viernes, 24 de febrero de 2012

Parte de todo


¿De verdad vas a morir? ― le pregunté sin titubeos.
―Sí, pero no siento miedo ―me respondió. Morir es otra parte del gran todo.

Bebimos. Esa tarde nos volvimos a encontrar después de dos meses de no vernos. La última ocasión, discutimos por alguna tontería, tan poco trascendental, que ya habíamos olvidado.

―Me gusta esta vida. Quisiera vivir sólo bebiendo.
―No lo sé, creo que me aburriría ―le respondí. 

Hace tiempo que sueño que moriré. Hay veces en que tengo miedo de que mis sueños sean premonitorios. Como aquella vez, en que soñé que iba en un auto, y al sacar el brazo por la ventana, una rata se metía bajo mi manga. Esa misma noche, una rata visitó mi departamento. O como cuando sueño con Violeta, mi ex, que siempre me augura que tendré dinero de una u otra forma durante el transcurso de ese día. Hay veces en que esas cosas me provocan un ataque de pánico. Ese día, Priska fue la única persona en el mundo a la que me animé a contarle. Nunca me lo ha dicho personalmente, pero varias de sus amigas murmuraron alguna vez que padecía cierto tipo de cáncer. En varias ocasiones he tratado de preguntarle, pero siento miedo. A veces quiero  creer que no es verdad, que se trata de un juego de mentirillas para llamar la atención. Alguna vez la quise. Hay  veces en que siento que todavía la quiero. Ojalá que todo esto sea falso. Que este mundo sólo sea el producto de la imaginación de un caprichoso escritor que de un mágico modo de un giro de 180 grados en su historia. Sin embargo, los únicos 180 grados que siento ahora son los del alcohol en mi garganta.

―No estés triste ―me respondió, luego de verme divagar.
―¿Vas a conducir así? ―le pregunté.
―Claro que no. Vamos a almorzar, yo te invito. ¿Qué te gustaría comer? ―prosiguió.
―No sé, lo que tú quieras.

Esa tarde, nuestros autos aguardaron por nosotros un poco más de la cuenta. Después de comer un par de bolones de verde, dos tazas de café y una porción de fritada, algo volvió en nosotros.

―¿Te gustaría subir a la terraza y mirar como se cae el sol? ―me preguntó.
―Sí, por qué no.

Ese día, por primera vez, el sol brilló de un modo distinto.





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