sábado, 31 de diciembre de 2011

El camino

Tus ojos se quedaron grabados
en mi memoria,
brillan mientras los faros se
desvanecen sobre una cortina
azul.
Tu piel se quedó grabada
en mis manos,
que escribirán sobre otros mundos,
chica del espacio;
tu voz se quedó grabada
en mi aliento,
que respira soñando en
ti mientras cruzo el umbral
de la vigilia.
Tu boca se grabó en mi boca,
que divaga en una canción mientras
flota sobre el camino.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Adiós al verano

Ya no veo al sol caer,
dentro de tus ojos,
ni la brisa nos acompaña
al caminar.
Ya no siento la arena en
los pies.
Ni las olas,
al abrazarnos.
Ya no escribiré
versos en la orilla,
que el mar,
arrebatará.
Ya no habrá
un dios que temer,
sólo la oscura libertad,
y una playa para
reposar,
del miedo que causa,
la distancia.
Y la necesidad,
de sobrevivir...
Ya no escucharé
tu nombre,
entre la lluvia,
ya no sentiré
tu tacto
ni el fuego
en tu piel,
Ya no escribiré,
versos en el aire.
Ya no habrá
un dios que temer,
sólo la oscura libertad,
y una playa,
para descansar.
Del miedo que causa,
la distancia,
del miedo que causaba,
la distancia.
Del miedo que causa,
la distancia,
del miedo que causaba,
la distancia.........










lunes, 5 de diciembre de 2011

Casino beat

Lo último que recuerdo de esa tarde es haber dicho que no.

El sitio, al que llamaban "Casino beat", pero que de casino sólo tenía el azar de los extraños que se encontraban, era una sucia covacha con cuatro mesas de madera por lado, un viejo monitor Panasonic que servía de karaoke, y una destartalada refri que servía de bodega para la embriaguez. Eso sí, la música era excepcional: desde Ilegales hasta Sepultura, atravesando Metallica, Soda Stéreo, una que otra de Vilma Palma e Vampiros y alguna más de Enanos Verdes.

Una palabra, cuya enunciación ya no recuerdo, fue la mecha que encendió la pólvora. De inmediato, el obscuro lugar, cuyos muros parecían recubiertos de rostros humanos, se vio iluminado por un destello al que inmediatamente siguió la música de los golpes y las pinceladas de la sangre. La música paró. Ni siquiera recuerdo quien dio el primer kiño; sólo sentí de inmediato que el alcohol, el fervor y la sangre elaboraban un coctel en mi cabeza.

Esa noche sentí que debía volver a mi animalidad. Lo último que recuerdo de esa tarde es haber dicho que no.