lunes, 25 de enero de 2010

Radio Soledad



Luego de jalarme el año, el mundo se me había venido encima: ya no sería solamente el más vago de la casa, sino que ahora sería el único idiota de la familia capaz de haber reprobado física, química, geometría y biología, antes de los supletorios. Porsupuesto, no regresaría a casa; la mañana de aquél martes de julio, en que entregarían las boletas de notas, lo había preparado todo con anterioridad: en la mochila que llevaba los cuadernos (que sólo andaban llenos de garabatos, escritos sobre fórmulas de cinética o de moléculas), había colocado un par de jeans, dos camisetas, un telescopio usado y una radio vieja de pilas. La comida no me había parecido demasiado importante; sólo empaqué un paquete de galletas de sal, cuidadosamente dispuestas junto a la linterna, y una botella de limonada.

Luego de esa mañana, en la que los chicos planeaban qué hacer durante las vacaciones, y los otros concertaban citas de estudios para los supletorios, yo, quién ya no tenía nada que hacer, me había despedido para nunca más volver. Un bus me llevó hasta el terminal, desde donde tomé un bus directo a Ambato, en el centro del país. La gente, que suele meterse en lo que no le importa, me miraba de manera extraña; hasta hubo una anciana que se atrevió a preguntarme si iba de visita donde mis tíos o algún pariente cercano.

Ya en el terminal de esa ciudad, y luego de comer de mala gana un llapingacho, me dispuse a trasladarme hasta El Arenal, cerca de Chimborazo. Sin embargo, no reparé en que ya no me quedaba dinero para el bus hasta Guaranda. Jalar dedo no fue fácil; no obstante, gracias a que era muy chico y aparentaba menos edad, un camión lleno de indígenas aceptó llevarme. Durante el recorrido, ellos hablaban en quichua, en castellano y en otros dialectos incomprensibles. En el colegio nunca me habían enseñado quichua; lo único que sabía era decir wawa, wambra, shunsho, y todas esas palabras que se emplean con fines peyorativos. Al fondo del balde, un chiquillo con mocos en la cara lloraba, por lo que accedí a regalarle mis galletas, acto del que después me arrepentí con sinceridad.

Eran alrededor de las cinco y media de la tarde cuando me bajé de la camioneta; el viento era fuerte y el frío empezó a hacerme palidecer. Sin embargo, el desierto aguardaba por mí. Nunca me sentí más libre hasta ese momento; supuse ingenuamente que podría vivir de cazar conejos o de beber de alguno de los chorros de agua del Chimborazo. Con algo de suerte, podría incluso llegar hasta la nieve, que hasta ese día no había conocido.

El tedio es capaz de llegar hasta los lugares más paradisiacos, y lamentablemente ese paraíso no pudo ser la excepción. Fue entonces que recordé la radio, esa radio vieja que me habían regalado tres años antes, cuando recién entré al colegio. La recepción en ese lugar era pésima, y ninguna estación parecía estar dispuesta a llegar hasta mi pequeño aparato. La noche llegaba, y el Chimborazo lucía como un fantasma gigantesco dispuesto a devorarme. Entonces, como por arte de magia, una estación, probablemente de Ambato o de Riobamba había aparecido por fin. Un rayo de música se había colado con el viento helado.

A veces las canciones suelen tener un efecto demoledor; nos recuerdan la bohemia frustrada de nuestros padres, la nostalgia de los abuelos, la búsqueda precoz del amor. También me recuerdan personas y lugares. Entonces me acordé de Quito. Y me acordé del colegio. Y me acordé de mi cama, que en ese momento debía estar tendida, con las sábanas impecables y las almohadas acolchadas. Pensé en el pájaro que esa mañana vería el fantasma de mi cuarto, en la mesa del desayuno con una taza llena de café esperando en vano... A los quince años el miedo a morir es fuerte, y fue así que al día siguiente, y presa de un soroche, decidí regresar a mi ciudad.
Luego de la tremenda puteada de mis padres, de la sopa de pollo hirviendo, de las comtrex y de una teleserie chilena que la televisión pasaba mientras ardía de fiebre, descubrí que la mochila aún estaba sin desempacar. Todo estaba allí, menos la radio; probablemente la olvidé mientras intentaba dormir al susurro majestuoso pero incómodo de la montaña.

Lamento haberla dejado tirada.


miércoles, 20 de enero de 2010

La sombra, el fantasma, la imaginación y el sueño



Extraño escuchar tu frágil voz,
que parecía romperse en cada palabra.
Echo de menos tus pasos silenciosos.
El recuerdo de tus ojeras de inframundo
me produce gran nostalgia.
A veces cuando un gallo canta aún estoy
abrazando tu cuerpo inmaterial,
dibujando la silueta de tu espiritu en un lienzo.
Extraño cuando me hablabas desde lejos,
cuando un día sin sentido se tornaba
un mágico momento.
Me pregunto que sería de las hojas
caídas de los árboles que nos miraron pasar.
Extraño la yerba que sintió nuestros pasos,
y que probablemente ha sido podada ya;
¿Dónde habrán ido los insectos que ese día
fueron nuestros testigos?
Extraño sentirme inspirado por
ti,
cuando buscaba el octavo color del arco iris
pensando en vos.
Eras como aire,
tierra,
agua y fuego.
Eres la sombra,
el fantasma,
la imaginación
y el sueño.
Eres ternura.

sábado, 16 de enero de 2010

A dónde ir


Cuando terminas un libro, cierta sensación se apodera del momento; no habrán más letras, probablemente recordarás las páginas anteriores, algún detalle, lo más relevante de la trama y el personaje, pero al fin y al cabo no habrán más; de pronto y si te animas lo repetirás, pero ya no será lo mismo.

La angustia invade entonces el ambiente; no te decides entre la televisión o escuchar la radio, alguna música que pueda llenar el espíritu. Decides entonces salir, caminar, respirar el afuera, el aquí y el ahora, compartir con el cielo algo del frío aliento de la noche. En un abrazo invisible empiezas a recordar lo que no tienes pero deseas, lo que tuviste y no supiste valorar, lo que tienes pero das por hecho, lo que tienes pero que está perdido o guardado.

¿A dónde ir? quien sabe. Viajar solo a veces puede ser un nuevo aliento, sentir el viento en la cara, mirar al sol desde la carretera, sentir con los dedos las gotas de lluvia del otro lado del cristal, escuchar otras voces, mirar otros ojos, respirar otro aire, sentir como los árboles se desplazan al lado opuesto de la velocidad.

Una tormenta se aproxima.

El instante

Que más da,
el sol se extinguirá un día
hasta ser una estrella enana.
Las sombras serán un sólo ser
en la noche,
y las mariposas que vuelan hoy
mañana ya no serán las mismas.
Que más da,
que importa,
no creo que alguien registre
todos los sueños de la humanidad
o tan siquiera sus nombres.
Es probable que ninguna computadora
tenga la memoria suficiente.
Que más da.
Que importa lo que pienses ahora,
tal vez sea distinto mañana,
no lo sé.
Que importa.

martes, 12 de enero de 2010

Redención



A veces el miedo a las viejas heridas es como un péndulo que regresa y se marcha, constantemente. Luego de salir del hospital, una vida entera aguardaba, al mismo tiempo que otra quedaba enterrada para siempre; "no será fácil la amnesia", decía el certificado firmado por los médicos. "Costará trabajo".
El asilo al que había sido enviado era un lugar tétrico, con aliento de humedad por todos lados. El smog de los carros había oscurecido a las ventanas, y la música ya no era un privilegio: discos viejos de lp´s se apilaban en una sala oscura, con olor a cera y ante un patio de piedra que mostraba una colina con mala yerba. Ya no era hora de visitas, y aunque el día era soleado, todo parecía gris dentro de esa casona.
"Ojalá derriben esto algún día", pensó, mientras un viejo se prestaba a salir a la calle, con un saco de cartón atado a la espalda.
"No habrá algún día" le respondió el cargador. "Los días ya no existen".
-Entonces que el diablo nos lleve de una vez- respondió la voz de una viejecita al fondo.

Varias semanas después, las visitas tan sugeridas, tan olvidadas pero tan esperadas también, no habían aparecido jamás. Se comentaba en el pasillo que el hombre era el sobreviviente de alguna especie de tragedia, que su familia había desaparecido bajo un deslave de tierra o que simplemente le consideraban un estorbo.

En su vida, nunca había esperado nada. Un día se dijo a sí mismo que no tenía que esperar por la compasión de los demás, ni menos de esos destartalados curas, enfermos mentecatos sin alma que trafican con almas ajenas. Pensó en la imagen de la virgen, tan ajena, tan lejana de sus facciones indígenas, así como de los retratos de los apostoles, de los profetas y de todos los demás santos.

-Mierda- pensó. -Si es el momento por el que tanto esperé, será mejor que arda todo.

Y el día llegó. Bajo el saco que su compañero empleaba para reciclar cartón y papel, escondió un galón de diesel que llevó a la iglesia, lo vació y encendió un fósforo que ocasionó un gran incendio. Las beatas que rezaban a esa hora, al ver que el infierno se hacía realidad, salieron despavoridas. El párroco, quien se hallaba en uno de los confesionarios, no tardó en llamar por celular a la Policía Metropolitana, misma que llegó tarde, mucho más tarde que los bomberos que luego de apagar el sitio encontraron al asfixiado pirómano amnésico, cubierto de hollín en todo su cuerpo, dormido quizás, pero quizás también recuperado del dolor, curado al fin de sus heridas.

domingo, 10 de enero de 2010

Despertar



Se levanta luego de un sueño irregular, prepara una taza de café y regresa a mirar algo en la televisión. El horizonte continúa mostrándose azul, a pesar de la amenaza del celeste, que se aproxima sigilosamente, con la excepción del sonido de algún automotor en una calle cercana.
La programación es pésima; apaga el televisor y cierra las cortinas, para prolongar la oscuridad por unos minutos más. Piensa en lo que la gente de otros paralelos y latitudes estará haciendo ahora, en sí el sol brilla sobre África, piensa en la oscuridad que aún debe reinar sobre el Pacífico. Divaga sobre alguien, sobre cuan lejos debe encontrarse, si lo habrá olvidado, si estará pensando en él; piensa si en algún lugar alguien estará muriendo, precisamente en ese instante, quizás en un barrio no muy lejano; juega con la idea de si en la maternidad ubicada a dos manzanas estarán naciendo juntos una víctima y un victimario, medita sobre lo que sentirá un pájaro al buscar las primeras flores de la mañana para subsistir, casi al mismo tiempo que las señoras que distribuirán los periódicos con las noticias de ayer.

Piensa que debe levantarse, pero que por alguna razón prefiere dormir otro poco...

viernes, 8 de enero de 2010

La nota

-Tengo la leve sospecha de que no volveré a verte- me dijo, casi con una expresión de risa.
-No te creo- le dije. No vas a morirte. No antes que yo.
Jajajá- replicó.

La ventana que estaba junto a nosotros delataba un rayo de sol profundo y asfixiante. Y mientras trataba inútilmente de contar los demás rayos, él dobló un papel y me lo entregó diciendo:
-Guarda por favor esta nota, y ábrela cuando esté bajo tierra.

Me hallaba desconcertada. "Este man está loco, o trata de llamar la atención", concluí.

-No la leeré jamás, por que no vas a morir- le respondí.

Desde ese día no he vuelto a verlo. A veces siento el irresistible deseo de abrir el papel y saber que quería decirme en realidad.

miércoles, 6 de enero de 2010

El guardabosques



Cierta tarde me extravié en el bosque: de pronto vi a un tipo solitario, que cargaba un rifle.
-¿Qué hace usted aquí? me preguntó el hombre, cuyas arrrugas faciales delataban muchos días y noches de experiencia.

-Sólo estoy paseando.

-Siga no más. Pero tenga cuidado. Parece que hay un lobo cerca-.

Pese a lo solemne de su voz, la afirmación me pareció inverosímil. ¿Lobos? pensé. "No lo creo".

Seguí caminando, despreocupado, desenfadado. Era otro aburrido domingo de esos en que dan ganas de morirse o de borrarlo del calendario para volver al horrible lunes que otros detestan, pero que yo siento como un respiro. En eso, sentí que algo o alguien me tomaba por la espalda, que hizo nublar mi visión. Supuse que era ya muy tarde y que el sol pronto se ocultaría tras la montaña. Repentinamente, la oscuridad se aceleró.

Al despertar, el hombre del rifle me apuntaba a la cabeza.
-¿Qué pasó?- le pregunté, mientras tenía la sospecha de que el hombre no me entendía ni me escuchaba. Al final, antes de dormir, alcancé a escuchar bajo la oscuridad:

-Le dije a ese muchacho que habían lobos cerca.

sábado, 2 de enero de 2010

Embriaguez



Brindo porque
es el final.
Brindo por toda
el aura de incertidumbre
que le rodeó;
brindo por estar acá
y poderlo mirar.

La celebración se
extenderá hasta el
otro lado del mar.
Brindo por tu ausencia
y por las palabras de
despedida que el viento
arrastrará.
Brindo por cada
sentir que ahora se
transformará en
olvido,
por cada aliento ajeno
del otro lado del cristal,
por el sol y sus rayos que
nos calcinarán,
por la lluvia que se hace
extrañar pero que luego
nos ahogará.
Brindo por los días,
las noches y
los atardeceres.
Brindo por un nosotros
imposible,
brindo por los otros,
por los demás.

Brindo por tu
copa vacía.
Brindo porque
este es el final.