jueves, 29 de enero de 2009

¿Quién tiene la razón?


Realizando un análisis de editoriales de los más grandes medios de comunicación del Ecuador me di cuenta de que todo el mundo reclama mayor libertad de expresión; sin embargo, ese "todo el mundo" tampoco representaba a todo el mundo: por todas partes se exalta a la oposición del oficialismo, y en ningún apartado o "defensor del lector" había un espacio para que alguien del otro bando pudiera defenderse. Ayer, en una de las ediciones de diario El Comercio, en una de esas contadas excepciones en que se publica la opinión de algún lector adverso a la línea editorial del diario, la "nota del editor" no se hizo esperar, resaltando la supuesta "libertad de expresión" en respuesta a una queja sobre una columna del cubano disidente Carlos Alberto Montaner (muy conocido por su oposición al régimen socialista de Fidel Castro).


No soy abogado del presidente Rafael Correa ni militante de Movimiento PAIS, sin embargo, al percibir las contradicciones que editores, columnistas y analistas de coyuntura camuflan tan perfectamente para no decir mucho, uno puede darse cuenta de que ese papel del periodista, tan cuestionado y a la vez tan defendido de "buscar la verdad", no es tal: por el contrario, y en muchos casos, el papel se convierte en un "redefinir la verdad", según tal o cuál sector la necesite.


¿Quién tiene la razón? ¿Será la derecha conservadora y omnipresente o la seudo izquierda dogmática y prorrevolucionaria? ¿Será la centroizquierda socialdemócrata tantas veces silenciada y subestimada o la anarquía que pretende convertirse en fuerza "política" luego de años de apolitismo? ¿Serán el mercado y sus tesis darwinistas y keynesianas que hace mucho desecharon los modelos de estado de bienestar por una mayor acumulación? ¿Serán los chinos, los hindúes, los judios, los musulmanes, los cristianos? ¡Quién tiene la razón!


Mientras conceptos como democracia, libertad de expresión, bienestar social, economía social de mercado y otros tantos sean ambiguos y relativos, el objetivo de la tan anhelada verdad parece estar cada vez más lejos de nuestro alcance.

martes, 20 de enero de 2009

Destroyer





Algo dentro de mí,


fluye fuerte y es gris,


no te siento aquí,


sólo al silencio.


Algo dentro de tí,


es oscuro así,


no consigo dormir,


no es lo que siento.


Ya,


la ciudad ya no,


es una respuesta al dolor


y no,


puede que no,


nada será igual,


nada, no.


Algo dentro de mí,


algo dentró de ti.


Algo cerca de aquí,


sólo el silencio.


Algo dentro de tí,


tenue lluvia de abril,


el recuerdo que no,


regresa nunca.


Algo dentro de mí,


algo inútil al fin,


algo cerca de mí,


es lo que siento.


Algo dentro de tí,


la ausencia al fin,


la respuesta que no,


tiene sentido.


Algo dentro de mí,


algo dentro de tí,


nada, nada así,


sólo el silencio.

martes, 13 de enero de 2009

Martes 13


No, no hablaré sobre algún monstruo al estilo de Freddy Krueger o Jason ni tampoco repetiré el ya conocido refrán que te recomienda no emprender nada en esa fecha. Simplemente quiero compartir una experiencia que me ocurrió durante esta mañana de martes 13 de enero de un año cualquiera.


Llegaba a la Universidad para dictar un taller en la Facultad de Comunicación Social cuando, en medio de mi acostumbrada distracción, escuché el fuerte llanto de un perro. Nunca me agradaron del todo ese tipo de animales; siempre me he sentido más familiarizado con los gatos. Sin embargo, he visto muchos perros, y creo que después de las personas son los seres vivos que más se dejan ver en la ciudad. Estaba justo en el ingreso oeste de la U. Central, la mayor Universidad del Ecuador. Los chicos llegaban apurados a clases: eran las siete y media de la mañana (acá se entra a las siete), por lo que la ansiedad se respiraba en el ambiente y también dentro de los vehículos que, sin ningún tipo de consideración aceleraban al cruzar el control de rutina de la guardia universitaria. "Era una man locaza en un carro plomo" escuché poco después a uno de los muchachos que había presenciado el accidente del infortunado animal.

Ya concentrado en el pequeño perro, cuya raza desconozco pero puedo describir que era uno de aquellos muy peludos y de color gris, lo siguiente que sentí fue un tipo de angustia causado por el agudo lamento de su interior. El perrito daba varias vueltas; entonces empezó a vomitar. "Creo que se va a morir" pensé. El animalito estaba en medio de la vía; de mi lado, unos metros más abajo estaban unos chicos aparentemente sin nada que hacer con varias expresiones: unos tenían cara de asombro, alguno trataba de esconder una carcajada inexplicable. Fue entonces cuando decidí acercarme. "Al menos voy a colocarlo sobre el jardín del otro lado para que muera con algo de dignidad", reflexioné ingenuamente. Entonces apareció alguien: tenía el aspecto de los chicos ecuatorianos que gustan del heavy metal. "¿Vas a acolitar a llevarle al perro? Más acá hay una clínica en la Facultad de Veterinaria" me dijo mientras levantabamos entre los dos al desafortunado perro.

El consultorio veterinario de la Universidad de no se hallaba demasiado lejos. Mientras llevábamos al perro, no decía nada. Por un momento me detuve a examinar sus grandes ojos negros, que bajo ese pelaje abundante brillaban a pesar del dolor.

-"La consulta cuesta seis dólares, ¿alguno de ustedes es el dueño del perrito?" nos dijo la joven practicante encargada del consultorio.

-No, sucede que le acaban de atropellar y decidimos traerle para acá- respondió el chico con quien intentamos socorrer a la criatura.

-"Chuta, le puedo dar desinflamantes y examinar si no tiene otras fracturas, pero no podemos tenerlo acá... pero si quieren asegurarse al menos de que le den hospedaje les recomiendo llevárselo a Protección Animal, que no queda muy lejos de aquí de la Universidad" continuó.

Por fortuna mi nuevo y a la vez desconocido amigo estaba en un vehículo junto a sus compañeros de facultad y trasladamos al perro hasta el Consultorio de Protección Animal Ecuador, ubicado unas calles más abajo de la Facultad de Veterinaria.

Al volver a amarcar al peludito animal, me acordé de todos los perros que alguna vez formaron parte de mi vida: una perrita que vivió con nosotros cuando eramos más chiquitos, otra perrita que encontré bajo un árbol y adopté por un tiempo pero que murió por un descuido mío, y otra perrita arrugada que mamá me obsequió durante la última navidad. Al bajarnos del carro para ingresar al PAE, el perro volvió a chillar con fuerza: una de sus patas estaba sangrando.

Hasta allí llego nuestra travesía. Tuve que seguir mi camino hasta la Facultad, en donde aguardaban mis alumnos del taller. El chico rocker y sus dos amigos se quedaron con el perro en el consultorio. Hoy me he puesto a pensar en lo duro que debe ser vivir no sólo para estas criaturas, sino para todos los seres vivos que se encuentran sólos en tantas circunstancias. No sé que pasará con el perro; me alienta un poco el hecho de que en el consultorio universitario la doctora nos dijo que el animal no tenía un mal aspecto y que parecía que estaba bien alimentado, por lo que posiblemente se trataba de la mascota perdida de alguien. Espero que así sea. Sin embargo, no puedo estar seguro.
Nunca le pregunté cómo se llamaba al chico que me acompañó a llevar al perrito. Supongo que en el dolor los nombres, etiquetas o refranes son lo que menos importa.