sábado, 15 de diciembre de 2012

María Angula


A muchos, comer tripas les parece repugnante. Pero a muchos más les encanta. Acá en Quito, son muchas las huecas donde las preparan; tripa mishki o chinchulines, como prefieren llamarlas los más aniñados, tirados a argentinos.

La fama de este bocadillo es tal, que incluso hay una leyenda urbana conocida como "María Angula", que trata sobre la supuesta historia de un individuo cuyas vísceras formaron parte de un plato de este exquisito manjar, y cuya espíritu volvía cada noche para reclamar a María por sus tripas.

En La Floresta, célebre sitio de reunión de los fans de los "agachados" como se llama a varios platos típicos sobretodo de la Sierra, que se consumen durante la tarde y noche, es común encontrarse con el humo del carbón, en donde las tripas cambian de un rosado claro a un café obscuro rebosante. Dependiendo de las exigencias del cliente, se sirven con mote, papas o salsa de maní. Muchos suelen acompañarlas con morocho caliente; yo las prefiero con Coca-Cola.

Otro mito muy interesante sobre este plato, es que su consumo ayuda a quienes padecen de úlceras o gastritis, debido a las grasas de estos intestinos, que supuestamente forman una película en el estómago, ideal para el dolor de panza.

Sin embargo, el rasgo que personalmente me llama más la atención, es la relación que un plato de tripas tiene con el presente: siendo un aperitivo cuyo consumo debe ser inmediato, me invita a pensar en la importancia de vivir el momento, de no dejar algo tan importante como darse un capricho, para después; de comer junto al fuego, de reconocer una parte de nosotros entre el humo del carbón; de no concentrarnos en un futuro inverosímil, en medio de la noche.