sábado, 14 de abril de 2012

Adiós niña

Adiós niña adiós,
en un instante,
me esfumaré,
y el futuro será,
un sueño sin fin.
Tus colores me harán,
sobrevivir,
Y un día entre la
nada te encontré,
era invisible el lazo
que siempre nos ható,
y hoy vives dentro de mí,
como una canción,
de algún jardín.
Adiós niña adiós,
no era el tiempo y el lugar,
palidecer,
sobre la piel,
cuando te veo llegar,
y quisiera que el olvido,
no,
nos pueda perturbar,
quisiera quedarme dentro
de aquel,
corazón,
que pintaste en la pared,
Adiós niña adiós,
no cambiará el mundo
porque,
nos hayamos conocido un
día de abril,
nadie se detendrá
a escribir,
nuestra historia solo vivirá,
dentro de ti y de mí,
Adiós niña adiós,
son tantas cosas que
quisiera poder decir,
pero me desvanezco y
me siento al fin,
parte de tí,
y de mí.
Guitarra invisible,
para el cantor,
y el calor,
que me da,
imaginar tu voz,
adiós niña adiós,
siempre te irás sin despedir,
siempre me iré de aquí,
con tu nombre en mí,
oh sí.

jueves, 5 de abril de 2012

El dueño de la calle

Mientras almorzaba el otro día en el asadero de don Pablo, me enteré por casualidad que se llamaba Rolando. Hasta ese mediodía, nunca tuve idea de que tuviera un nombre. Siempre le decían "no sea malito" "vea, de haciendo esto" "oiga" o simplemente "vecino".

No me di cuenta de su llegada hasta una tarde en que la Mary, mi vecina del segundo piso, mientras escuchábamos la radio en mi balcón, me insinuó que el hombre que caminaba en la calle con gorra y traje azul era un guardia de seguridad que había contratado alguien. Al principio creí que efectivamente era un guardia, hasta que noté que llevaba un palo que distaba de parecer un tolete y que el supuesto uniforme que traía más bien era una colección de harapos remendados.

Con el tiempo, me percaté de que el hombre permanecía casi todo el tiempo en la calle, y que su tarea principal era acomodar y vigilar los carros. Un día, mi hermano llegó enfadado a la casa, diciendo que un tipo que se cree el dueño de la calle le había pedido unas monedas.

Un día, Rolando se acercó a retaquearme. Me dijo que el dueño de la casa donde dormía estaba de viaje, y que necesitaba reunir unos cinco dólares para dormir en la hostal que quedaba a la vuelta de la esquina. Lamentablemente, tenía apenas dos con cincuenta. Le pregunté si le parecía suficiente y me dijo que sí. Regresé a dormir tranquilo, con la casi certeza de que quizás tendría otros dos dólares y que dormiría cómodamente en esa hostal, que suele estar repleta de suizos y gringos que suelen visitar el país.

El dueño de la calle, como le decía mi ñaño, tenía un acento entre costeño y medio paisa, por lo que muchos le llamaban el colombiano. Un día quise entrevistarle para un trabajo de mi universidad sobre Comunicación y Alteridad, pero misteriosamente el vecino desapareció por varios días. Nunca supe donde había ido; y como no tenía esposa ni hijos, aparentemente, nadie nos dio razones sobre él. Sobre su posible origen, la versión más verosímil me la compartió el zapatero de la cuadra, quien dijo que el dueño de un pequeño y no tan próspero restaurante ubicado casi el frente de mi casa le trajo en alguna ocasión de la Costa. Mi hermano, que parecía empeñado en echar al Rolando de la calle a toda costa, solía decirme que siempre le encontraba fundeando. Cuando finalmente vencí el pánico a conducir, el vecino me ayudaba a parquearme sin rozar a los carros que estaban a los lados. A veces también ayudaba con las compras a los vecinos, y sobre todo con el tanque de gas a las mujeres. Se convirtió en el asistente personal de todos. Un día, en que tuve que ir a traer mi televisor reparado del taller sin el auto, el hombre me ayudó a cargar el aparato, que resultó más pesado de lo que esperaba.

Así, la vida había transcurrido aparentemente normal hasta esa noche, en que el Rolando me pidió esas monedas y yo, seguro de haber hecho una obra de bien, fui a dormir plácidamente, hasta que recordé que no había sacado la basura de la casa. Era casi la una de la mañana, y cuando regresé de dejar la funda en el depósito, noté que una persona aparecía y desaparecía de la esquina, como si se tratara de un duende. Impresionado por la curiosidad, decidí espiar un rato más. Media hora después, el vecino atravesó toda la calle, para reaparecer durante la siguiente media hora.

Al día siguiente, quise preguntarle si había dormido en la hostal. En cuanto le saludé, me dijo que me pagaría los dos dólares con cincuenta más luego, cuando tuviera más propinas. Le dije que no se molestara; sin embargo, su comportamiento me siguió pareciendo extraño. Ese día, trabajó como siempre, acomodando carros, ayudando a cargar tanques de gas y bolsas de compras. Por la noche quise volver a espiarle, pero supuse que tal vez estaría durmiendo en el lugar de siempre y que no pasaría nada extraño.

Sin embargo, varias noches después, mientrás volvía a las dos de la mañana de visitar a mi novia, encontré al vecino corriendo por la calle, de la misma manera que la noche que olvidé sacar la basura. Recordé lo que me dijo una vez mi hermano, sobre su supuesta adicción a las drogas. Al día siguiente, encontré al Rolando dormido dentro del cajón de una camioneta que se aparcó a dos casas de la mía. Las semantas siguientes, noté que su aspecto había desmejorado bastante, y que sus ojeras estaban más obscuras. Supuse  que tal vez padecía tuberculosis, o sida. También lo hallé más pálido. Sin embargo, unos días más tarde volví a verle reestablecido, con una nueva chompa y un radio de pilas que lo cargaba por todos lados. También empecé a escucharle cantar, e invitar a los transeúntes de La Alameda a comer en un restaurante que quedaba en la esquina de nuestra calle. Supongo que alguien también le regaló un maso de cartas, con las que jugaba solitario. Por momentos pensaba que era positivo que de cierta manera, ese hombre que no tenía nada hubiese encontrado en nuestra calle una forma de subsistir. Sin embargo, me di cuenta al rato que en cada calle de la ciudad, había aparecido un nuevo hombre, cada uno con su forma de hacer las cosas. Hace tiempo que mi ñaño ha dejado ya de querer enviar a Rolando a la cárcel. Por suerte, no he escuchado quejas sobre él.

Me pregunto a donde irá a terminar esta historia. Me pregunto si el día en que se muera o le suceda algo, alguien vendrá para cuidarle. A veces hasta dudo de su nombre.