lunes, 5 de mayo de 2014

El último heavy

Mientras refunfuneaba por mi tesis inacabada y el escenario de Sodoma y Gomorra que se me vendría encima, ahora que tendría que buscar un empleo a mis ya 35 años, por casualidad había encontrado en mi viejo bar un cassette de Ángeles del Infierno, donde venía grabado el disco 666 de 1988. Al escucharlo en mi equipo Sony cuyo lector de compactos ya no sirve desde hace años, el viejo parlante cuyo bajo ya hace vibrar mis ventanas delató la voz de mi amigo Édison Pereira, a quién apodábamos en la clase de la U el gallego. Resulta que el Édison, junto con el Santiago y el Jorge, se pusieron a jugar con el cassette, simulando que presentaban un rock show radial al que habían titulado Rock and Box. Luego de egresar había perdido contacto con ellos, hasta el día en que la Diana, una chismosa que ahora trabajaba como relacionista pública, que sospecho siempre soñó con presentar un noticiero de farándula, me contó que el Santiago se había a ido a EEUU, que el Jorge se había casado y divorciado, y que del Édison, un tipo misántropo por naturaleza no sabía nada, puesto que siempre fue reacio a abrirse una cuenta de Facebook.
Algo indignado por haber encontrado la cinta pero también algo curioso por saber en qué momento mis compañeros la habían alterado, finalmente olvidé el episodio hasta esa noche de carnaval en que decidí visitar La Zona, que por motivos del feriado y del día lluvioso, parecía un colegio en día domingo.
Luego de deambular un rato, ingresé al Casino Beat, el bar que en tres o cuatro ocasiones frecuenté con varios amigos y amigas, a quienes intenté e incluso robé destrampes fugaces, al son de alguna canción de heavy metal en castellano de Obús, Barón Rojo o Mago de Oz. Además del letrero, el bar conservaba el mismo aspecto, salvo por una cosa: la música ya no era la misma. Empezó a llover más fuerte y la pereza me consumió más rápido de lo que supuse me consumiría la cerveza. Me senté al fondo (no habían más que tres o cuatro pelagatos) y pedí un combo.
La última novia que tuve me dijo que "era un tipo muy económico" y que con el tiempo, en lugar de volverme inmune al alcohol mi garganta se había vuelto sensible. De repente escuché aquella voz:
Grabamos en ese cassette mientras fuiste a almorzar con tu ñaño.
Era el Édison, y no sólo era él; era su vieja camiseta de Testament, su vieja chaqueta y cabellera.
—Chucha, no has cambiado nada —le dije. —¿Quieres una biela?
—Gracias loco —me respondió casi con el cristal abrazando sus entrañas.
—Qué verga de bar  —siguió; quise ir al Waiting o al Rocko, pero estaban cerrados.
Yo no era muy asiduo de esos lugares; sin embargo, en una ocasión entré al Rocko. Me pareció un sitio repugnante. El Casino Beat me gustaba no sólo por ser relativamente pequeño, sino además porque tenía una ventana bastante grande desde donde veías a la gente. El Lennon y el Ambrosía tampoco me gustaban del todo.
—¿Es la primera vez que vienes al Casino Beat? le pregunté.
—Qué te haces el loco careverga, no te acordarás que un día vinimos con el Santiago y el Jorge?
—Simón  —respondí.
—Te has engordado más cabrón, siguió.
—Jajajá.
Luego de varias canciones de rock latino que no me incomodaron en absoluto, el Edison a irritarse. Recordé enseguida que el lichigo era de la vieja escuela ochentera.
—Ya nadie se viste como vos —le dije, mientras en sus lentes se reflejaba la etiqueta de la botella de Pilsener, que había doblado de tal forma que en lugar de leerse la marca se leía Pene.
—No sé, pana; estos lugares en el fondo sólo buscan vender.
Me pareció muy lógica su apreciación.
—¿Has sabido algo del Santiago?
—Sí, el otro día le vi por la Plaza de Toros; me dijo que pensaba hacer un programa en una radio online con un primo. Luego supo que se fue a Boston, donde viven los hermanos.
—¿Y que hay de tu revista Rock and Box, sigue el proyecto en pie?
—Se hace lo que se puede, loco; ahí nos armamos una página con un pana y una man que sabe full de extremo.
—¿Ah, sí? ¿Y cuántas visitas has tenido?
—Sólo las necesarias —concluyó.

Hace varios años, solía ver que en algunas paredes de la ciudad ponían pintadas que decían "el rock no es consumo". Hoy casi veo sólo tags de grupos de hip hop. El Santi solía decir que era un tipo "atrapado en el tiempo", y que debió haber nacido en 1945, para poder llegar a tiempo a Woodstock 1969.
—La Diana me contó que vas a entrar a un Ministerio a trabajar...
—Sí, loco, y me piden que me corte el pelo, porque la directora es temática con eso.
—Supongo que la plata no te vendrá mal.
—Claro que no, pero ojalá no me pidieran eso. A mi primo el Beto quien está en una Subsecretaría nadie le dice nada.

Hace tiempo también tuve el pelo largo, pero se me empezó a caer. Empecé a llevarlo corto por eso, por comodidad (odiaba peinarme) y porqué empecé a tener la sensación de que mi cara ya no se adaptaba a eso.

—¿No crees que es una tontería lo del pelo? le dije, sin contarle los detalles tediosos de mi historia.
—Jajajá... respondió. Salud.

Tiempo después, me enteré de que el Edison se había cortado el pelo, pero que apenas había durado tres meses en el Ministerio. Ahora ha entrado a la sección urbana de un periódico, en donde también escribe sobre espectáculos. A veces sueño que vuelvo a dejarme el cabello largo y que vuelvo a andar con un walkman por las calles. Hace una semana pasé por el Casino Beat y descubrí que ahora era es una shawarmera. El día feriado del bar, al preguntar al Edison por qué quería que su revista se llame Rock and Box, me contestó que era porque la música también tuvo que entrar dando golpes.