sábado, 25 de enero de 2014

El hombre que le gritaba a la nada

Intentaba en vano concentrarme en hacer mi tesis, cuando lo escuché por primera vez. Aburrido casi por completo del facebook (le había dado like a lo que debía y a lo que no), esa noche escuchaba el trepitante sonido de una puerta, de esas de madera y metal. Suponiendo que se trataba de algún borracho, resté importancia al forcejeo. Sin embargo, mi paz artificial se echó abajo cuando empecé a escuchar, desde el fondo del alma de algún quiteño atormentado el grito imparable de SONIA, SOOONIA!!!!!!!!

Convencido al fin de dejar la aburrida laptop y el facebook desgastado, decidí mirar a través de la persiana de la sala, curioso -más bien morboso- por saber como era el aspecto del exótico galán que gritaba por su amada. El tipo, seguro, no medía más de 1,60 cm de estatura; no era gordo ni calvo, se veía trigueño (la luz amarillenta de la noche, que hace pocos días fue reemplazada por unas leeds, fue todo lo que me permitió distinguir). Supuse que se trataría del típico caso de algún borracho que habría extraviado la llave y al que se le habría negado la entrada a su casa por los tragos que seguro llevaba encima. Luego de ese panorama, apagué la compu y me fui a la cama.

La siguiente noche, un poco más dispuesto a estudiar, pero un poco perdido entre las letras algo difusas de mis libros fotocopiados, le escuché otra vez. SONIA, SONIAAAA.... TUMTUMTUM... SONIAAAA... SONIAAAAA!!!!!

De pronto, pensé que el gritón galán tal vez era no un bebedor ocasional, sino un alcohólico, pese a las advertencias de que las casualidades existen. Sabía que era un tipo de estatura mediana, de apariencia ecuatoriana común y corriente, pero ignoraba su nombre. Al menos sabía -o suponía- que la persona requerida era Sonia. El sonido de la puerta continuó esa noche. Por un momento, creí que algún vecino llamaría a la policía. Por un rato se me pasó la idea por la cabeza también, sin embargo pudo más la lástima, y la comodidad de suponer que alguien más lo haría.

Una semana después, el grito de "SONIA, SONIAAAAAAA" regresó. Esa noche intentaba mirar una película erótica, y necesitaba sentirme concentrado; los alaridos del hombre entorpecieron mis planes. Esa noche me pareció el colmo. Agarré el teléfono y marqué al 911. La voz de la operadora no fue nada amable, y en tono aburrido me dijo "ya le comunico con alguien". Una musiquilla repetitiva, aburrida y odiosa al extremo casi termina por provocarme náuseas. Al final, los gritos del borrachín se me hicieron más simpáticos que la mediocre atención de los servicios de seguridad. Minutos después, un agente de policía me respondió. Le dije que un hombre hacía escándalo, que por favor se lo lleven, pero también les dije que le presten ayuda. Me dijeron que enviarían una patrulla en veinte minutos. La patrulla nunca llegó. Minutos después, los gritos del hombre pararon.

Habían pasado varios meses desde entonces. Conseguí un nuevo trabajo y volví a olvidarme de mi tesis. Me olvidé del gritón también, y de Sonia, a quien nunca conocí. Una noche, mi novia se quedó en casa conmigo. Mientras intentaba dormir (ella ya soñaba algo seguramente), le volví a escuchar.

Curioso (mejor dicho, morboso), decidí otra vez regresar, para constatar que fuera el mismo. Esa noche, una patrulla pasó por la calle con un altavoz, pidiendo a la última tienda abierta que la hora de cerrar había terminado a las 10. Unos chicos buscaban botellas de plástico para reciclar y vender. Escuché al camión de la basura también. El amarillo intenso de la lámpara más cercana a mi balcón, dio paso al hombre que seguía gritando SONIA, SONIAAAAAAAAAAAA.... a viva voz.

Un vecino de mi casa, Don Néstor, zapatero desde hace cuarenta años, me reveló finalmente el misterio del hombre de los gritos. Me dijo que se llamaba Efraín, de 63 años, que trabajaba eventualmente como electricista, y que Sonia, su ex-mujer, había fallecido hace diecisiete años, luego de estar recluida en el San Lázaro durante seis meses. Que luego de la muerte de Doña Sonia, su hijo mayor, Daniel, impactado por el suceso, se había enemistado con él, empezando a beber, situación por la que un día tuvo un accidente fracturándose la pierna, cuya recuperación le llevó más de un año, debido a un mal reposo que empeoró su condición, obligandolo a andar en muletas, parcialmente incapacitado.

Por momentos, creía que en esa casa vivía una mujer llamada Sonia. Alguna vez quise jugar a Sherlock Holmes y averiguar quien era la señora, sin embargo, la pereza y el recelo me hicieron declinar. La historia que me contó Don Néstor, al menos satisfizo mi curiosidad.

Un par de años después, casado ya con mi novia, una noche que no podía dormir, le volví a escuchar....

viernes, 17 de enero de 2014

Libro de autoayuda

Con tus palabras de libro de autoayuda
evocando a Coelho, Sánchez y la vaca que se robó el queso.
Todo marcha bien.
Las páginas no se han vuelto amarillas aún.
Osho y sus consejos de cabecera
y el chocolate caliente que altera mi alma.
Echaré la culpa al queso,
huiré con el chocolate
y escucharé a Arjona tal vez,
no viviré esta noche como Bukowski persiguiendo
una casilla postal.
Me entregaré al olvido por un instante
hasta dormirme sobre una biblia tal vez,
hasta estrellarme luego de una cetrería marchita.