martes, 22 de junio de 2010

Vueltas


Esa ordinario día no pensó en nada: simplemente tomó la bicicleta con la esperanza de andar hasta donde más pudiera; no buscaba escapar, ni una aventura, ni ganar un torneo, ni siquiera le interesaba el medio ambiente; simplemente le dio por agarrar los pedales. Sin embargo, la cercanía de la noche le hizo por un momento pisar la tierra, tener intenciones y alcanzar una paradójica meta: volver a casa.

El parque era más grande de lo que se había imaginado; no había gente, apenas se escuchaban unos pájaros y la neblina apareció silenciosa, sin ser invitada por nadie. Fue entonces cuando la vio, sentada, bajo un árbol, con otra bici.

-¿Tienes la hora? preguntó, con cierta timidez, pero también con un ágil quemimportismo.
-¿Acaso crees que el tiempo importa aquí? le respondió dulcemente la extraña.
-Qué raro... ¿porqué dices eso? prosiguió el terrible aprendiz de galán.
-Porque este momento, seguramente, no volverá a suceder- concluyó la chica bajo el árbol, que traía un piercing en el rostro.
Pensó de pronto que todo tenía sentido, que el destino le había conducido precisamente a ese mismo lugar, a ese pedazo de tierra, en donde un pedazo de cielo en forma de neblina se había colado como una sábana entre los árboles, como la metáfora de un sueño.

-¿Cómo te llamas?
-Llámame como tú quieras.



Nunca pude lograr que me dijera su nombre. Han pasado varios años desde entonces; me pregunto si aún suele dar paseos en bicicleta y detenerse a descansar bajo los árboles.

Un día regresé al bosque con la esperanza de encontrarla, pero sólo pude descubrir un rastro infinito de nombres escritos sobre los árboles. La chica del piercing tenía razón; ese día no volvería nunca más a repetirse.

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