martes, 31 de enero de 2023

Jalando dedo

    —¿Cómo es eso? ¿Dónde está Diana? 

    —¡Dónde está Dianis oeee! 

    —Chiii este man... ¡no vuelvo a ver tus videos! 

    —... 

    Fueron varios de los comentarios en el último programa de su canal, Jalando Dedo, que inició por internet junto a su novia. Hacía tiempo que los desacuerdos se habían sobrepuesto a los besos y a los fines de semana y paseos. Pese a no tener plata, se las arreglaban siempre para ir de un lado a otro. Todo empezó aquella tarde en que, aburridos, decidieron colarse al carnaval de Amaguaña. El celular que le regalaron al Gustavo en Navidad todavía estaba nuevo, y lo que empezó como una payasada que casi le cuesta el teléfono por toda la espuma y harina, terminó en un programa que logró alcanzar uno que otro like.  

   Ya que el Gus y la Dianis estaban sin camello, se dijeron por qué no. Fue así que iniciaron con un programa de viajes, que contra todo pronóstico, y aunque no alcanzarían jamás a Luisito Comunica o Enchufe TV, lograría un importante rating que les permitiría conseguir algunos canjes y auspicios. Así se fueron para Imbabura, Esmeraldas, Manabí, la Amazonia, Galápagos, Guayaquil, Cuenca e incluso Punta Sal en Perú. No se lo podían creer. 

    —¡Hey, hey, hey guambras! ¡Bienvenidos a un nuevo Jalando Dedo! ¿Dónde iremos esta vez Dianis? 
    —¡Hola Tavo, hola amigos! ¡En esta ocasión nos colamos a las fiestas del Yamor en Otavalo! ¿Nos dan un aventón?     

    Pese a la sobreoferta de streamers en YouTube y Tik Tok, algo del Gustavo y la Diana lograba gustar a los internautas. Quizás esa campechanía que te hacía pensar que con poca plata pero mucho ñeque podías vivir un paseo interesante, aunque sea a la vuelta de tu casa; quizás esa química bacana que parecían lograr en pantalla, esa frescura de enamorados que, evidentemente lejos de cualquier romance de telenovela o de Hollywood, los hacía sentir que también era posible vivir una gran pasión en Carcelén o Chillogallo. No eran los chicos más guapos de la ciudad ni tenían los súper cuerpazos, pero se veían simplemente fabulosos.     

    Una tarde, durante una grabación en el complejo arqueológico Rumicucho, cercano a la Mitad del Mundo, un funcionario de la prefectura de Pichincha le pidió su Whatsapp a Diana. Algo celoso, pero intentando ser profesional, el Gus decidió esperar a que Diana le hablara del tema, algo que finalmente no sucedió. Una semana más tarde, en que tenían previsto acudir a La Maná de Cotopaxi, la Diana se excusó de ir.     

    —El sábado tendré que ir donde mi abuela a Tumbabiro, está enferma.     
    —¿Tumbabiro? ¿No es eso en Imbabura?     
    —Sí gordo, parece que la tendremos que ingresar en un hospital en Ibarra.     
    —Ya... chuta, sabía que tus papás eran de Ibarra, pero no que tu abuela fuera de Tumbabiro. ¿Ese pueblo no quedaba cerca de las piscinas termales de Chachimbiro, donde grabamos el programa de septiembre?     
    —Sí, solo que en esa ocasión no llegamos por allí, sino por Salinas.     
    —Ah, ¡es cierto! Chuta. ¿Y ahora qué hacemos?     
    —Bueno, si no te importa, podríamos aplazar este programa.     
    —Está bien. ¿No quieres que vaya con vos hasta Tumbabiro? por si acaso necesites mi ayuda en algo...     
    —No, tranqui. Además de mis papás estará mi ñaño y mis tíos.     

    Desde luego, no le creyó una sola palabra. Supuso que todo eso era cacho y que la Diana se iría en realidad para una actividad con la prefectura provincial. Sin embargo fingió creerle, adelantándose la madrugada del día siguiente hasta Chachimbiro, donde tenían unos pases que una hostería les obsequió como canje. Al día siguiente, tras acercarse al centro de salud del pueblo de Tumbabiro, descubrió efectivamente a la Diana con sus padres, todo acongojados. La abuela de la Diana había muerto durante la madrugada, y llevarla hasta Ibarra ya no tendría ningún sentido.     

    Verla con la cara hinchada por un momento impulsó al Tavo a correr tras ella y abrazarla. De hacerlo, sin embargo, descubriría que fue hasta Imbabura a espiarla y comprobar que no le había mentido. De pronto le sonó el celular. Supuso que, finalmente, Diana le daría la triste noticia. Tras reprimir sus ganas de ir a consolarla, Gustavo pensó que, de contestar el teléfono, capaz descubría su posición geográfica, por lo que apagó el móvil de inmediato, recordando poco después que no tenía instalado ningún navegador. De inmediato se alejó a pie lo que más pudo del pueblo, se hizo llevar por una camioneta hasta Urcuquí donde tomó un taxi hasta Ibarra y se subió en el primer bus que encontró hasta Quito, donde para mala suerte suya, un seguidor de su programa alcanzó a reconocerle.     

    —¡Tú eres el de Jalando Dedo, qué bacán! ¿Me puedo hacer una selfie con vos?       
    
    Pensó que de hacerse la selfie, Diana descubriría que estuvo en Ibarra, pero por otro lado, pensó que de oponerse a la petición, quedaría como un lamparoso hecho el rico. Luego de titubear, finalmente tomó una decisión.     

    —Perdona brou, me tengo que bajar acá, es que muy pronto grabaremos en una hostería y se me olvidaron mis cosas ahí, !Discúlpame, men!  

    Para mala suerte suya, ese día ya no tenía plata, y ninguna cooperativa de transporte le quiso vender un boleto con su tarjeta de crédito. Finalmente tuvo que pedir ayuda a su hermano en Quito, quien le transfirió diez dólares.     

    Ya en casa, mientras buscaba qué excusa verosímil inventar para no quedar como un idiota, decidió reordenar su vieja colección de casetes, entre los que halló uno de Medina Azahara metido en una caja de Guns N´ Roses. Al probarlo en su vieja grabadora se escuchó el tema “Solo y sin ti“. Nunca le había mentido a la Diana de esa forma. Nunca había llegado hasta ese punto por celos. Celos. Pero, ¿qué tipo de celos? Se preguntó. ¿Estaba molesto por no haberle contado lo del tipo de la prefectura? El tipo se veía viejo; no parecía ser del gusto de la Diana, bueno, alguna vez bromearon respecto a si saldrían con personas mayores que ellos, pero no pasó de una joda. Seguro se trataba de alguna propuesta de trabajo. Pero, ¿y por qué no se lo había contado?     

    Al día siguiente, Diana le llamó por teléfono. El Gus estaba tan ensimismado que se había olvidado de volver a prender el celular. 

    —Perdona, me quedé sin batería y no encontraba el cargador —le respondió. ¿Qué pasó?     
    —Mi abuela murió. No sabíamos si enterrarla en Tumbabiro o Ibarra. Finalmente mis padres decidieron enterrarla acá. Sé que podría ser una molestia, pero ¿podrías viajar hasta acá? si no tienes plata te hago una transferencia...     
    —¿Que tu abu se murió? -respondió fingiendo sorpresa. Temió que su reacción se notara tan falsa como un billete de tres dólares.     
    
    —Sí, falleció. Por favor ven a acompañarme.     

    Era casi la primera vez en la vida de Gustavo que viajaba a la misma ciudad durante dos días seguidos. Se sentía mal por lo que había hecho, sin embargo también le causaba curiosidad e indignación que la Diana no le dijera nada de su contacto con el tipo del Gobierno de Pichincha. Ya en la iglesia del pueblo, donde velaban a la abuela de su compañera de viajes y aventuras, el olor a palo santo y la ropa oscura le hicieron perderse en sus divagaciones, y tras abrazar durante al menos una hora a la Diana, mientras esperaban la orden de trasladar el féretro hasta el cementerio, el Gus decidió abrir la bocota en el peor momento posible.     

    —Diana, te quiero mucho y lamento lo de tu abue, pero necesito hablarte de algo. ¿Podemos salir de acá y sentarnos en el parque?     
    —Mejor hablemos más tarde o esperemos al entierro. ¿Te parece?     

    Por un momento, Gustavo volvió a ubicarse. Mientras el cura del pueblo bendecía las paleadas de tierra sobre la sepultura de la abuela de Diana, ella pareció olvidarse repentinamente de toda su tristeza, y tras despedir a la madre de su madre con una rosa y despedirse luego de sus padres que seguían vivos, apretó la mano de Gustavo y se lo llevó fuera del cementerio.     

    —¿Qué te parece si vamos a la hostería de Chachimbiro, donde teníamos esos pases de cortesía por el canje que nos dieron? sería una buena forma de sellar esto, a mi abue le hubiera gustado así -le dijo Diana, recordando en ese instante que ya había gastado uno de los pases día anterior. Algo en su cara debió revelar su obvia incomodidad.      

    —¿Estás bien mi amor? ¿Tal vez crees que hacemos mal en pretender relajarnos un poco?     

    Quiso decirle que no, que estaba muy bien ir a las termas y olvidarse de todo por un rato. Qué ir de paseo o de viaje no siempre coincidiría con los días más divertidos de sus vidas, pero que valía la pena darse un respiro. En el fondo solo le preocupaba que Diana cachara su mentira.     

    —No quiero ser aguafiestas, pero tengo que volver a Quito. Hay un man que tiene una hostería cerca de Baños que quiere que grabemos en su establecimiento, quedé en reunirme con él en un bar de la Foch —expresó fingiendo toda la seguridad que pudo.
    —Dale, vamos entonces, yo igual ya no tengo que hacer nada —replicó Diana, olvidándose de la piscina caliente.

    En el bus de regreso a Quito, mientras Diana dormía arrimada a su hombro, Gustavo intentó encontrar argumentos para sostener su mentira. Escribió a un amigo del colegio, Hernán, mucho más labioso que él, capaz de vender las piedras del camino al mismísimo diablo, pero para su mala suerte, esa tarde estaba invitado a un matrimonio en Puembo. Le marcó entonces a otro pana, Bayardo, quien por esos días andaba desocupado.

    —Baio, hazme un fa, necesito que te hagas pasar por el dueño de una hostal en Baños. Sí lo haces bien te pagaré veinte dólares y te invitaré a comer. Porfa, es de vida o muerte —escribió a su Whatsapp. Pero el mensaje solo se quedó en visto.

     Sintiéndose acorralado, y una vez despierta Diana, decidió pasar al ataque.

    —Dianis, ¿qué te dijo ese día ese cucho en la Mitad del Mundo? —Ella bostezó y estiró los brazos antes de continuar. —Hablemos de eso en Quito, por favor.
    —¿Cómo que en Quito? ¿Por qué no me has dicho nada? —respondió elevando un poco la voz.
    —Por favor Gus, hablaremos de esto en Quito —replicó Diana, intentado disipar la tensión.

    El resto del viaje no dijeron nada. El chofer del bus puso una peli de Bolliwood que trataba de un par de espías de Pakistán e India que terminaron enamorándose. Al llegar al Terminal de Carcelén, Gustavo se bajó del bus y se embarcó en el primer taxi que halló.

...

    Dos semanas más tarde, los comentarios y emoticones en el último video de Youtube de Jalando Dedo se empezaron a amontonar.

    —¿Ya no van a hacer el programa?
    —¿Qué fue que no han grabado nada nuevo?
    —¿Se les acabó la plata, ya nadie les quiere dar aventón?

    Tras una ley del hielo de varios días, Gustavo escribió a Diana un texto por Whatsapp:

    »Diana: Lamento habernos distanciado en estos días. Te amo y extraño mucho, así como extraño al programa. Debo sin embargo confesar algo. Te mentí. Creí que el día que fuiste a Tumbabiro acudirías a algún evento de la prefectura de Pichincha, pues creí que ese funcionario te había ofrecido algún trabajo que me excluía por completo, y que por recelo no me habías dicho nada... a menos que haya sido otra cosa. Perdóname. 

    Tres horas más tarde, luego de salir un rato en la bici para despejarse un poco y haber dejado el teléfono en casa, leyó una respuesta.

    »Gustavo: Tienes razón, en realidad ese funcionario sí me ofreció un trabajo, pero como asistente del área de cultura. Le pregunté si no habría la posibilidad de hacer algo que pudiera incluirte a ti también, pero me dijo que por ahora era imposible y que me confirmaría dentro de unos días. También disfruto del programa, pero a pesar de su éxito moderado, es imposible vivir solo de canjes. Con un pase a una hostería no puedo ayudar a pagar la luz de mi casa, ni puedo pagar del agua con un ticket mensual para cuatro hamburguesas. 

    »P.d.: No creas que no me di cuenta del pase a Chachimbiro. El dueño de la hostería me escribió un mensaje para preguntar si lo usaría también, ya que el otro fue utilizado por separado. Sin embargo no importa. Sé que me seguiste a Ibarra. ¡PEDAZO DE IDIOTA! ¿CÓMO PUDISTE? ¿Y SI NO ME ENCONTRABAS EN IBARRA, QUÉ, IBAS A VOLVERTE DE INMEDIATO A QUITO A BUSCARME O MEJOR APROVECHABAS Y PASABAS RICO EN CHACHIMBIRO? ¡Eres un huevón! ¡NO QUIERO VOLVER A VERTE NI ME ESCRIBAS MÁS, Y SI QUIERES CONTINUAR CON EL PROGRAMA ENCUÉNTRAME UN REEMPLAZO! 

...

    Como al mes y medio, Gustavo decidió subir un nuevo video al canal de Jalando Dedo. Después de todo, la vida no pararía. Supuso que Diana estaría satisfecha y cómoda en su nuevo trabajo, ya que no volvió a saber de ella, y puede que hasta ya tuviera otro novio. El día en que se animó a grabar de nuevo, un grupo de Chimbacalle organizó un recorrido por la ruta oculta de El Panecillo, dentro de la ciudad de Quito, por lo que no necesitaría conseguir plata para armar otro viaje. Empezó, como en efecto le había advertido Diana, a sentir la falta de cushqui en los bolsillos para hacer ciertas cosas. Esta vez nadie le reconoció, y caminar de inadvertido con el grupo que se formó para la caminata le brindó cierta paz, misma que fue interrumpida en el momento en que requirió que una de las personas lo grabe durante una parte del trayecto, para no tener únicamente tomas de selfie, recibiendo ninguna respuesta. El video finalmente le quedó desastroso, incluso en cuanto a sonido.
    
    —¡Qué video más turro chch, si me ponía el teléfono en el culo sacaba mejores tomas!
    —¡NO SE OYE NADAAAA!
    —“JEY JEY JEY” ZOQUETEEE
    —Se nota que Diana era la man que hacía el canal 
    —¡Te extrañamos Diana!
    —¿Cómo es eso? ¿Dónde está Diana? 
    —¡Dónde está Dianis oooe! 
    —Chiii este man... ¡no vuelvo a ver tus videos! 

    Por un instante casi decidió cerrar el canal, pero un último impulso respetuoso hacia la Dianis le hizo desistir. Después de todo, los comentarios tenían razón: Diana había sido la dura del programa.

...

    Tras la apertura del Metro de Quito, durante su primer viaje en tren, Gustavo vio a una pareja de chicas grabándose durante el trayecto. Una de ellas logró reconocerlo, y le pidió aparecer en el video.

      —Perdón chicas, ya no salgo en estas cosas.
      —Dale, ¡para nosotras sería bacán! ¡el programa que hacías con Dianis nos inspiró!
    Tras dejarse seducir por esa sobadita de ego, Gustavo redescubrió que ningún viaje duraría para siempre, y que más que el destino, lo emocionante era el viaje en sí mismo.

A Luka Stronzy