martes, 9 de diciembre de 2008

Aquella despedida


En ese instante ignoraba que ese café que bebíamos juntos sería el último. Hacía frío; eran como las seis de la tarde, y debido a mi origen equinoccial, no sabía si aún era de tarde o si ya era de noche. En todo caso no importaba; mañana volvería a casa.

-Quisiera conversar sobre tantas cosas- le decía a mi cabeza. -¿Por qué será que siempre reaccionamos un poco tarde? concluí.

Casi de inmediato recordé todas esas cosas que quise hacer pero de las que sólo me quedaron las ganas: trotar junto al río, caminar a solas por el bosque, caminar sobre el puente. Sólo pude recoger un poco de nieve entre mis manos.

Frente al televisor que estaba apagado, estábamos ella y yo, sin decirnos nada. Las horas transcurrieron. Nunca más nos dijimos nada.

El invierno siguiente supe que su madre había fallecido; hacía tiempo que dudábamos sobre dar un paso hacia adelante. Hace no mucho que decidí dar varios pasos atrás. Ella volvió con su antigua pareja; yo quise volver con la mía pero ya no fue posible.

Hoy hemos charlado por teléfono unas pocas palabras. Algo me advirtió en secreto que ella estaba enferma; me alivia saber que se encuentra reestablecida.

Al volver a hablarnos, la sensación que sentía al charlar con ella ya no fue la misma.


A Leticia

lunes, 8 de diciembre de 2008

El duende


Había una vez un duende que tocaba una guitarra; mientras hablaba con él cada noche, los vecinos murmuraban que estaba loco y que necesitaba de una buena paliza de mi padre para dejar de alucinar. Nunca hablé con los vecinos. Mi padre nunca me llevó al psiquiatra. Una noche, el duende desapareció. Tenía 7 años.


Como en un salto cinematográfico ha pasado medio siglo y me he divorciado un par de veces. Un día, luego de buscar la foto de mi hijo fallecido aquella tarde de otoño que he preferido olvidar, escuché unas notas lejanas. Era el duende; estaba parado junto a la ventana. Quise preguntarle si sabía algo del Jonathan, o si había charlado con mi madre. El duende no dijo una sola palabra. Sólo me hizo una señal, para que lo acompañe.


En medio del parque, aquél místico ser me condujo hasta un árbol que tenía un nombre inscrito con una llave. No lo podía creer; a veces cuando algo fuera de lo común sucede simplemente pasa desapercibido. El duende me entregó la llave, y casi de inmediato regresé a mi casa.


Una vieja y sucia caja de madera aguardaba desde siempre en el fondo de un armario. Junto a la caja encontré un álbum con fotos del Jonathan y de Lucía, mi ex-esposa. Una emoción inexplicable acompañada de un temor profundo hicieron latir mi corazón como nunca. Era un momento solemne. Pero no pude con él.


Mañana abriré la caja.


A Fernanda