miércoles, 30 de octubre de 2013

Drácula

Lo malo de cuando estoy triste
es que escribo más y dibujo menos.
Recuerdo tonterías,
como aquella vez que una ex
robó mi libro de Drácula.
Después de desaparecer y reaparecer.
O aquel juguete que se cayó por la ventana,
en una tarde de lluvia.
El tiempo de obscuridad está por volver.
La brisa del parque atravesó mi espina
dorsal y nubló mi percepción.
Un grillo multiplicado por mil no para
de gritar
Puertas que se cierran y abren
silbidos
eso de prestar discos y libros es un desastre,
los libros duelen más.
Lo malo de cuando estoy triste
es que dibujo menos y escribo más
escucho el hielo quebrarse desde algún remoto lugar
cesó el canto del grillo
otra puerta se cierra
Recuerdo tonterías,
como aquel libro que robé una tarde
en que hice de la venganza una bocanada de placer.

miércoles, 21 de agosto de 2013

La plegaria

Mi mamá me había advertido. Que con eso no se juega. Que las películas son una cosa y la vida real es otra. Que la política de cualquier lugar del mundo siempre será una tontera. Que el único que gobierna este mundo y este universo es Dios. Discutíamos mucho sobre eso. Sobre si existía o no. Más de una vez, me mandó a la mierda por no ir a la misa del domingo. Mucho más en esa ocasión en que no quise ir a aquella de recuerdo del abuelo. Con el tiempo, sin embargo, empezó a ignorarme. Sospecho que su amor era más fuerte que sus creencias, aunque a veces insistiera en aquella frase de "primero Dios, después vos".

Esa tarde, en medio de la maleza del río Toachi, recordé varias cosas; primero, ese pasaje del libro de García Márquez que decía más o menos "muchos años más tarde, frente al pelotón de fusilamiento, el Coronel Aureliano Buendía recordaría esa mañana en que su padre le llevó a conocer el hielo". Me acordé también de una peli del Woody Allen cuyo título no recuerdo, donde antes de ser ejecutado se pasa toda una trama de situaciones hilarantes. No les mentiré. No me parece divertido estar así, y por más que intento recordar cosas chistosas para aplacar el miedo, estoy que me meo en los pantalones. Lo más horrible es esta tensión, de no saber en qué momento va a suceder. La adrenalina que me había empujado a la aventura, inspirado en parte por películas, libros y páginas de blogs sobre historia y revolución, en este momento es como agua fría en mi cabeza. No he parado de temblar; recuerdo que cuando estaba en la ciudad, en clases, en el bus o con mi novia, solía temblar, pero de felicidad o curiosidad. Esta vez es algo así como involuntario.

Mi mamá me había advertido, como la mamá de esa película mexicana "Rojo amanecer", cuando les dice a sus hijos, qué no se debe enfrentar al gobierno. Pero la prepotencia también es cansona. No quería seguir envejeciendo mirando como otros se paseaban por el mundo para regresar a hacer lo mismo. No quise ser un borrego más. En el fondo siempre supe que un momento así podría ocurrir. Pero ahora, solo espero que no me torturen. Que no me disparen en la cara, me corten los dedos, los dientes o me degollen lentamente. Que estos asesinos que para colmo se atreven a invocar a Dios tengan piedad. Le pido a mi abuelo, allá dónde esté, aunque muy en el fondo sé que en realidad no está en ninguna parte, que interceda mágicamente para que algo interrumpa este momento, como pasó en un cuento de Edgar Allan Poe, cuyo título tampoco recuerdo. Mientras miro al suelo, veo sus botas, y la punta de sus machetes. Ojalá que me disparen y las balas me hagan dormir enseguida, pienso suplicando, mientras noto mis lágrimas. Mi mamá me había advertido. Ojalá estuviera ahí ahora, como la vez en que se me bajó la presión al enterarme que perdí una materia en la universidad. Ojalá viniera mi abuelo como un zombie desde el más allá y les sacara la madre a esos tipos que están frente a mí. Ojalá pudiera hacerle lo mismo a los jefes de estas personas. Intentaría ser más piadoso, matándoles rápidamente. Pero qué va. Estos tipos sí que saben de crueldad. Nos están haciendo parir. Nos dicen que saben quienes son nuestras familias, porque han visto nuestras páginas de facebook gracias a los servicios de inteligencia, y qué serán ellos los que sigan. Qué suerte que antes de todo esto terminé con mi novia, pese a que insistió en que no lo haga. Espero ellos no sepan quien era (...)

Perdón, acabo de vomitar... esto todavía no acaba. Dios, si existes, haz por favor que esta gente tenga un shock mental y se caiga súbitamente sin disparar una bala o extender su machete. Y si no existes, haz lo posible por existir, aunque sea solo por este instante. Abuelo, si eres un fantasma y me escuchas, por favor evita que me maten. No, no vendrás. Estoy alucinando. Mamá, por favor reza por mí y dame algo de tu fuerza para superar este momento con dignidad. Ya no espero la gloria o la fama, ni convertirme en Rambo, solo irme a dormir con dignidad. Te quiero, mamá....

lunes, 15 de julio de 2013

Acción poética Marte

El ladrillo que arrojé desde
el aeroplano de neón,
que escapó de la atmósfera
el día en que el mundo se puso de cabeza
rompió el cristal cometa y erró el camino al sol.
Mil días y mil partículas,
si los huesos se convertirán en polvo los trazos
aún más.
Y mientras divagas entre Einstein y Hawkings te preguntas
si existirá un marciano que copie citas textuales en
el planeta rojo,
y una beata remilgosa
y un cerdo espacial.
Elevarse sobre la inmensidad del espacio
o hundirse sutilmente en una inmunda alcantarilla.
O hallar la inspiración en el sitio menos pensado.

jueves, 11 de julio de 2013

Último día de clases

   Mientras regresábamos a Quito,  con la mirada perdida en el cielo anaranjado de junio, no dejaba de preguntarme por qué la Vero no había venido. Que el Huera, la Lugmaña y el López no hubiesen viajado era comprensible, pues eran bastante humildes; sin embargo, hasta la Chalá y el Angulo nos acompañaron gracias al esfuerzo que hicieron sus papás por garantizarles un bonito recuerdo de la escuela.

   Pese a ello, la Vero, que siempre tenía más de mil sucres de colación, que cada año cambiaba de mochila y que cada semana venía con esferos nuevos, a diferencia de nuestros mordisqueados bolígrafos, no vino. Un día le presté uno de los míos, con la esperanza de que lo conservara para siempre. Mi desilusión fue grande cuando al día siguiente me lo devolvió. En fin. Supusimos que los papás quizá no la enviaron por temor a que se contagie de alguna enfermedad en las piscinas de Baños; o aún peor, seguro les parecía indigno que su estrellita de navidad se juntara con la longueada. A veces me preguntaba porque ella, pese a vivir en Chillogallo, acudía a nuestra escuela fiscal vespertina de La Alameda. Varios compañeros a lo largo de los seis años que compartimos en esas banquitas estrechas, despintadas y rayadas, se habían cambiado a otros planteles. Hasta el segundo grado, yo mismo solía mentir que me iría a la escuela municipal Sucre, que tenía mejores recursos que la Gonzalo Abad, a donde venían niños desde puntos tan lejanos del centro de Quito como Guamaní, el Comité del Pueblo o La Ecuatoriana, y que no sé cómo carajos hacían para regresarse a la casa, si ni siquiera teníamos bus de recorrido. A la Vero solía venir a buscarla su madre, una señora muy simpática que siempre se maquillaba con sombras de colores intensos en los ojos, pero que a diferencia de otras desdichadas madres le sentaban bien. Nuestro horario de salida era a las seis y cuarto de la tarde; a veces, pese a que en nuestra patria equinoccial se supone que los días y las noches deben durar lo mismo todo el año, al salir de la escuela ya había oscurecido e incluso se encendían las luces. Cuando llovía, entre las tantas prendas de la Vero había un ponchito amarillo que solía llevarle su madre, que le hacía parecer un pollo.

   Esa tarde del bus, regresando de Baños, se estaba haciendo de noche también. Una amiga, Jackie, fastidiosa, empezó a fregar ante todos que la Vero me gustaba. Acholado, dije que no, aunque me moría de ganas de decir que deseaba que el tiempo pasara y que nos volviésemos adultos para casarnos. Todos se rieron. Luego, alguien puso en la radio del bus un cassette con la canción del Meneaito, que con patéticos, tiernos y sensuales movimientos, hicimos el relleno perfecto mientras pasábamos por el Boliche, que a esas horas ya nos impedía ver el Cotopaxi.   

   Al llegar a la escuela, pese a la exigencia que hice a mi madre de no irme a buscar porque vivíamos a media cuadra -y por qué quería verme más "hombre"- fue a verme. Vino con mi hermano más pequeño, el Marco, quien me había prestado una pelota para jugar en la piscina, que perdí mientras divagaba pensando porque la Vero no había ido.

   Luego de ese sábado tan simpático, el lunes y martes la Vero faltó a clases. El Édgar, un man cargoso, llegó a insinuar que se había muerto. El miércoles sería el programa con la entrega de libretas, diplomas y toda esa vaina. En nuestros tiempos, nadie, por más vago que fuera, perdería jamás el año. Nos dedicamos a chismear sobre los colegios a los que iríamos: Mejía, Montalvo, Montúfar, Simón Bolívar, Manuela Cañizares; habían unos cuantos niños que todavía no sabían a qué colegio irían, y aún más, habían otros que aseguraban que no irían a secundaria. La Vero se había perdido esa charla; me moría de curiosidad por saber a qué colegio iría. Me moría de ganas de verla.

   Esa noche, el no tener teléfono en mi casa se convirtió en tortura china. En la lámina de un mapa de Europa, donde aparecía aún la Unión Soviética, recuerdo que escribí un número que me dio la Silvia, asegurándome que era de la casa de la Vero. No teníamos celulares, como tampoco tenía 500 sucres para ir a la tienda más cercana, ni monedas de Emetel, ni un teléfono público cerca. Necesitaba saber si iría al último día de clases. Esa noche, sin darme cuenta, soñé que le encontraba en el patio, que se me acercaba y me decía que siempre me había querido, pero que debido a mi timidez le daba cosas decírmelo. Al rato me di cuenta de que había visto mucha tele. 

   La soleada tarde del miércoles, todos los niños acudieron con el pantalón casimir que quizás ya no usarían en el colegio. Intenté en vano ir con un jean, pero mi mamá me lo prohibió rotundamente. Al acercarme a la escuela, la miré. La Vero se había contagiado de paperas, y acudió a la escuela con una bufanda. En ese momento, me apresté a decirle que, sin importar a donde nos lleva el tiempo, ni la pubertad, ni las mejillas hinchadas, la querría por siempre. Me acerqué. Entonces se interpuso su mamá, quien me saludó con cortesía. La Vero no puede acercarse- terminó.  

   Ese día, me quedé en el patio de la escuela hasta la noche. Todos se habían ido ya. La luz del poste parecía desprender miles de espigas con rumbo a todos lados. Recordé en ese instante qué, allá en Baños, los postes eran redondos. Me pregunté a donde iríamos la Vero, la Silvia, el Chalá, el Pérez, el Édgar y todos los demás. Un día, mientras buscaba algún billete, dentro de una enciclopedia encontré por casualidad la lámina de Europa de mi escuela, con un número escrito sobre el mapa de Rusia. Hace meses me reencontré en Facebook con varios amigos de la escuela, ahora padres de familia. Uno de ellos me dijo que ese ya no era el número de la Vero.

A Karly


sábado, 29 de junio de 2013

Turbobiela

Sangre amarilla,
el lejano domingo y su beatitud aún aguardan
en el fondo del cristal.
Filosofía de bar disolviéndose
con los asuntos más mundanos,
la música te de vueltas.
Faltan todavía unas horas para la
llegada de los marcianos verdes.
Un beso robado
y el sonido del metal en la losa,
impregnaron una pincelada en el lienzo
sabatino.
Sangre amarilla,
fulgor dorado,
arco iris gris azuláceo.
La noche es como una sala de cine
y nosotros la película.
La filosofía nos entró por una oreja
y salió por la otra.
Los besos robados desaparecen
entre la espuma.
Los marcianos se acercan,
exigen al público abandonar
sus butacas.
El sonido del metal ha pasado
de la losa al asfalto.
El domingo ahora es un lejano
sábado.

viernes, 24 de mayo de 2013

Synth

Oh, pequeña,
cuán pequeño es el mar
en tus pupilas.
Cuan efímero el instante,
cuán falaz el aliento.
Acá,
junto a un reloj en paro,
que 14 veces en una semana
dará la hora exacta.
Te miro y escucho música
que proviene de lejos.
Adelante y atrás.
La vida,
jinete espacial que nos conduce,
al paso de un gato cuya cabeza
contemplé desde el infinito.
Como cuando jugaba a recrear
el mundo,
con crayones,
sobre un terciopelo.
El cometa que rozó el planeta
que no recuerdo,
y que tal vez mirarás cuando
yo ya no pueda.
Se reflejará en tus ojos,
y alguien dirá,
un día,
oh, pequeña,
cuán pequeño el infinito
en tus pupilas,
y el mundo será otra vez de
terciopelo.

martes, 14 de mayo de 2013

Nuestra Señora del Destierro


Deja de estar pensando,
que cumpliré tus sueños,
me iré muy lejos,
y no volveré.
Renegaré,
cuando me sea imposible,
apartarme de tu lado,
y no saber, volar.
Porqué,
los chicos suelen dibujarte cartas,
y decirte tantas cosas copiadas de libros,
que quizás a veces,
no sentirán.
Y te pediré,
de vez en cuando,
el auxilio de la vida,
pero también,
sabré asaltarte y mentirte,
y probablemente no seré,
el chico ejemplar,
que sueles presumir a tus amigos.
Y dudaré de tu amor,
y dudaré de todo.
y querré irme muy lejos,
y no volveré.
Y en una isla.
sentiré que vivo junto a ti.
Y me querré marchar y solo pensaré en mí.
No sé si sea capaz
de entender tu dolor.
no creo en los días,
ni en las noches,
en que,
susurran tu nombre,
los invadidos por el miedo,
y la soledad.
Quisiera charlar contigo,
pero la convención social,
pondrá entre una barricada entre nosotros,
y,
quizás,
nos enseñe a odiarnos un poco,
y quizás,
para sobrevivir,
un día más.
No volveré.
Tu vida no es la mía aunque
la mía,
haya sido en ti.
No volveré.
No seré el motivo de tu orgullo,
aunque,
de vez en cuando,
lo hubiese querido ser.
No volveré.
No volveré.
aunque otros me recuerden lo
dichoso,
-que podría ser-
no volveré.