lunes, 27 de febrero de 2012

Para matar el chuchaki


   Aquel verano del 97 fue muy aburrido. Luego de rendir de mala gana los exámenes supletorios y de terminar una relación de cinco minutos con Glenda, la bella sobrina de la inquilina manaba de mi ma, pero con quien no hubo al final nada de química, decidí que era el momento propicio para suicidarme. Tomé un esfero Bic negro que de tanto masticar había convertido en un filoso cuchillo, y mientras apuntaba ideas sobre la forma más memorable de aniquilarme, el teléfono de la casa, que casi siempre sonaba para mi hermano mayor, preguntó en esa ocasión por mí.

   ―¿Juan? 
   ―¿Sandra? 
   ―Sí, soy yo. ¿Cómo estás? tuve una pesadilla horrible. Soñé que morías y que te tejía una bufanda negra para que tu cadáver no sintiera frío... por favor, dime que estás bien... 
   ―Descuida, estoy bien... y no te paniquées con eso, solo es un sueño. 

   Ahora resulta que la Sandy era una especie de adivina, medium o lo que sea. Bueno... A Sandra la conocí durante la infancia; parecía hablar con acento de la Costa (no tanto como Glenda) y al principio parecía un poco sobrada, aunque tímida. 

   Cuando mi prima Inés llegó desde Imbabura al quinto grado, se hicieron grandes amigas. Inés, Sandra y yo solíamos caminar juntos hasta la casa. En sexto grado también fuimos compañeros de catequesis. Un día, al salir a una excursión hacia Guápulo junto a varios grupos de primera comunión y confirmación de otras parroquias, nos perdimos. Estaba enfadado; siempre tuve mal carácter. Sandra e Inés, por el contrario, disfrutaron de esa tarde. Al final, la Sandy nos llevó a su casa y nos ofreció galletas con jugo de tomate de árbol. Luego de terminar la escuela, en julio del 93, Sandra se mudó a un barrio lejano del norte de Quito. No tuve teléfono en casa hasta 1995; de haber existido Facebook entonces, probablemente no hubiésemos perdido el contacto. Es por esta razón que se me hizo muy raro que la Sandy ubicara mi número, especialmente porque nuestra línea no constaba a nombre de mi padre.

    ―Gracias, Sandra ―le respondí. Recibiré con gusto tu bufanda esta misma tarde.

No hay comentarios: