martes, 21 de julio de 2015

El grado

    Siempre imaginé que éste día me revolcaría en el estadio del colegio, con una botella de vino, suponiendo que de ahí en adelante viajaría por el mundo como un bohemio errante. Hoy, mientras todos se marchan en sus autos, con sus sudorosos padres empapados de colonia barata y camisas de a dólar, y sus madres emperifolladas cuál bautizo, boda o velorio, pero con una risa de satisfacción, o más bien de pausa por los años que le esperan en la U al guagua, deseo quedarme solo. Unos meses atrás, mientras caminábamos por el sector de La Mariscal, decidí unilateralmente que comería en El Toro Partido para celebrar por haber sobrevivido a seis años de jugar al futuro, repitiendo de manera recargada lo que ya había visto en la primaria, recuperándome del acoso escolar de mis acomplejados compañeros  y esquivando los puñetes que nunca se hicieron echar de menos.

    Escucho sin embargo desde la mesa contigua a un hombre que comenta que vendió su taxi por apenas diez millones de sucres, y que está considerando ir a España, mientras un bebé llora unas mesas más adelante: sí, estoy en un chifa. Si al menos estuviese comiendo... mi chaulafán no llega. ¿Acaso ignoran que es mi día especial? ¿se estarán tardando para ponerme un camarón de más?

    Mientras mi plato sigue aguardando, mi padrastro me ofrece de su tallarín para de algún modo tamizar el instante incómodo. Supongo que descartó El Toro Partido por considerarlo caro; supongo le habrá dado igual mi incorporación. Como sea, ya nada de eso importa. Luego de rechazar su gesto de paz, y tras la demora de mi suculento almuerzo, decido decir gracias y marcharme a casa. Es la última vez que llevaré la corbata y el uniforme del colegio Montúfar; ya en el barrio no me dirán lechero nunca más. Por cierto... vivo en un barrio de puros roscas del Mejía, que se acaban de graduar también. Quizás nos veremos en la universidad; aunque lo dudo. Ingresaré a la Católica a estudiar Ciencias Geográficas y Ambientales, y me convertiré dentro de unos años en una especie de nuevo Jacques Costeau o Steve Irwins. Ni siquiera mis amigos han venido a verme. El Luis tuvo que trabajar; se graduará el año entrante. El Andrés, ni idea; seguro se está haciendo la paja mientras mira un video de la WWF, escucha Wasp a todo volumen y mira una revista porno. Mi madre me llamó temprano: dijo que enviará a mi padrastro el dinero para el primer semestre de la universidad, y que no olvide hacer el trámite para la pensión diferenciada. Supongo que era una de las razones para no ir al Toro Partido.

    Es agosto: hemos debido graduarnos en julio, pero el paro de inicios de año retrasó varios de nuestros planes. Sólo hay cinco capas y birretes para doscientos guambras en su mayoría físico-matemáticos, que han postulado a la Politécnica. Sólo dos compañeros nuestros se graduarán en septiembre, un par de losers cuyos nombres olvidaré y dejaré de prestar importancia. Tampoco nos fuimos de paseo. La división ideológica de nuestra clase, aunque risible, es irreconciliable. Quizás fue mejor así. Después de todo a casi nadie le caía bien. Además, que aburrido salir solo entre varones. Presiento que del curso saldrán al menos dos o tres gays, precisamente aquellos que juraban que yo lo era también. Espero no les muelan a golpes. Otro, a quien presté un disco que no me devolverá nunca más, se hará famoso por un triste motivo, mientras otro mas se pondrá en pausa indefinidamente. Dos de los demás chicos dicen que optarán por la policía, uno de ellos mi gran amigo Ruiz, quien quizás no pueda entrar debido a su medida de vista de casi 2.0; tal vez al Santiago le vaya bien. Supongo que varios de ellos viajarán a España el año entrante; dicen que el Alfonso ya es papá incluso. El Paúl, el más aniñado de la clase será el único en acudir a la San Pancho, tan despreciada por el Lucho, que se declara guevarista a morir y que se irá a Derecho a la Central, junto con la mitad del curso. Sólo el Guillermo ha tenido el valor de optar por Psicología. Cuando me preguntaron de qué se trataba mi carrera, sólo supe decirles que de dibujar mapas. "Seguro te irá bien brou, vos sí dibujas", me dicen de vez en cuando. El Rueda dice que no tiene para la U y que ingresará al Servicio Militar de manera voluntaria. El Levoyer (quien pensé era venezolano, pero meses más tarde supe que era mono, de Machala) supuestamente se irá a Estados Unidos. El Tula, cuya voz parece de locutor de AM, seguro estudiará Comunicación y se volverá un locutor famoso. El Danilo tal vez me siga a la Cato. Nadie se atreve a decir que no estudiará, todos harán más o menos algo. Christian Stahli, el chico de intercambio que fue nuestro compañero, nos ha enviado una felicitación por escrito, ya que tuvo que volver a Suiza unos días antes. Si este momento tuviese un soundtrack, me gustaría que fuera Gin Blossoms con "As long as it matters". Los chicos corean una canción de Nino Bravo adaptada.

    Ya no pronunciaré el himno de mi colegio, ni juraré darme de puñetes con un rosca del Mejía si es necesario. Ya no gritaré con orgullo que soy Lechero, imitando alguna barra de Barcelona o Liga. Quizás ya no leeré a Marx: sé que en la Católica no son materialistas dialécticos. No sé si deberé fingir que soy cristiano o algo así. Supongo que habrán muchas chicas bonitas, y que me enamoraré de alguna de ellas. No sé si hago lo correcto. Siempre me gustó escribir. Quizás debiera haberme inscrito en la Facultad de Filosofía y letras, pero qué futuro podría esperarme. Dicen que hay puros chinos tirapiedras y garroteros. Tal vez en la Católica tenga futuro. O tal vez no. Tal vez no exista el futuro. Tal vez conoceré a un amigo que se retirará días más tarde, y de quien solo recordaré que me dijo una vez que cada persona es un mundo; me enamoraré absurdamente de la chica más alta de la clase, quien vino de intercambio de Inglaterra y a quién volveré a ver por casualidad una noche, quizás en 2005, durante una marcha que busque derrocar al presidente de turno; quizás me citaré con otra chica de aspecto más simple, a quien compraré flores y quedaré de ver en la Plaza Grande, pero no veré porque no acordaremos la hora jamás. Quizás subiré a un montaña y llevaré una carpa, en donde se colará una chica que parece personaje de la teleserie Daria, a quién volveré a ver una y otra vez en varios conciertos de rock, pero no volverá a reconocerme, porque a lo mejor me retiraré ni terminado el primer semestre. Quizás me olvidaré de todos ellos, de mí mismo y escribiré sobre lo fugaz que es la vida, de vez en cuando.


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