jueves, 9 de febrero de 2012

Mientras espero


Dentro de unas horas vendrán por mí. Tuve varias oportunidades para superar la enfermedad, pero la ociosidad y cierta terquedad provocaron que me descuidara. Al final, dejé suspendidas para siempre varias actividades que tenía pendiente desde niño. Los libros que prometí concluir aguardan en varios sitios de la casa; la novela que empecé un día reposa en un cajón polvoriento, junto con varias hojas volantes publicitarias, pastillas y facturas vencidas.

La jaqueca que venía molestándome desde hace varios días tampoco se ha ido; tenía la esperanza de que el sueño me la arrebatara, pero al parecer solo se acostumbró aun más a mi sistema nervioso central. Siento que mis ojos han descansado, sin embargo al escribir estas líneas puedo notar como vuelven a agitarse. El teléfono no ha sonado todavía, lo que me permite unos segundos para despedirme de quien sea necesario, aunque admito en el fondo que esto, lejos de tranquilizarme, me provoca cierta angustia.

He sacado la basura, por si acaso nadie vuelva a entrar en mi casa durante un tiempo. No tengo muchas referencias sobre el sitio, salvo que está ubicado en el centro de una horrible ciudad, junto a una colina llena de yerba, en donde abundan las ratas, y en donde los pisos están hechos de madera rancia, mismos que enceran una vez a la semana, y que conservan un olor fétido entre humedad y grasa. Mi familia ha prometido visitarme, aunque sinceramente no les creo ni me interesa. Siento con el alma que lo que más odiaré es la cocina del lugar: nunca me pareció romántico el mirar ollas gigantes de acero cubiertas de ollín. Tampoco tendré privacidad. Los cuartos están llenos de literas, y no hay ventanas. Dicen que lo único agradable es el jardín, lleno de flores rojas y naranjas. También me han dicho que hay una bella imagen de la Virgen María, con un marco de luces de colores. ¡Si supieran que odio las figuras de los santos, y el olor de las velas que los acompañan!

Dicen que hay un sacerdote que oficia una misa cada domingo. En lugar de un maldito sacerdote preferiría una biblioteca, de la que nadie me habla porque no existe. Me han prometido que me dejarán libros de vez en cuando, lo que tampoco creo y tampoco me importa. Me comentan que el contacto con objetos físicos solo puede provocar recaídas. Mencionan que de vez en cuando te pasan píldoras, junto con las comidas. Dicen que hay una simpática jaula de pajaritos y una pecera, que supuestamente ayuda a la relajación de los internos, y que colocan música ligera de vez en cuando. Dicen que el lugar es una mierda, pero que es el sitio en donde estaré mejor. Espero que cuando llegue a ese sitio el sueño me domine por completo, para no mirar la yerba infestada de ratas, ni la jaula de gorriones ni la pecera, que el olfato también se me duerma para no percibir el aroma del piso encerado y las paredes húmedas, espero volverme insensible para no sentir el tacto de los internos, espero que los oídos se desvanezcan para no escuchar al personal ni a mi supuesta familia que irá por mí algún día, si es que puedo recobrar la conciencia.

El sueño está llegando, por fin. Qué alivio.

1 comentario:

naty dijo...

Yo también preferiría una biblioteca :)