nada de su contacto con el tipo del Gobierno de Pichincha. Ya en la iglesia del pueblo, donde velaban a la abuela de su compañera de viajes y aventuras, el olor a palo santo y la ropa oscura le hicieron perderse en sus divagaciones, y tras abrazar durante al menos una hora a la Diana, mientras esperaban la orden de trasladar el féretro hasta el cementerio, el Gus decidió abrir la bocota en el peor momento posible. </div><div><br /></div><div><span> —</span>Diana, te quiero mucho y lamento lo de tu abue, pero necesito hablarte de algo. ¿Podemos salir de acá y sentarnos en el parque? </div><div><span> —</span>Mejor hablemos más tarde o esperemos al entierro. ¿Te parece? </div><div><br /></div><div><span> </span>Por un momento, Gustavo volvió a ubicarse. Mientras el cura del pueblo bendecía las paleadas de tierra sobre la sepultura de la abuela de Diana, ella pareció olvidarse repentinamente de toda su tristeza, y tras despedir a la madre de su madre con una rosa y despedirse luego de sus padres que seguían vivos, apretó la mano de Gustavo y se lo llevó fuera del cementerio. </div><div><br /></div><div><span> —</span>¿Qué te parece si vamos a la hostería de Chachimbiro, donde teníamos esos pases de cortesía por el canje que nos dieron? sería una buena forma de sellar esto, a mi abue le hubiera gustado así -le dijo Diana, recordando en ese instante que ya había gastado uno de los pases día anterior. Algo en su cara debió revelar su obvia incomodidad. </div><div><br /></div><div><span> —</span>¿Estás bien mi amor? ¿Tal vez crees que hacemos mal en pretender relajarnos un poco? </div><div><br /></div><div><span> </span>Quiso decirle que no, que estaba muy bien ir a las termas y olvidarse de todo por un rato. Qué ir de paseo o de viaje no siempre coincidiría con los días más divertidos de sus vidas, pero que valía la pena darse un respiro. En el fondo solo le preocupaba que Diana cachara su mentira. </div><div><br /></div><div><span> —</span>No quiero ser aguafiestas, pero tengo que volver a Quito. Hay un man que tiene una hostería cerca de Baños que quiere que grabemos en su establecimiento, quedé en reunirme con él en un bar de la Foch —expresó fingiendo toda la seguridad que pudo.</div><div> —Dale, vamos entonces, yo igual ya no tengo que hacer nada —replicó Diana, olvidándose de la piscina caliente.</div><div><br /></div><div> En el bus de regreso a Quito, mientras Diana dormía arrimada a su hombro, Gustavo intentó encontrar argumentos para sostener su mentira. Escribió a un amigo del colegio, Hernán, mucho más labioso que él, capaz de vender las piedras del camino al mismísimo diablo, pero para su mala suerte, esa tarde estaba invitado a un matrimonio en Puembo. Le marcó entonces a otro pana, Bayardo, quien por esos días andaba desocupado.<br /></div><div><br /></div><div> —Baio, hazme un fa, necesito que te hagas pasar por el dueño de una hostal en Baños. Sí lo haces bien te pagaré veinte dólares y te invitaré a comer. Porfa, es de vida o muerte —escribió a su Whatsapp. Pero el mensaje solo se quedó en visto.</div><div><br /></div><div> Sintiéndose acorralado, y una vez despierta Diana, decidió pasar al ataque.</div><div><br /></div><div> —Dianis, ¿qué te dijo ese día ese cucho en la Mitad del Mundo? —Ella bostezó y estiró los brazos antes de continuar. —Hablemos de eso en Quito, por favor.</div><div> —¿Cómo que en Quito? ¿Por qué no me has dicho nada? —respondió elevando un poco la voz.</div><div> —Por favor Gus, hablaremos de esto en Quito —replicó Diana, intentado disipar la tensión.</div><div><br /></div><div> El resto del viaje no dijeron nada. El chofer del bus puso una peli de Bolliwood que trataba de un par de espías de Pakistán e India que terminaron enamorándose. Al llegar al Terminal de Carcelén, Gustavo se bajó del bus y se embarcó en el primer taxi que halló.<br /></div><div><br /></div><div>...</div><div><br /></div><div> Dos semanas más tarde, los comentarios y emoticones en el último video de Youtube de Jalando Dedo se empezaron a amontonar.<br /></div><div><br /></div><div> —¿Ya no van a hacer el programa?</div><div> —¿Qué fue que no han grabado nada nuevo?</div><div> —¿Se les acabó la plata, ya nadie les quiere dar aventón?</div><div><br /></div><div> Tras una ley del hielo de varios días, Gustavo escribió a Diana un texto por Whatsapp:<br /></div><div><br /></div><div> <i>»Diana: Lamento habernos distanciado en estos días. Te amo y extraño mucho, así como extraño al programa. Debo sin embargo confesar algo. Te mentí. Creí que el día que fuiste a Tumbabiro acudirías a algún evento de la prefectura de Pichincha, pues creí que ese funcionario te había ofrecido algún trabajo que me excluía por completo, y que por recelo no me habías dicho nada... a menos que haya sido otra cosa. Perdóname. </i></div><div><i><br /></i></div><div><i> </i>Tres horas más tarde, luego de salir un rato en la bici para despejarse un poco y haber dejado el teléfono en casa, leyó una respuesta.<br /></div><div><br /></div><div> <i>»Gustavo: Tienes razón, en realidad ese funcionario sí me ofreció un trabajo, pero como asistente del área de cultura. Le pregunté si no habría la posibilidad de hacer algo que pudiera incluirte a ti también, pero me dijo que por ahora era imposible y que me confirmaría dentro de unos días. También disfruto del programa, pero a pesar de su éxito moderado, es imposible vivir solo de canjes. Con un pase a una hostería no puedo ayudar a pagar la luz de mi casa, ni puedo pagar del agua con un ticket mensual para cuatro hamburguesas. </i></div><div><i><br /></i></div><div><i> </i><i>»P.d.: No creas que no me di cuenta del pase a Chachimbiro. El dueño de la hostería me escribió un mensaje para preguntar si lo usaría también, ya que el otro fue utilizado por separado. Sin embargo no importa. Sé que me seguiste a Ibarra. ¡PEDAZO DE IDIOTA! ¿CÓMO PUDISTE? ¿Y SI NO ME ENCONTRABAS EN IBARRA, QUÉ, IBAS A VOLVERTE DE INMEDIATO A QUITO A BUSCARME O MEJOR APROVECHABAS Y PASABAS RICO EN CHACHIMBIRO? ¡Eres un huevón! ¡NO QUIERO VOLVER A VERTE NI ME ESCRIBAS MÁS, Y SI QUIERES CONTINUAR CON EL PROGRAMA ENCUÉNTRAME UN REEMPLAZO! </i></div><div><i><br /></i></div><div>...</div><div><br /></div><div> Como al mes y medio, Gustavo decidió subir un nuevo video al canal de Jalando Dedo. Después de todo, la vida no pararía. Supuso que Diana estaría satisfecha y cómoda en su nuevo trabajo, ya que no volvió a saber de ella, y puede que hasta ya tuviera otro novio. El día en que se animó a grabar de nuevo, un grupo de Chimbacalle organizó un recorrido por la ruta oculta de El Panecillo, dentro de la ciudad de Quito, por lo que no necesitaría conseguir plata para armar otro viaje. Empezó, como en efecto le había advertido Diana, a sentir la falta de <i>cushqui </i>en los bolsillos para hacer ciertas cosas. Esta vez nadie le reconoció, y caminar de inadvertido con el grupo que se formó para la caminata le brindó cierta paz, misma que fue interrumpida en el momento en que requirió que una de las personas lo grabe durante una parte del trayecto, para no tener únicamente tomas de selfie, recibiendo ninguna respuesta. El video finalmente le quedó desastroso, incluso en cuanto a sonido.</div><div> <br /></div><div><span> —¡Qué video más turro <i>chch</i>, si me ponía el teléfono en el culo sacaba mejores tomas!</span></div><div> —¡NO SE OYE NADAAAA!</div><div> —“JEY JEY JEY” ZOQUETEEE<br /><div><span> —Se nota que Diana era la man que hacía el canal</span> </div><div><span> —¡Te extrañamos Diana!</span></div></div><div><span> —</span>¿Cómo es eso? ¿Dónde está Diana? <div><span> —</span>¡Dónde está Dianis oooe! </div><div><span> —</span>Chiii este man... ¡no vuelvo a ver tus videos! </div><div><br /></div><div> Por un instante casi decidió cerrar el canal, pero un último impulso respetuoso hacia la Dianis le hizo desistir. Después de todo, los comentarios tenían razón: Diana había sido la dura del programa.<br /></div><div><br /></div><div>...</div><div><br /></div><div> Tras la apertura del Metro de Quito, durante su primer viaje en tren, Gustavo vio a una pareja de chicas grabándose durante el trayecto. Una de ellas logró reconocerlo, y le pidió aparecer en el video.<br /></div><div><br /></div><div> —Perdón chicas, ya no salgo en estas cosas.</div><div> —Dale, ¡para nosotras sería bacán! ¡el programa que hacías con Dianis nos inspiró!</div><div> Tras dejarse seducir por esa <i>sobadita </i>de ego, Gustavo redescubrió que ningún viaje duraría para siempre, y que más que el destino, lo emocionante era el viaje en sí mismo.<br /></div><div><br /></div><div style="text-align: right;"><i>A Luka Stronzy</i></div></div>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-35325870458811539822022-08-31T15:48:00.007-05:002022-11-02T10:09:41.917-05:00Androi_d<div>Te miro y hablo siempre al final de algún lapso,</div><div>cuando el mundo juega a acabarse;</div><div>Durante la resaca de alguna pascua o el humo de los harapos que no terminan de quemarse.</div><div><br /></div><div>Vives junto a la autopista hacia la oscuridad,</div><div>como los árboles que parecen caminar junto a la luna;</div><div>vives en algún sitio de mi alma,</div><div>donde los sueños se bifurcan y se vuelven fucsias y marrones.</div><div><br /></div><div>¿Soy acaso una nube,</div><div>que se vertirá en forma de lluvia sobre el asfalto,</div><div>simulando un eclipse total de sol?</div><div>¿Eres acaso esa voz,</div><div>que escucharé desde el fondo del mar?</div>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-90390555953931409132022-08-14T21:07:00.007-05:002022-11-02T10:02:13.787-05:00Un ciclo sin finCada domingo se siente el final de algo, <div>como si las montañas estuviesen por despejarse de su velo glacial; </div><div>una especie de puente entre la vida y la muerte, </div><div>entre la palabra y el silencio. </div><div>Suelo andar junto a la carretera en cada fin de feriado, </div><div>contemplando a los ansiosos por volver a su rutina. </div><div>Siempre camino,
alrededor de las 17 y las 18, </div><div>bajo los últimos rayos de sol del día; </div><div>escucho el crujir de las hojas muertas, </div><div>para recordarme que seguiré vivo.</div>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-35716777443262001042022-07-28T22:34:00.002-05:002022-11-02T10:12:35.651-05:00Para no perder el rumbo<div>Duermes,</div><div>bajo nubes distantes que atraviesan océanos,</div><div>Océanos y pensamientos,</div><div>Pensamientos y sensaciones.</div><div><br /></div><div>Palabras como rayos de arco iris sin principio ni fin,</div><div>En las orillas invisibles donde los duendes tejen sus fortunas,</div><div>Y nuestros sueños se desvanecen en el horizonte.</div>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-4115268640147139272022-06-01T10:50:00.058-05:002023-02-02T12:34:01.013-05:00El beso del Pangolín<p><span> </span>Aquel sábado bebimos hasta amanecer. Mientras el mundo se caía a pedazos en Italia o China, solo nos importaba vacilar. Llevaba varias horas sin batería en el celu, por lo que ignoraba cualquier noticia exterior o mensaje de mi mamá. De pronto, el anuncio de la emergencia sanitaria: aquella plaga que creímos tan lejana había llegado por fin acá, cobrándose sus primeras dos víctimas. A partir del domingo tendríamos que encerrarnos en casa. Qué bueno que aún tenemos la clave de Netflix del vecino: servirá para distraernos. Tenemos mucha ropa que doblar también. En fin, mientras pienso en ello, siento un tremendo dolor de cabeza por el <i>chuchaqui,</i> mientras miro a las personas aguardando por que se abran las puertas de la iglesia de Solanda, a donde he venido de fiesta desde La Alameda. Creo que tengo cincuenta centavos en los bolsillos. No puedo con este dolor de cabeza; quizás deba comprar una aspirina, pero de hacerlo, tendría que gastarme el pasaje y regresar a pata a la casa. Me pondría a<i> retaquear</i>, pero con esta facha de ebrio dudo que alguien se compadezca. </p><p><span> </span>Finalmente escojo la farmacia, y emprendo el largo camino hasta mi barrio. La gente luce asustada; el jueves pasado ya abarrotaron los supermercados, ni qué <i>Centralazo</i> o partido gratuito entre Liga y Barcelona. Una osada mujer, que lleva la boca tapada, se atreve a llamarme <i>inconsciente</i>. La ignoro a ella y a todos; camino, tomo la avenida Maldonado, bajo hasta El Recreo y aunque las calles están mojadas, siento un calor tan incómodo que me hace sentir como un chicle. Sigo caminando; el dolor de cabeza no se va y de pronto siento que el ojo izquierdo se me quiere salir. He llegado ya a El Trébol y me dispongo a entrar en La Marín. Parece un día feriado, de esos cuando los chagras se van de viaje y la ciudad se toma un respiro. Ya no aguanto más; quisiera echarme sobre algún pedazo de yerba, pero temo quedarme dormido y que me <i>choreen </i>el celular. Ya estoy cerca del Mercado Central, que curiosamente luce vacío. Al fin llego al parque: ya estoy a poco de mi casa. Haré una pausa: quizás echarme sobre la yerba, aunque húmeda, no sea tan malo. Lo hago. Cierro los ojos. ¿Mencioné que padezco insomnio? Qué importa: mis párpados son como enormes montañas sobre el horizonte. Dormiré al fin. ¿Con quién habré vacilado durante la farra? ¿Con Daniela, con Mariana? creo que ninguna me paró bola... «ZZZ…»</p><p><br /></p><p><span> </span>—Caballero tenga la bondad, <i>no puede estar aquí.</i></p><p><span> </span>— ¿Eh?</p><p><span> </span>—Tiene que levantarse, ninguna persona puede transitar en el parque por el <i>decreto de emergencia</i>.</p><p><span> </span>—Está bien, vivo cerca, ya me voy.</p><p><span> </span>— Espere un momento, ¡<i>mi sub</i>, creo que este chico tiene fiebre!</p><p><span> </span>— ¿Ah?</p><p><span> </span>—Cierto. Atento, <i>dos</i><i>-</i><i>tres</i>, tenemos un <i>tres-cuatro</i>.</p><p><span> </span>—Tiene que acompañarnos, señor.</p><p><span> </span>— ¡Qué vivo cerca, les digo!</p><p><span> </span>—Está con síntomas, señor, si vive cerca entonces llame a su casa y que alguien venga a acompañarle al hospital...</p><p><span> </span>En ese momento recordé que andaba sin batería, pero que explicar eso a los chapas sonaría a cuento chino, además que el nuevo virus tardaría en manifestarse. Fue entonces que se me ocurrió la mejor idea del mundo: <i>correr.</i></p><p><span> </span>—<i>¡Deténgase!</i> ¡Atención, tenemos un <i>cinco-seis</i>, envíen las motos al parque que un sospechoso <i>tres-cuatro</i> intenta huir!</p><p><span> </span>Corrí lo que más pude, pese al cansancio que traía por caminar desde Solanda. Sentía el sudor en la frente, en el pecho, en las orejas, en las costillas, en las manos. De repente una zancadilla. De repente, otra vez la yerba cerca de mis ojos.</p><p><span> </span>«<i>Cinco-seis</i>. El sospechoso ha sido detenido, cambio».</p><p><br /></p><p><span> </span>En medio de la oscuridad, intento recordar todavía qué les dije a Dany y Mariana. ¿Estarán bien? ¿Volverían a sus casas? A mamá no le hará gracia... le dije que solo iría a una <i>caída</i> de cumpleaños, no que me amanecería... sí, tengo 19 años, pero todavía soy un mantenido; debería estar en la U ya, pero no me alcanzó el puntaje del examen nacional. Debería trabajar por lo menos; hace unos meses, mi hermano mayor que es contador me consiguió un contacto para camellar en una agencia de cobros, pero el supervisor resolvió que era demasiado inepto para contar billetes, pese a haber aprobado un curso para cajeros. Cielos... ¿Qué pasará si me muero? ¿Tendrá mamá la plata suficiente en caso de tener que cubrir mi entierro? Muchas veces me he robado el chiste de la tele de «donar mi cuerpo a la ciencia», pero ahora lo encuentro terrible... recuerdo las casas abiertas de la facultad de Medicina, donde quiere estudiar mi hermana menor... recuerdo esos cuerpos, tan interesantes, tan llenos de vísceras pero faltos de vida, tan aparentemente artificiales, pues llevan los rostros cubiertos... no es lo mismo ver un muerto con rostro que sin él, como no ha de ser lo mismo ver un cuerpo sin cabeza que con ella... recuerdo el primer muerto que vi: fue una tarde en Itchimbía, antes de que construyeran el parque. Fuimos por arena para el gato, y como no había en la cancha de la liga barrial, nos dirigimos con mi ñaño más atrás y entonces los vimos; eran dos africanos. No había un solo rastro de sangre en ellos, y tampoco se veían lívidos. Parecían dormidos nada más, sumidos en un sueño profundo; los muertos parecían más bien los curiosos que se amontonaron después, impresionados igual que nosotros, llenos de miedo quizás, sintiéndose tan afortunados de no ser ellos, como cuando miras un perro o un gato sobre la carretera, antes de ser devorados por los buitres. Y me parecían dormidos nada más, hasta que un detalle me devolvió a la realidad: una mosca se posó sobre la cara de uno de ellos, y aquel rostro nunca reaccionó: era como una roca, ahora parte del paisaje.</p><p><span> </span>Por un momento, mientras un par de agentes (solo uno de ellos con mascarilla y guantes de látex) me sujetan, parezco tener una especie de visión o <i>deja vú</i>: son unos dientes mordiendo mi oreja izquierda y riendo simultáneamente. Entre el ensueño, soy dirigido a pie hasta el hospital Eugenio Espejo. Al volver a tierra, descubro como la gente me mira extraño, con la misma compasión o curiosidad que he mirado otras veces quizás a los moribundos. Una camilla ya está dispuesta para mí; alguien me toma la temperatura y en efecto, parezco tener más de 37. Escucho a un par de hombres con batas que parecen de spa discutir si me ponen una mascarilla o no.</p><p><span> </span>—Hay que seguir evaluando.</p><p><span> </span>—Están varios pacientes, se tiene que proceder según el protocolo <i>cinco-seis</i>.</p><p><span> </span>—Pregunten dónde ubicar a una persona responsable.</p><p><span> </span>—Dice que no puede usar el celular, que anda sin batería.</p><p><span> </span>—Llamen a alguien de Trabajo Social para averiguar sobre la familia.</p><p><span> </span>—Es domingo, solo hay una persona y no llega todavía.</p><p><span> </span>—Vivo acá nomás, en La Alameda —digo altivo—. <i>¡A solo dos cuadras!</i></p><p><span> </span>—Déjenlo en espera, licenciada X, vaya con el interno Y y el doctor Z a atender a los heridos de la camioneta.</p><p><br /></p><p>...</p><p><span> </span>Los minutos pasaban y nadie venía. Por un instante se me pasó la idea de salir de allí; total, estaba a poco de mi casa, pero una sensación de frío en las patas me convenció finalmente de permanecer en la camilla. Empezaba a preocuparme por mamá: a veces es algo paranoica, sobre todo con mi hermana pequeña, Érika. ¿Mencioné antes que por ahora no estudio ni trabajo? Pues, sí que tengo un camello: todos los días tengo que subir a mi ñaña al colegio Santiago de Guayaquil, donde mamá tuvo que cambiarla debido a que ya no le alcanzaba el sueldo para pagarle el colegio de las Mercedarias, donde Érika acudía desde preescolar. En principio sería temporal, pero ya lleva tres años allí. Un día, se me olvidó ir por la Eri; supuse que no tardaría en bajar por su cuenta y que el hecho no pasaría de una puteada en casa. Sin embargo, ella no bajaba y era ya la tercera llamada de teléfono desde el trabajo de mamá que dejaba sin contestar. Acudí entonces al colegio, ubicado también en el parque Itchimbía; el conserje, de acento <i>mono</i>, me indicó que ningún estudiante quedaba dentro. Desesperado, me puse a revisar el parque entero: en el Palacio de Cristal, en el sendero de la libélula, en el parque de la bruja, en el mirador y finalmente, en la miniestación eólica, donde andaba de muchas reguetoneras con un guambra.</p><p><span> </span>— ¡Si le dices a mi mamá que ya tengo <i>pelado</i>, le cuento que todavía <i>te haces la paja</i> y que te limpias con una camiseta que siempre escondes en el armario!</p><p><span> </span>—<i>Chch</i>, ¡no serás chismosa!... Bueno, no le diré nada.</p><p><span> </span>—Discúlpame ñaño, no quise asustarte.</p><p><span> </span>La Érika y yo no nos llevábamos de las mil maravillas; de hecho, odiaba que la mimaran tanto. Era la adoración de mi ñaño mayor el Pablo, como quizás lo fue también para mi papá. De todos modos, nos tolerábamos lo más que podíamos, y mientras yo no me metía en sus cosas, ella procuraba lo mismo... o eso creía.</p><p>...</p><p><span> </span>—<i>¡Quietos ahí o le disparo!</i></p><p><span> </span>Dos horas antes, me mantenía recostado en la camilla, sin poder salir. Era sospechoso de portar el nuevo virus, sin batería en el celu para hablar con mi casa que distaba apenas dos cuadras, en un domingo que el gobierno local ya ensayaba una cuarentena por venir y con un montón de desesperados que desde el jueves, ya acaparaban el papel higiénico, literalmente, como si se fuese a acabar el mundo o si en lugar de un virus respiratorio, se tratara de una infección global de diarrea. En ese punto, aunque sospecho que más bien por chirez, mamá se había portado sensata y nada más acudimos el sábado por la mañana por nuestras verduras y pescado, como de costumbre, a la feria libre de San Roque. Mientras aguardaba en la camilla, y con el fin de distraerme, seguía intentando recordar ese mordisco en la oreja, aunque con frecuencia, las imágenes eran interrumpidas por la foto aérea de mi ñaña con su novio, de mi hermano mayor resentido aún porque le hice quedar mal en el trabajo, con mamá esperándome aún de aquel cumpleaños, con la puteada que me esperaba. ¿Habré pescado el virus? Cuando era niño, una de las cosas que me atemorizaba más era el sida, idea que claro, cambió por completo cuando a una tía le dio cáncer y aunque no murió, vimos como de su estilo de vida aniñado tuvo que pasar a uno igual o más incómodo que el nuestro, luego del infarto que se llevó a mi papá. Algo recuerdo también sobre el zars, el ébola, la gripe aviar, el dengue y otras enfermedades de las que me hablaron en el colegio. Como a cualquier <i>centennial</i>, sin embargo, lo que más me importaba era que Marvel o DC saquen una nueva peli, que ya aparezca la siguiente versión del Playstation o que en julio por fin me salga un cupo para la universidad, en cualquier carrera. Y pensando en todo aquello fue que vino aquel tipo, con pistola en mano.</p><p><span> </span>—<i>¡Quietos ahí o le disparo!</i></p><p><span> </span>«Mierda» pensé. <i>«</i>¿A qué rato esto se volvió Hollywood?<i>» </i>Un tipo con pistola, que parecía un <i>Terminator </i>criollo, había irrumpido en la sala de emergencias.</p><p><span> </span>—<i>¡Vos, el de la camilla, párate chucha y ven acá!</i></p><p><span> </span>—Fresco, broder —dije temblando—.Ya te doy mi celu, solo que está sin batería (no era la primera vez que me sentía asaltado, la última vez fue también por un teléfono).</p><p><span> </span>De repente, mi captor tenía su fría pistola apuntándome a la cabeza y sujetándome del cuello.</p><p><span> </span>—Tranquilo loco, no creo que saques nada bueno con esto, mejor te vas a cagar la vida —intenté decir al man, que sostenía su fría pistola en mi sien, mientras temblaba y no estaba muy seguro de que me hiciera caso.</p><p><span> </span>—<i>¡Cállate chch! </i>—gritó a continuación, mientras me daba un rodillazo en la espalda.</p><p><span> </span>—Es mejor que se calme —dijo a continuación una de las enfermeras, de aspecto mulato, probablemente costeña—. ¡Suelte al paciente o será peor para usted, el muchacho que está apuntando podría tener el virus y contagiarlo!</p><p><span> <i> </i></span><i>— ¡Me vale verga este virus ahorita, si no quieren ver sangre acá mismo, atiendan a mi hijo ya, que tiene un problema del corazón pero no le quieren coger en el hospital Baca Ortiz! </i>—prosiguió enérgico el Terminator.</p><p><span> </span>— ¡Dispárale ya y lárgate, <i>careverga!</i> —irrumpe de pronto una voz, que parece venir del fondo de la sala de emergencia.</p><p><span> </span>—Ah, ¿muy macho? A ver, <i>¿Quién chuchas es el cojudo que quiere que le mate a este mamarracho?</i> —Exclamó enérgico mi captor. ¿Quién, quién pues chch, Quién?<i> ¡A ver, sale pues maricón, que quieres que le dispare a este man!</i></p><p><span> </span>De repente, no se escuchó en la sala nada más que algún aparato conectado, o la respiración agitada de algún nervioso.</p><p><span> </span>— ¡<i>Por Dios</i> cálmese, señor! —continuó la voz de la enfermera de hace un rato.</p><p><span> </span>—Licenciada, por favor <i>ya no le diga nada</i> —prosigue otra persona, en tono más bajo, al parecer un doctor. De pronto, tres agentes de policía ingresan en la sala.</p><p><span> </span>—Tranquilícese, señor. Está en el área de emergencia de un hospital. Suelte de inmediato a ese paciente que es sospechoso de portar un virus contagioso, que puede perjudicarle a usted. Si lo hace, Trabajo Social del hospital coordinará que a su hijo se le ingrese para evaluación, y acá no ha pasado nada.</p><p><span> </span>—No les creo, <i>¡Apenas le suelte me van a detener! ¡Ya estuve en la cárcel antes, No les tengo miedo, llamen este rato a una ambulancia que ingrese a mi hijo y solo ahí le tengo a este man!</i></p><p><span> </span>De pronto, todos nos quedamos en silencio: la valiente enfermera de hace un rato, el jefe médico de las enfermeras, el bocón de hace rato que deseaba ver correr sangre, el anciano del respirador, alguna mujer llorando mientras reza el padrenuestro, los agentes de policía, el oficial al mando. Entonces, presa del nerviosismo o del cansancio, se me ocurre quizás la peor idea del mundo: en un momento de relajación de mi captor, escupo en su mano. Casi de inmediato se dispone a dispararme, y cuando al fin se anima, la pistola no suelta nada. Suena a continuación un disparo de verdad, pero hacia el piso. Mi captor corre, ingresando al área de emergencia, y mientras los agentes van por él, dos enfermeros con una cortina grande se abalanzan sobre mí.</p><p><span> </span>—¡Cálmese, por favor y colabore con nosotros!—escucho de nuevo a la enfermera mulata—. ¡Con dos locos ya es suficiente!</p><p>...</p><p><span> </span>Hace años, en que debimos hacer una fila abismal en el banco de un centro comercial, recuerdo que sentí un extraño malestar, que inició como un leve dolor en la espalda, que poco a poco se fue extendiendo como agua fría dentro de mi cuerpo, que luego se convirtió en un retorcijón en la panza y finalmente en unas bolas blancas de luz, que parecían ovnis salidos desde mis ojos. Al rato, un lienzo obscuro, con unas voces de fondo, como cuando es de mañana y alguien intenta despertarte, me hizo suponer que había pasado por un extraño sueño. Sin embargo, era yo, sobre la fría baldosa del banco del centro comercial, con un montón de gente mirándome y sobre ellos, las luces del local.</p><p><span> </span>—¡<i>Háganle sentar! </i>ya le traen agua, ¡por favor dejen pasar a la señora con la guagua de inmediato a la caja! —dice alguien, refiriéndose a mi madre y a mi entonces hermana bebé.</p><p><span> </span>Fue mi primer desmayo. Recuerdo que sentí mucha vergüenza; pensé incluso que a alguien se le ocurriría que se trató de un teatro para saltarnos la cola, como aquel que un arquero de Barcelona hizo alguna vez para evitar ser expulsado de un juego de campeonato, o como aquel chico "sordomudo" que vi una vez en el bus, quien tras no recibir una sola moneda de la gente, se bajó <i>puteando</i> y maldiciendo a medio mundo. En esta ocasión he sentido algo similar, nada más que he despertado con una mascarilla encima. Ahora estoy en una sala donde al parecer hay muchas camas, pero con una cortina encima, muy parecida a aquella con la que un par de enfermeros me atraparon.</p><p>...</p><p><span> </span>—Creo que es tiempo ya de quitarle la mascarilla, licenciada —escucho decir a una doctora. Mientras me la quita, con el cuerpo amortiguado, intento decir algo.</p><p><span> </span> —Por favor, mi casa está a solo dos cuadras, déjenme ir con mi mamá...</p><p> <span> </span>—¿Por qué no los llama por celular? <i>ah</i> <i>dio</i>, cierto que no tenía batería —me dice una voz—. Si quiere le presto mi teléfono, ¿dígame cuál es el número? </p><p>La reconozco. Es la valiente enfermera de hace un rato, que se atrevió a encarar al sujeto descontrolado que exigía que alguien atienda a su hijo, pues al parecer tenía un problema cardiaco.</p><p><span> </span>— ¿Qué pasó con el señor que me apuntaba? ¿Le capturaron los chapas? ¿Atenderán a su hijo?</p><p><span> </span>—Sí, se lo acaban de llevar, aunque la trabajadora social, me parece, hizo unas llamadas a un defensor público y también a la coordinadora del hospital, ya que estuvo en contacto directo con usted. Fue muy imprudente lo que hizo, pero ojalá no le metan preso.</p><p><span> </span>—No, <i>solo estuvo dispuesto a matarme</i>, pero tiene razón. Ojalá no le metan preso.</p><p><span> </span>—Bueno, quédese tranquilo, ya llamo a su casa para que vengan por usted.</p><p><br /></p><p><span> </span>Pasaron los minutos. Seguía intentando recordar quién me mordió la oreja durante la fiesta, si la Dany o Mariana. Me imaginaba la cara de mamá al verme acá. Seguro al verme aquí en el hospital ya no me mandaría a la porra. Ha sido un enorme susto, pero de seguro estaré bien, estaremos bien. De pronto irrumpe la enfermera.</p><p><span> </span>—Señor: ya intentamos, y no contestan en su casa.</p><p><span> </span>— ¡Vuelvan a llamar, por favor! ¿Ya probaron al número de celular de mi mamá o de mis hermanos?</p><p><span> </span>—No, por favor dígame los números.</p><p><span> </span>Fue entonces que me sentí víctima de la tecnología otra vez: me había acostumbrado tanto a guardarlo todo en el celu, que nunca me aprendí de memoria los teléfonos de mi familia, excepto el número fijo de la casa, que por esos días andaba suspendido.</p><p><span> </span>—No recuerdo los números, enfermera, están grabados en mi teléfono. Por favor, présteme un cargador solo por unos minutos, y yo mismo podré marcarles.</p><p><span> </span>—Está bien, a ver, présteme el celular.</p><p><span> </span>De pronto, al palpar mis bolsillos, noté que solo traían unas llaves.</p><p><span> </span>—Señorita, ¿Tal vez guardaron mi billetera y mi celular en el momento que fui trasladado hacia acá?</p><p><span> </span>—Desde luego, su billetera está ahora en recepción, pero en ningún momento le hemos quitado el teléfono.</p><p><span> </span>— ¡Mierda! ¡Seguro el tipo de la pistola me lo sacó sin darme cuenta!</p><p><span> </span>—Chuta... vea, hagamos una cosa... voy a preguntar al guardia si en el momento que se llevaron detenido al hombre de la pistola se le requisaron sus cosas, aunque, si le sustrajo su celular, seguro ahora lo tiene la policía.</p><p><span> </span>—Por favor, déjeme ir a mi casa, le prometo que está a solo dos cuadras.</p><p><span> </span>—Entienda usted por favor, señor... usted está volando en fiebre, podría tener los síntomas de la pandemia... si no fuera por eso capaz y yo misma hablaría con Trabajo Social para que se le acompañe a su casa, se contacte con un familiar y regrese acá de ser necesario, pero ahora es un peligro potencial.</p><p><span> </span><i>Peligro potencial.</i> Nunca en la vida me habían llamado así, es decir, a veces me decían que era un “peligro”, una “amenaza”, pero siempre en son de broma. Peligro potencial. Me sonaba a película esta huevada. No podía ser cierto. Más allá de un dolor de cabeza, de panza o algún mal chuchaqui, nunca me sentí más enfermo. ¿Sería este el preludio del fin del mundo? ¿Me iba a morir? Alguna vez leí, en el texto de no sé quién, que ese no sé quién decía que «la muerte de un hombre no le podía conmover del mismo modo que la muerte del universo». ¿Sería Ernest Hemingway, aquel cuyo libro se titulaba igual que una canción de Metallica? No, creo que no; en ese libro decía algo sobre que «la muerte de un hombre representaba la muerte de una parte de la humanidad». En fin, qué más da, el punto es que si tal vez me llego a morir, más allá del sufrimiento de mi familia, no creo que el mundo cambie demasiado, incluso si es verdad lo de este virus, que probablemente mate a muchos de nosotros, pero no creo logre extirpar a la humanidad del planeta, pues No somos el fénix que resurge de las cenizas, sino solo un montón de mala hierba.</p><p><span> </span>—Creo que necesito ir al baño, enfermera.</p><p><span> </span>—Está bien, párese, ya le acompaño.</p><p><span> </span>Y mientras sus manos de látex intentan levantarme, un flash atraviesa la oscuridad de mis pensamientos: forcejeo, <i>me retiro la mascarilla y emprendo la huida.</i></p><p><span> </span>Las calles solían ser un campo de batalla entre la batahola de buses, motos, vendedores, niños, enamorados, parlantes, disparos, manifestantes, ancianos, radios, televisores, perros, pájaros y alguna que otra mosca. Esta tarde sin embargo, no escucho ningún ruido. Mi mente se ha puesto en blanco, como si alguna persona capaz de manejar mi vida a control remoto me hubiese puesto en <i>mute</i>. No he parado de correr; sin embargo me cansaré en algún momento. O me atraparán, quizás. A ratos, el sonido de una sirena parece penetrar en mis oídos, a intervalos, como las gotas de agua de una llave descompuesta o mal cerrada. ¿A dónde habrán ido en casa? en cuanto pueda, intentaré volver, aunque no sabré como entrar, pues he perdido las llaves. Seguro me atraparán. Es inútil que siga corriendo. Es una carrera inevitable contra el destino. ¿Por qué habría de evitar que me internen en el hospital? quizás sería mejor que me ingresaran, antes de que el virus se siga propagando y todos los hospitales colapsen, los muertos empiecen a amontonarse entre las calles y los vivos, entre la desesperación del desabastecimiento, el encierro, la soledad y el aburrimiento, se conviertan en zombis. El apocalípsis quizás no sea como lo pintan las películas; tal vez, la distopía es solo un deseo latente dentro de todos. Tal vez nuestra vida es tan aburrida, que necesitamos con urgencia un baño de sangre para sentirnos vivos de nuevo.</p><p><span> </span>Mientras unos sujetos vestidos de astronautas me llevan en camilla, pues al parecer he vuelto a ver las mismas luces blancas que vi cuando era adolescente, y tras sentir otro frío correntazo en el cuerpo, creo recordar al fin que fue la Dany quien me mordió en la oreja. ¿Acaso importa ya? a veces, por las noches, he sentido el impulso de apagarme y que todo transcurra en silencio, antes del otro gran silencio. Luego he respirado hondo para recordarme que aún estoy acá. Me pregunto si saldré de esta. He leído que mucha gente ha logrado recuperarse. ¿Seré uno de los afortunados? ¿Volverá la vida a ser la misma, esa que transcurre entre las sucias calles de la gente real y la alegría virtual de los influencers, mientras prolongamos solo otro poco nuestro final? ¿Dejarán los políticos de vivir otra realidad o aprovecharán también esta ocasión para chorear? ¿Aprenderemos algo de esto? ¿Observaré también un delfín en La Alameda o un cóndor en la terraza? Me pregunto dónde habrá pescado el virus la Dany.</p><div style="text-align: right;"><i><span style="font-size: x-small;">(Publicado originalmente en julio de 2020)</span></i></div>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-89244131051132828452022-02-19T18:38:00.002-05:002022-02-19T18:46:39.454-05:00Sintigo<p>Soñábamos con conquistar el mundo.</p><p>Soñando despiertos a veces,</p><p>Atravesando los mares en barcos de papel.</p><p>Jugando su juego, ganando y perdiendo casi siempre.</p><p>Procrastinando a veces, </p><p>reinventándonos a borrones.</p><p>Recibiendo por pago a veces una sonrisa,</p><p>de aquellas que a veces no tienen cabida en el paraíso capitalista.</p><p>A veces confundidos entre el tumulto y empujados, pero vueltos a levantar.</p><p>A veces de regreso,</p><p>preguntándome inútilmente si pude hacer algo más,</p><p>Solo me dejo arrastrar por el horizonte,</p><p>cabalgando sobre la ola imaginaria que tras la inmensa noche,</p><p>quizás me muestre tierra a la vista.</p>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-27915108628843015372022-02-18T16:19:00.011-05:002022-05-30T10:46:28.350-05:00Bruja<div><br /></div><span> </span>La conocí hace años, en un festival infantil de talentos; mi escuela representaba una obra de teatro sobre un circo, donde aparecí disfrazado de mono, con un disfraz que antes fue de otro animal y que mi tía <i>tuneaba</i> según la ocasión. Recuerdo que la vi sentada junto a los demás niños, y que me miraba fijamente. Sus ojos eran como uvas brillantes, y por algún motivo creí que su mirada —y su risa— eran solo para mí.<div><div><span> </span>Minutos después, tras nuestra segunda función, al subir el telón salí ilusionado creyendo que la vería de nuevo; pero sus ojos ya no estaban, y en su lugar, brillaban los ojos anónimos de alguien más, que quizás olvidaría con los años, como seguramente sería olvidado por esos primeros ojos que extrañamente se posaron en mi alma, como cuando miraba un programa interesante en la tele. </div></div><div><span> </span>Sin embargo, más tarde su mirada regresó, pero esta vez sobre el escenario, mientras a la delegación de mi escuela le tocaba ser público: apareció cantando una canción en otro idioma que solo <i>cachaba</i> de la radio, en tanto sus ojos miraban esta vez hacia todos y hacia la nada.</div><div><br /></div><div><span> </span>Durante años, aquel suceso se fue perdiendo en la memoria, que se fue vaciando y llenando de otros recuerdos, así como de imágenes y canciones. Una tarde, el Alejo, mi mejor amigo, quedó en presentarme a su nueva novia: estaba enamorado hasta el cogote.</div><div><br /></div><div><span> </span>—Andrés, ella es Silvana.</div><div><span> </span>—Encantada. <i>Momento</i>... ¿No eras tú el de traje de mono, que en una obra anterior había sido de canguro? <i>También te vi</i> en aquella ocasión. ¡<i>El traje</i> era tan curioso, no podía dejar de mirarlo!</div><div><br /></div><div style="text-align: right;"><i>A Satrina Tyr</i></div>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-69841699196796038142022-02-13T13:07:00.001-05:002022-02-13T13:07:18.458-05:00El castillo<div>El mar abrió los ojos tras la dulce noche,</div><div>Donde entre sábanas de seda abrazaba al horizonte tibio,</div><div>Mientras soñaba con el mundo,</div><div>armando rompecabezas de peces y gentes de los puntos más remotos.</div><div>Despertaba y se agitaba de vez en cuando para mirar a la luna,</div><div>Y sacudir con templanza a algún solitario navegante.</div><div>El mar ha vuelto,</div><div>Y su suave espuma se lleva tu nombre hacia el infinito,</div><div>Ese que susurro a una caracola,</div><div>Esperando como respuesta tus latidos.</div>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-53601147119085797862022-02-09T12:49:00.011-05:002022-05-30T10:52:25.054-05:00Abu<p><span> </span>Nunca conocí al abuelo Ramón, pese a que escuchaba su nombre de vez en cuando en navidades, cumpleaños, bautizos y velorios. En alguna ocasión, una tía mencionó que murió en combate durante alguna de las guerras con el Perú, pero en otra, un primo nos contó que desapareció tras un aluvión en el pueblo donde vivía con la abuela Ofelia —típico nombre de abuela—.</p><p><span> Ella </span>y yo no éramos los típicos <i>amiwis</i>, camaradas o cómplices que suelen ser otras abuelas con sus nietos; de hecho, sospecho que no le caía muy bien, que me encontraba algo afeminado para el canon de hombres que le habían mostrado durante toda la vida, situación por la que culpaba en secreto y a veces descaradamente a mi madre, y que aborrecía el hecho de preferir quedarme en Quito leyendo libros y clavado frente al televisor, en lugar de viajar con mis hermanos y primos hasta el pueblo durante las vacaciones, para llenarme de lodo, hundirme entre las espigas, ayudar en la cosecha del trigo o del choclo y amasar el pan casero que sin embargo, siempre nos hacía llegar en fundas negras de plástico hasta nuestra casa. Mis hermanos en cambio, la adoraban: no sé si a ella o al pueblo, pero lo que para mí era un suplicio era para ellos sinónimo de aventuras. </p><p><span> </span>No es que me creyera la gran cosa o aborreciera el contacto de la tierra con la piel; simplemente me aburría. Era un niño; si bien es cierto que a esa edad es normal el deseo de jugar, tampoco creo sea muy normal desarrollar un espíritu bucólico. De todos modos, la incomodidad que me causaba el pueblo pronto sería razón para que mis primos también se alejaran y que el resto de la familia se pusiera más intenso en sus habladurías contra mamá, a tal punto que en unas vacaciones, harta de la presión y de verme <i>hecho guagsa</i> frente a la pantalla de la sala, decidió que también iría con mis ñaños al pueblo. <span> <span> </span></span>La abu trabajaba en el terreno con su hijo menor, el tío Freddy; tampoco me llevaba bien con él. Por su nombre, a fuerza quizás de años y años de tele, le encontraba incluso parecido al Freddy Krueger. Pese a todo lo habilidoso que le veía guiando a los chanchos y borregos, manejando el burro cuál corcel y sacrificando a las gallinas y cuyes, sospecho que también odiaba esa vida. Años después terminaría estudiando en la Politécnica Nacional alguna carrera que dejaría luego para irse a España, pero no estoy acá para contar su historia, sino la de Ofelia. En la casa de campo también trabajaba otro muchacho, que cambiaba con frecuencia de nombre y de cara, una señora llamada Gloria o algo así y un señor que no podía hablar, que sospecho además tenía algún tipo de retardo mental, pero era muy hábil para amasar pan y elaborar caballos y guaguas durante <i>finados</i>.</p><p>Aquel verano equinoccial coincidió con una cosecha de trigo, que en nuestras latitudes pueden suceder casi en cualquier época del año; en la parte alta del terreno, y aprovechando las pilas de espigas que quedaron luego de la cosecha, mis ñaños y primos idearon una divertida rampa a través de la que nos deslizamos sobre cartones, para frenar exactamente sobre las espigas. A diferencia de otros juegos que encontraba desagradables y sucios, este me pareció excitante. Nos botamos de la colina por horas; creo que hasta empecé a caerles mejor a mis primos. Entonces, sucedió que en uno de los descensos, se me salieron las medias que llevaba puestas y al caer sobre el montón de espigas, al parecer me pinché con alguna en el dedo gordo del pie izquierdo. </p><p><span> </span>Considerando que era un accidente que pudo pasarle a cualquiera y que quizás no sería una molestia mayor que un uñero, decidí restarle importancia. Sin embargo, al ponerme los zapatos para la misa de la noche, durante el interminable sermón del aburrido cura que parecía no pararía de hablar hasta morir, sentí que me iba al infierno. El dedo parecía haber crecido al menos un par de centímetros, y sentí que pronto se saldría del zapato. Tras ponerme a llorar y luego de la respectiva puteada por interrumpir el aburrido sermón, la abuela finalmente me pidió que me vaya a la casa, y me dijo que ya me haría un agua de manzanilla o algo, pues asumió que debía ser dolor de panza.</p><p><span> </span>Terminada la misa, la abuela me encontró junto a la puerta de la iglesia.</p><p><span> </span>—¡Te dije que te vayas a la casa, guambra malcriado, no respetas ni a diosito! ¿Y que haces sin zapatos, majadero?!</p><p> <span> </span>—¡Perdón, abuela, es que me duele el dedo y no puedo caminar! —señalé hecho un mar de mocos.</p><p> <span> </span>—¿A ver, qué te pasa? ¡Sácate las medias!</p><p><span> </span>Fue entonces que vi en la cara de la abuela estampado el horror. Bah, exagero. </p><p><span> </span>—Parece que se te entró una nigua. En la casa te saco con una aguja caliente.</p><p><span> </span>—¡No, abue, no! ¡Por favor, no me ponga ninguna inyección!<span> </span></p><p> <span> </span>—¡Deja de ser <i>maricón</i>! ¡Ya les llamo a tus ñaños para que te lleven cargando hasta la casa!</p><p><span> </span>No esperé a que mis hermanos llegaran. Pese al dolor, y a que cada paso era como caminar sobre una paila caliente, no dejé que nadie me cargara... hasta unos pasos más adelante, en donde el Freddy me agarró cual costal de mellocos, y me llevó hasta la casa.</p><p><span> </span>Sospecho que en otra vida, la abuela debió ser enfermera o doctora. En ese entonces, el pueblo no tenía siquiera un centro básico de salud, por lo que en cada familia le hacían de cirujanos o matabichos. La precisión quirúrgica de la abuela, pese a que me mostró como encendió la punta de la aguja en una vela, fue tan sutil que casi no sentí dolor.</p><p><span> </span>—Gracias abuelita —agradecí entre sollozos y algo de culpa por llamarla "abuelita" conmovido solamente por el interés.</p><p><span> </span>—Esta es la nigua —señaló, indicando el ácaro reventado y envuelto en sangre sobre la aguja ennegrecida —la próxima vez que juegues entre la espiga no te quites los zapatos.</p><p><span> </span>Un par de días después, con un esparadrapo sobre el dedo y tras agradecer el desayuno, mis ñaños y primos acompañaron al tío Freddy a llevar los borregos a la parte alta del terreno.</p><p><span> </span>—Aunque quisiera que vayas para que te foguees un poco, no puedes caminar con el dedo así. Será mejor que te quedes acá y no estorbes —replicó la abuela tras mi insinuación de subir al monte.</p><p><span> </span>—Bueno abue, deje entonces que lave los platos —sostuve de inmediato, algo cabreado por haber dicho que sería un "estorbo" para llevar las ovejas.</p><p><span> </span>—¡Deje eso! ¡Ya viene luego la Glorita a ayudar!</p><p><span> </span>—Pero abu, ¡luego usted anda diciendo que nunca hago nada!</p><p><span> </span>—¡Deje, deje nomás, que para hacer de mala gana o mal prefiero que no haga nada, que va a decir luego su mamá!</p><p><span> </span>—Abuela, ¿por qué odia a mi mamá, qué le hizo?</p><p><span> </span>—¡<i>Cállate el hocico, quesff,</i> ¿Quién te ha dicho que "odio" a tu mamá?! —hizo cierto énfasis al pronunciar la palabra.</p><p><span> </span>Tras unos minutos de incómodo silencio, decidí reanudar la charla.</p><p><span> </span>—Es que te cambia incluso la cara cuando hablan de ella. ¿Es por que mi ma es la segunda esposa de mi papá, verdad?</p><p><span> </span>Esta vez la abuela agarró una lavacara llena de tostado y salió sin decir nada de la cocina.</p><p><span> </span>Se acercaba la hora del almuerzo y mis hermanos, primos y mi tío tardaban en llegar. El peón también había ido con ellos, por lo que la Ofelia decidió buscar a la señora Gloria para subir al monte. Sin embargo, esa tarde la Glorita al parecer había salido para Otavalo, por lo que decidió esperar otro rato.</p><p><span> </span>—Capaz se perdió alguna oveja y la están buscando —me comentó, previo a servirnos solos el almuerzo de sopa de bolas con col que tanto me disgustaba y arroz con carne, plátano frito y agua de panela. Tras verme jugando fútbol con la sopa durante largo rato, la abuela rompió el hielo.</p><p><span> </span> —No "odio" a tu madre, no sé de dónde sacas esas palabras tan feas.</p><p><span> </span> —No sé, abuela; al menos estoy seguro de que la quiere menos que a mis tías.</p><p><span> </span> —Solo no me gusta que no te críe como varoncito, por dios, ¡no sabes hacer nada, ni te gusta salir a jugar!</p><p><span> </span> —Si lo dice porque lavo los platos, me parece que exagera, abuela, igual me gusta ayudar, pero el que no me guste jugar en el lodo no quiere decir que no sea hombre —respondí, hablando casi como adulto.</p><p><span> </span> —¡Calle, calle, majadero! ¡Termínese la sopa que se enfría o sino ya no coma para darle a los chanchos!</p><p><span> </span> —Disculpe, abu, no me gusta desperdiciar la comida.</p><p><span> </span>Tras tomar el potaje aquel que parecía engrudo y terminarme el arroz, que comí con más entusiasmo, volví a desafiar a la madre de mi padre.</p><p><span> </span> —La primera esposa de mi pa no <i>le</i> quería. No es culpa de mi ma que él se haya enamorado de ella.</p><p><span> <span> </span></span> —Estaban casados por la iglesia, como yo con tu abuelo Ramón.</p><p><span> </span> —El abuelo tampoco era un santo, abuela, yo sé que le pegó.</p><p><span> </span> —¡Y ESO A VOS QUÉ TE IMPORTA, PENDEJO! gritó golpeando la mesa. Tu papá se casó por la iglesia y lo que Dios une no lo separa el hombre.</p><p><span> </span> —¿Aún si le pegan o le desprecian, abuela?</p><p><span> </span> —Mira, ¡no te pego porque todavía te ha de doler ese dedo!</p><p><span> </span>Mucho tiempo después, mi padre dejó de obligarme a volver al pueblo, pese a la sugerencia de mamá de mostrar gratitud con la familia. Tras ser diagnosticada con Alzheimer, la abuela fue llevada a una casa de retiro, y la señora Gloria se quedó a cargo del terreno de los abuelos. Tras dos años de esperar un cupo para la universidad, finalmente logré ingresar en la facultad de Psicología, y en una ocasión decidí visitar a la abuela junto con mi novia Sofía.</p><p><span> </span>—Abu, ¿recuerdas la vez que me sacaste la nigua del dedo del pie? nunca te agradecí lo suficiente por eso. Ten, te traje estos chocolates, espero puedas comerlos.</p><p><span> </span>La abuela no me reconoció, y pensó más bien que la Sofi era una de mis primas.</p><p><span> </span>—El Ramón no era tu abuelo —empezó a decir, dirigiendo su vista hacia el infinito.</p><p><span> </span>—Abue, no sabes lo que dices. Mi abuelo murió hace mucho y estoy seguro que pese a todo nos quiso a todos —respondí intentando apaciguar el momento. Desde luego, no era la ocasión para preguntar si era cierto que el abuelo solía pegarle.</p><p><span> </span>Tras darle la bendición a mi novia Sofi a quien seguía confundiendo con una de mis primas, y decirme adiós, mientras dejábamos el salón, la abuela volvió a replicar:</p><p><span> </span>—El Ramón no era tu abuelo... al Ramón le gustaba tu mamá... <i>el Ramón no era tu abuelo...</i></p><p><span> </span><br /></p><p><br /></p><p><br /></p><p><br /></p>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-49544136081969656832021-12-26T20:19:00.006-05:002022-02-18T19:15:34.339-05:00Los años por venir<p>Tú,</p><p>Viento frío del atardecer.</p><p>Rayo sereno entre la árida jornada y la oscura tormenta,</p><p>Haces en mi vida un espacio donde la ternura y el deseo provocan un torbellino.</p><p>Noche de luna abrazando mi alma,</p><p>Haces que el universo entero quepa en mi corazón.</p>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-57762843554177828152021-07-27T22:22:00.002-05:002021-07-27T22:27:40.262-05:00Interludio<p>Ella era como una tarde entre la lluvia y la noche.</p><p>El sol.</p><p>Aquel sol del atardecer y de la madrugada.</p><p>Ese que abriga el alma y desgarra la piel.</p><p>El sol.</p><p>Reflejándose en el rocío de la yerba.</p><p>Era como las estrellas,</p><p>bajo un cielo de verano.</p><p>Esas que se ocultan durante el resto del año.</p><p>Las estrellas,</p><p>ese destino lejano.</p><p>Ese instante entre sus labios,</p><p>todos los instantes,</p><p>todas las estrellas,</p><p>el sol.</p><p>Era como la tarde entre la lluvia y la noche.</p><p><br /></p>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-31755401313816130462021-07-23T09:06:00.004-05:002021-07-27T22:30:05.979-05:00Autonostalgia<p>Mi lejano día contigo es una angustia que perfora mi alma,</p><p>pero a la vez me produce una sonrisa;</p><p>nostalgia de esos días que no volverán,</p><p>pero invitan a pensar que todo es posible en los sueños.</p><p>Tu voz es como día nublado,</p><p>que depara refrescante lluvia;</p><p>Es pensar que vivir ha valido la pena hasta hoy,</p><p>Y que el futuro es algo más que solo polvo e incertidumbre.</p>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2795843245543673535.post-71075609034791316782021-06-21T23:35:00.001-05:002021-06-21T23:35:07.571-05:00Gara<p>Somos aquellas historias:</p><p>Esas casualidades,</p><p>esas elecciones al azar,</p><p>esas decisiones por amor.</p><p>Somos esos veleros a la mar,</p><p>esas opciones únicas,</p><p>esas malas decisiones.</p><p>Somos aquellos dados,</p><p>bailando al acordeón de la cascada;</p><p>esos fuegos artificiales,</p><p>cuyas cenizas se diseminaron.</p><p>Somos hojas ocres de distintos árboles,</p><p>que se abrazan en el suelo.</p><p>Somos esos árboles,</p><p>solos.</p><p>Solo este instante.</p>David Nikolaldehttp://www.blogger.com/profile/01548281210601886243noreply@blogger.com0