lunes, 15 de julio de 2013

Acción poética Marte

El ladrillo que arrojé desde
el aeroplano de neón,
que escapó de la atmósfera
el día en que el mundo se puso de cabeza
rompió el cristal cometa y erró el camino al sol.
Mil días y mil partículas,
si los huesos se convertirán en polvo los trazos
aún más.
Y mientras divagas entre Einstein y Hawkings te preguntas
si existirá un marciano que copie citas textuales en
el planeta rojo,
y una beata remilgosa
y un cerdo espacial.
Elevarse sobre la inmensidad del espacio
o hundirse sutilmente en una inmunda alcantarilla.
O hallar la inspiración en el sitio menos pensado.

jueves, 11 de julio de 2013

Último día de clases

   Mientras regresábamos a Quito,  con la mirada perdida en el cielo anaranjado de junio, no dejaba de preguntarme por qué la Vero no había venido. Que el Huera, la Lugmaña y el López no hubiesen viajado era comprensible, pues eran bastante humildes; sin embargo, hasta la Chalá y el Angulo nos acompañaron gracias al esfuerzo que hicieron sus papás por garantizarles un bonito recuerdo de la escuela.

   Pese a ello, la Vero, que siempre tenía más de mil sucres de colación, que cada año cambiaba de mochila y que cada semana venía con esferos nuevos, a diferencia de nuestros mordisqueados bolígrafos, no vino. Un día le presté uno de los míos, con la esperanza de que lo conservara para siempre. Mi desilusión fue grande cuando al día siguiente me lo devolvió. En fin. Supusimos que los papás quizá no la enviaron por temor a que se contagie de alguna enfermedad en las piscinas de Baños; o aún peor, seguro les parecía indigno que su estrellita de navidad se juntara con la longueada. A veces me preguntaba porque ella, pese a vivir en Chillogallo, acudía a nuestra escuela fiscal vespertina de La Alameda. Varios compañeros a lo largo de los seis años que compartimos en esas banquitas estrechas, despintadas y rayadas, se habían cambiado a otros planteles. Hasta el segundo grado, yo mismo solía mentir que me iría a la escuela municipal Sucre, que tenía mejores recursos que la Gonzalo Abad, a donde venían niños desde puntos tan lejanos del centro de Quito como Guamaní, el Comité del Pueblo o La Ecuatoriana, y que no sé cómo carajos hacían para regresarse a la casa, si ni siquiera teníamos bus de recorrido. A la Vero solía venir a buscarla su madre, una señora muy simpática que siempre se maquillaba con sombras de colores intensos en los ojos, pero que a diferencia de otras desdichadas madres le sentaban bien. Nuestro horario de salida era a las seis y cuarto de la tarde; a veces, pese a que en nuestra patria equinoccial se supone que los días y las noches deben durar lo mismo todo el año, al salir de la escuela ya había oscurecido e incluso se encendían las luces. Cuando llovía, entre las tantas prendas de la Vero había un ponchito amarillo que solía llevarle su madre, que le hacía parecer un pollo.

   Esa tarde del bus, regresando de Baños, se estaba haciendo de noche también. Una amiga, Jackie, fastidiosa, empezó a fregar ante todos que la Vero me gustaba. Acholado, dije que no, aunque me moría de ganas de decir que deseaba que el tiempo pasara y que nos volviésemos adultos para casarnos. Todos se rieron. Luego, alguien puso en la radio del bus un cassette con la canción del Meneaito, que con patéticos, tiernos y sensuales movimientos, hicimos el relleno perfecto mientras pasábamos por el Boliche, que a esas horas ya nos impedía ver el Cotopaxi.   

   Al llegar a la escuela, pese a la exigencia que hice a mi madre de no irme a buscar porque vivíamos a media cuadra -y por qué quería verme más "hombre"- fue a verme. Vino con mi hermano más pequeño, el Marco, quien me había prestado una pelota para jugar en la piscina, que perdí mientras divagaba pensando porque la Vero no había ido.

   Luego de ese sábado tan simpático, el lunes y martes la Vero faltó a clases. El Édgar, un man cargoso, llegó a insinuar que se había muerto. El miércoles sería el programa con la entrega de libretas, diplomas y toda esa vaina. En nuestros tiempos, nadie, por más vago que fuera, perdería jamás el año. Nos dedicamos a chismear sobre los colegios a los que iríamos: Mejía, Montalvo, Montúfar, Simón Bolívar, Manuela Cañizares; habían unos cuantos niños que todavía no sabían a qué colegio irían, y aún más, habían otros que aseguraban que no irían a secundaria. La Vero se había perdido esa charla; me moría de curiosidad por saber a qué colegio iría. Me moría de ganas de verla.

   Esa noche, el no tener teléfono en mi casa se convirtió en tortura china. En la lámina de un mapa de Europa, donde aparecía aún la Unión Soviética, recuerdo que escribí un número que me dio la Silvia, asegurándome que era de la casa de la Vero. No teníamos celulares, como tampoco tenía 500 sucres para ir a la tienda más cercana, ni monedas de Emetel, ni un teléfono público cerca. Necesitaba saber si iría al último día de clases. Esa noche, sin darme cuenta, soñé que le encontraba en el patio, que se me acercaba y me decía que siempre me había querido, pero que debido a mi timidez le daba cosas decírmelo. Al rato me di cuenta de que había visto mucha tele. 

   La soleada tarde del miércoles, todos los niños acudieron con el pantalón casimir que quizás ya no usarían en el colegio. Intenté en vano ir con un jean, pero mi mamá me lo prohibió rotundamente. Al acercarme a la escuela, la miré. La Vero se había contagiado de paperas, y acudió a la escuela con una bufanda. En ese momento, me apresté a decirle que, sin importar a donde nos lleva el tiempo, ni la pubertad, ni las mejillas hinchadas, la querría por siempre. Me acerqué. Entonces se interpuso su mamá, quien me saludó con cortesía. La Vero no puede acercarse- terminó.  

   Ese día, me quedé en el patio de la escuela hasta la noche. Todos se habían ido ya. La luz del poste parecía desprender miles de espigas con rumbo a todos lados. Recordé en ese instante qué, allá en Baños, los postes eran redondos. Me pregunté a donde iríamos la Vero, la Silvia, el Chalá, el Pérez, el Édgar y todos los demás. Un día, mientras buscaba algún billete, dentro de una enciclopedia encontré por casualidad la lámina de Europa de mi escuela, con un número escrito sobre el mapa de Rusia. Hace meses me reencontré en Facebook con varios amigos de la escuela, ahora padres de familia. Uno de ellos me dijo que ese ya no era el número de la Vero.

A Karly


sábado, 29 de junio de 2013

Turbobiela

Sangre amarilla,
el lejano domingo y su beatitud aún aguardan
en el fondo del cristal.
Filosofía de bar disolviéndose
con los asuntos más mundanos,
la música te de vueltas.
Faltan todavía unas horas para la
llegada de los marcianos verdes.
Un beso robado
y el sonido del metal en la losa,
impregnaron una pincelada en el lienzo
sabatino.
Sangre amarilla,
fulgor dorado,
arco iris gris azuláceo.
La noche es como una sala de cine
y nosotros la película.
La filosofía nos entró por una oreja
y salió por la otra.
Los besos robados desaparecen
entre la espuma.
Los marcianos se acercan,
exigen al público abandonar
sus butacas.
El sonido del metal ha pasado
de la losa al asfalto.
El domingo ahora es un lejano
sábado.

viernes, 24 de mayo de 2013

Synth

Oh, pequeña,
cuán pequeño es el mar
en tus pupilas.
Cuan efímero el instante,
cuán falaz el aliento.
Acá,
junto a un reloj en paro,
que 14 veces en una semana
dará la hora exacta.
Te miro y escucho música
que proviene de lejos.
Adelante y atrás.
La vida,
jinete espacial que nos conduce,
al paso de un gato cuya cabeza
contemplé desde el infinito.
Como cuando jugaba a recrear
el mundo,
con crayones,
sobre un terciopelo.
El cometa que rozó el planeta
que no recuerdo,
y que tal vez mirarás cuando
yo ya no pueda.
Se reflejará en tus ojos,
y alguien dirá,
un día,
oh, pequeña,
cuán pequeño el infinito
en tus pupilas,
y el mundo será otra vez de
terciopelo.

martes, 14 de mayo de 2013

Nuestra Señora del Destierro


Deja de estar pensando,
que cumpliré tus sueños,
me iré muy lejos,
y no volveré.
Renegaré,
cuando me sea imposible,
apartarme de tu lado,
y no saber, volar.
Porqué,
los chicos suelen dibujarte cartas,
y decirte tantas cosas copiadas de libros,
que quizás a veces,
no sentirán.
Y te pediré,
de vez en cuando,
el auxilio de la vida,
pero también,
sabré asaltarte y mentirte,
y probablemente no seré,
el chico ejemplar,
que sueles presumir a tus amigos.
Y dudaré de tu amor,
y dudaré de todo.
y querré irme muy lejos,
y no volveré.
Y en una isla.
sentiré que vivo junto a ti.
Y me querré marchar y solo pensaré en mí.
No sé si sea capaz
de entender tu dolor.
no creo en los días,
ni en las noches,
en que,
susurran tu nombre,
los invadidos por el miedo,
y la soledad.
Quisiera charlar contigo,
pero la convención social,
pondrá entre una barricada entre nosotros,
y,
quizás,
nos enseñe a odiarnos un poco,
y quizás,
para sobrevivir,
un día más.
No volveré.
Tu vida no es la mía aunque
la mía,
haya sido en ti.
No volveré.
No seré el motivo de tu orgullo,
aunque,
de vez en cuando,
lo hubiese querido ser.
No volveré.
No volveré.
aunque otros me recuerden lo
dichoso,
-que podría ser-
no volveré.

sábado, 15 de diciembre de 2012

María Angula


A muchos, comer tripas les parece repugnante. Pero a muchos más les encanta. Acá en Quito, son muchas las huecas donde las preparan; tripa mishki o chinchulines, como prefieren llamarlas los más aniñados, tirados a argentinos.

La fama de este bocadillo es tal, que incluso hay una leyenda urbana conocida como "María Angula", que trata sobre la supuesta historia de un individuo cuyas vísceras formaron parte de un plato de este exquisito manjar, y cuya espíritu volvía cada noche para reclamar a María por sus tripas.

En La Floresta, célebre sitio de reunión de los fans de los "agachados" como se llama a varios platos típicos sobretodo de la Sierra, que se consumen durante la tarde y noche, es común encontrarse con el humo del carbón, en donde las tripas cambian de un rosado claro a un café obscuro rebosante. Dependiendo de las exigencias del cliente, se sirven con mote, papas o salsa de maní. Muchos suelen acompañarlas con morocho caliente; yo las prefiero con Coca-Cola.

Otro mito muy interesante sobre este plato, es que su consumo ayuda a quienes padecen de úlceras o gastritis, debido a las grasas de estos intestinos, que supuestamente forman una película en el estómago, ideal para el dolor de panza.

Sin embargo, el rasgo que personalmente me llama más la atención, es la relación que un plato de tripas tiene con el presente: siendo un aperitivo cuyo consumo debe ser inmediato, me invita a pensar en la importancia de vivir el momento, de no dejar algo tan importante como darse un capricho, para después; de comer junto al fuego, de reconocer una parte de nosotros entre el humo del carbón; de no concentrarnos en un futuro inverosímil, en medio de la noche.

lunes, 29 de octubre de 2012

Gaviotas


Te pierdo,
y no hay sol ni palabras
que lo puedan remediar.
Es un viaje sin final,
es imposible detener el barco,
atravesar la tempestad.
No escucho màs la canciòn de aquella
playa en mi cabeza,
solo puedo mirar las gaviotas,
que anuncian que no hay destino.
Me pierdo,
y no hay luna ni palabras
que lo puedan remediar.
Es un viaje hacia el infinito,
es imposible detener la nave,
atravesar la tempestad.
No escucho más la canción del
firmamento desde tu cabeza,
solo puedo mirar las gaviotas,
que anuncian que no hay destino.

lunes, 6 de agosto de 2012

Eco

La vida,
un laberinto de palabras sin fin.
la voz se esfuma en diminutas partículas de luz.
varios fuegos formando un gran fuego,
el eco se desdibuja en cuanto cierras los ojos,
luces y sombras,
tanto que decir, tanto,
tan poco....

lunes, 9 de julio de 2012

Géminis

El horóscopo no siempre me pareció una huevada absurda. Dependiendo de la etapa de la vida que estuviera atravesando, creía o no en él. Era el típico ciudadano común que al tener un periódico entre las manos, la primera página que buscaba era la del horóscopo. Por ejemplo, si me gustaba alguien, siempre procuraba buscar la página de Walter Mercado en la revista Familia para anticiparme sobre sí la chica en cuestión me haría caso. También seguía el signo de mi exnovia, meses después, para saber si regresaría conmigo o no. En una ocasión, en que tuve problemas serios de plata, también lo revisaba a diario para saber si me llegaría pronto un trabajo o alguna chaucha.

Con el tiempo dejé de creer en los horóscopos, en dios y en algunas otras cosas.

Sin embargo, el tarot y las denominadas ciencias de la predicción no se apartaron de mi vida en absoluto. Mi padre, que en paz descanse, en una ocasión decidió convertirse en «brujo». Mi madre, decepcionada, me contaba a diario sobre las proezas de hechicero de mi viejo, quien un día llevó a la casa un libro que se había  hecho traer desde Italia, más grueso (e interesante) que la Biblia.
La presentación era de lujo: el lomo y los bordes de las páginas eran dorados y la pasta bastante gruesa, tanto que parecía una lámina de oro. A diferencia del ordinario horóscopo de los periódicos, el libro traía datos, carta astral y curiosidades de cada signo, según tu fecha de nacimiento, es decir, había un pronóstico personalizado para cada día del año, que también incluía su respectiva carta del Tarot. Papá era bastante receloso y siempre ocultó el libro bajo llave. Al morir, y luego de mi respectivo duelo, decidí apoderarme del libro. Un día, en que mamá salió donde los abuelos, busqué la llave del armario esotérico de mi viejo por toda la casa. Al volver, mi mamá me contó que mi padre, su esposo, decidió prestar el libro a un hermano suyo.

Durante varios años, el paradero del libro se me volvió una obsesión. Cada día de mi vida me imaginaba mil y un sitios donde pudiera estar. Un día hasta planeé ir a casa de mi tío César, el hermano de mi papá a quien prestó el libro y quien decidió quedárselo como un regalo suyo, pese a ser una persona profundamente católica y que despreciaba las artes adivinatorias por considerarlas satánicas. Mi desdicha fue tremenda cuando mi primo Paúl, me contó que el César y su esposa decidieron quemar el libro durante un año viejo para así dejar que el alma de mi papá descansara en paz, ya que mi tía Rosario era en extremo supersticiosa y se figuraba que mi papá vendría como un fantasma a jalarles de las patas para recuperarlo.

Pasaron los años, terminé el colegio y el recuerdo del libro y de mi padre se fue desvaneciendo. Mi madre se volvió a casar con un antiguo novio del colegio, quien acababa de divorciarse y quien por cierto tenía una hija muy guapa a la que me costó por mucho tiempo mirar solo como una hermana política. Empecé a salir con chicas, fui a la universidad y me gradué como profesor de Ciencias Sociales. Mi travesía por el mundo del materialismo dialéctico casi me hizo olvidar a las ciencias ocultas.

Una tarde, mientras iba por mi carro, que debía guardar en un estacionamiento cercano a la casa ya que en nuestro garage estaba la camioneta del nuevo esposo de mi mamá, una señora me quedó mirando de manera extraña. En aquel tiempo era más joven y moderadamente apuesto; supuse que tal vez le gustaba. Ella tampoco estaba mal, tenía el cabello largo y sambo, y por sus rasgos parecía costeña o colombiana. Por algún tipo de curiosidad, que no tardé en suponer sexual, decidí seguirla de camino a la tienda que quedaba en la calle del parqueadero. Al rato, la señora desapareció al entrar en una casa, y yo también tuve que marcharme al colegio donde trabajaba como profe de Historia. Una semana más tarde, mientras iba al cine con Lucía, mi novia, volví a ver a la mujer en el centro comercial.  Esta vez, la mujer no me miró: pensé que tal vez se debía a que iba acompañado. Por suerte, la Lucía no era nada celosa, y no le prestó la más mínima importancia al incidente.

Esa noche, después de dejar a la Lú en su casa, no pude evitar pensar en esa mujer. Aunque no era fea, tampoco era despampanante; admito que los primeros días hasta se me pasó por la cabeza y por el cuerpo más de una fantasía sexual con ella, que con los día se fue borrando. Desde luego, también pensé si estaba borracho, drogado o ante la posibilidad de dos mujeres gemelas. También me repetía que eso solo pasaba en las novelas, teoría que la Lucía apoyó cuando se lo comenté y cuando me echó en cara que miraba demasiada televisión. De este modo, el recuerdo de la mujer empezó a desvanecerse también y se habría desvanecido del todo, de no ser porque volví a verla varios días después, en el parque, mientras paseaba a mi perro, Sig. En esta ocasión volvió a mirarme, lo que me hizo saludarla.

—Señora, buenos días —le dije, intentando sonreír para mostrarme amable.

La mujer no me respondió.

Al día siguiente, la volví a ver, esta vez en el colegio donde trabajaba; estaba tan molesto por creer que la mujer era tan descortés al no devolverme el saludo, que en esta ocasión decidí no decir nada. Sin embargo, en esta ocasión, fue ella quien me deseó buenos días.

—Buenos días —respondí sorprendido.  —¿Viene a preguntar por algún hijo o sobrino?

—No, para nada —contestó. —Vine a dejar carpeta para el puesto de secretaria del rectorado.

—¿De verdad? —le respondí ingenuamente, olvidando por completo que la muletilla resultaba absurda.

—Sí —me respondió. —Además, en el horóscopo me salió que este día conseguiría empleo y estoy casi segura de que me sale —continuó.

—¿Sabe qué? yo también creo en el horóscopo —le respondí.

—Sí, a veces dice cosas interesantes —insistió.

Al rato, la mujer se disculpó, argumentando que tenía prisa por llegar a otro lugar.

Un mes más tarde, otra mujer, más joven y nada parecida a la que vi cuatro veces antes, llegó a ocupar el puesto de secretaria del rector. Por desgracia, la otra asistente que tenía las hojas de vida de las aspirantes al cargo, se había llevado la llave del cajón de expedientes, por lo que mi nuevo intento de volverme un espía casero fracasó.

El siguiente verano, la Lú decidió terminar conmigo ante mi negativa de casarnos, y empecé a salir con Mariana, una alumna de la universidad a quien conocí en un taller sobre la evolución de las costumbres sociales del Quito del siglo XX. Un día, mientras íbamos a una cafetería para presentarme a su mamá, una chica, bastante guapa y como de dieciséis años, se me quedó mirando. A diferencia de Lucía, Mariana era muy celosa.

—Disculpe, ¿le pasa algo con mi novio? —le dijo Mariana a la chica.

—No, nada. Es solo que le he visto a tu novio en la calle como tres veces, y la primera me quedó viendo...

—Tal vez era alguien parecido, porque él no tiene ningún gemelo —le dijo a la joven.

—Discúlpenme —nos respondió a Mariana y a mí, con una voz nada insegura.

Unos minutos después, la muchacha volvió a acercarse a la mesa donde esperábamos a la mamá de Mariana.

—Señor —me dijo. ¿Cree usted en el horóscopo? es que en mi signo me salió esta mañana que vería por cuarta vez a mi novio muerto...

sábado, 30 de junio de 2012

Centímetros de aire

Encontré tu foto,
entre las páginas de mi viejo libro de Bufalo Bill.
Buscaba cualquier cosa,
pero las cosas me encontraron.
Entre viejos papeles de recibos y cuentas,
poesías que un día fueron todo y hoy son leyendas cursis,
me pregunté por el sentido de las cosas.
Si los William Cody dejarán de ser héroes o si
empezaré a ser villano desde ahora.
En tu viejo departamento,
aguardando aún los papeles que nadie quiere recoger,
la sombra invertida que antes dejó una silueta es ahora
la de la tarde.
El billete de avión que al otro lado del océano se convirtió
en un cuerpo lejano,
las cifras en centímetros y centímetros de aire.
Dime algo,
dimelo todo,
no digas nada,
tampoco.
He olvidado los sueños.
Creo que eran todos,
pero desperté.
Me pregunto si estoy a tiempo aún de empezar de nuevo.
Alguien se acerca.
Le pregunto como fue la mudanza.
-Eso fue hace mucho, me responde.
Bienvenido al 2100".

sábado, 2 de junio de 2012

Regreso al bosque

Que extraño es,
mirar a los ojos
y hallar el vacío,
y no,
sentir el color,
atravesar,
las fibras más íntimas
y ser,
uno con el aire
y despertar,
bien,
y así seguir,
y así vivir.
Que extraño es,
escuchar mi propia
voz y sentir,
como la afonía
se apodera de todo,
y no ser más el grito
a fondo,
que estremecía
aquellas fibras
tan sensibles,
en todo.
Y no,
quien sabe más,
sí el viejo roble,
o las hojas secas
del rastro aquel.
Y quien sabe más,
si el rencor,
o la soledad.
Qué extraño es,
mirarme el espejo
al despertar,
una luz extraña,
como algo invisible
en la piel.
Qué extraño es,
estar de vuelta,
y ya no sentir
nada,
no sentir más nada,
solo estar.
Qué extraño es,
a quien le importa,
a donde te perdiste,
donde irás a parar,
ya no.
El rastro de hojas que
dejó,
el viento al escuchar,
mi voz tan afónica
y mis pensamientos
que se fueron
a algún lugar,
y quién sabe más,
si el rencor o la
soledad,
a quien le importa,
a donde te perdiste,
donde irás a parar.
Ya no....
ya no.
El rastro de hojas que
dejó el viento al escuchar,
se desintegra con
mi voz afónica
y mis pensamientos,
que se fueron
a algún lugar.

martes, 29 de mayo de 2012

Días de mi vida

El primer recuerdo que tengo de mi vida es el cielo azul nublado al otro lado de la ventana, las medias sucias en el piso recién encerado y la cobija revuelta en algún lugar. El primer recuerdo que tengo de la calle es una vitrina con personajes hechos de espuma flex, sobre un escenario de musgo y muchas luces de colores: era navidad. También recuerdo los muñecos que venían en el Cola Cao y la canchita que nunca llegué a coleccionar, así como el fútbol que jamás aprendí a jugar bien. La primera canción, de la que más o menos tengo memoria, fue 'The final countdown', de Europe, y 'Hay luto en mi alma' de Los Terricolas. Y el primer juguete, unos legos gigantes que mientras mis hermanos convertían en robots, yo me los metía a la boca.

Días de mi vida.

viernes, 4 de mayo de 2012

Chollima

Sobrevolar el tiempo y el espacio,
ignorar el cansancio,
acariciar el celeste prado.
¿Quién es el arquitecto de este universo?
Lograr que la fantasía arrebate varios
centímetros de piel a la realidad,
atravesar el tiempo y el espacio.
Recoger toda la sangre derramada
en vano,
reunir las palabras que rasgaron
susceptibilidades,
recuperar desde el fondo del mar
la herradura de la fortuna que
llevaba impreso tu nombre.
Sobrevolar el tiempo y el espacio,
arrebatar la piel a la realidad y
sumergirse en lo profundo,
encontrar la herradura con tu
nombre impreso,
reunir las palabras que rasgaron
el espíritu.
¿Quién es el arquitecto de este universo?

sábado, 14 de abril de 2012

Adiós niña

Adiós niña adiós,
en un instante,
me esfumaré,
y el futuro será,
un sueño sin fin.
Tus colores me harán,
sobrevivir,
Y un día entre la
nada te encontré,
era invisible el lazo
que siempre nos ható,
y hoy vives dentro de mí,
como una canción,
de algún jardín.
Adiós niña adiós,
no era el tiempo y el lugar,
palidecer,
sobre la piel,
cuando te veo llegar,
y quisiera que el olvido,
no,
nos pueda perturbar,
quisiera quedarme dentro
de aquel,
corazón,
que pintaste en la pared,
Adiós niña adiós,
no cambiará el mundo
porque,
nos hayamos conocido un
día de abril,
nadie se detendrá
a escribir,
nuestra historia solo vivirá,
dentro de ti y de mí,
Adiós niña adiós,
son tantas cosas que
quisiera poder decir,
pero me desvanezco y
me siento al fin,
parte de tí,
y de mí.
Guitarra invisible,
para el cantor,
y el calor,
que me da,
imaginar tu voz,
adiós niña adiós,
siempre te irás sin despedir,
siempre me iré de aquí,
con tu nombre en mí,
oh sí.

jueves, 5 de abril de 2012

El dueño de la calle

Mientras almorzaba el otro día en el asadero de don Pablo, me enteré por casualidad que se llamaba Rolando. Hasta ese mediodía, nunca tuve idea de que tuviera un nombre. Siempre le decían "no sea malito" "vea, de haciendo esto" "oiga" o simplemente "vecino".

No me di cuenta de su llegada hasta una tarde en que la Mary, mi vecina del segundo piso, mientras escuchábamos la radio en mi balcón, me insinuó que el hombre que caminaba en la calle con gorra y traje azul era un guardia de seguridad que había contratado alguien. Al principio creí que efectivamente era un guardia, hasta que noté que llevaba un palo que distaba de parecer un tolete y que el supuesto uniforme que traía más bien era una colección de harapos remendados.

Con el tiempo, me percaté de que el hombre permanecía casi todo el tiempo en la calle, y que su tarea principal era acomodar y vigilar los carros. Un día, mi hermano llegó enfadado a la casa, diciendo que un tipo que se cree el dueño de la calle le había pedido unas monedas.

Un día, Rolando se acercó a retaquearme. Me dijo que el dueño de la casa donde dormía estaba de viaje, y que necesitaba reunir unos cinco dólares para dormir en la hostal que quedaba a la vuelta de la esquina. Lamentablemente, tenía apenas dos con cincuenta. Le pregunté si le parecía suficiente y me dijo que sí. Regresé a dormir tranquilo, con la casi certeza de que quizás tendría otros dos dólares y que dormiría cómodamente en esa hostal, que suele estar repleta de suizos y gringos que suelen visitar el país.

El dueño de la calle, como le decía mi ñaño, tenía un acento entre costeño y medio paisa, por lo que muchos le llamaban el colombiano. Un día quise entrevistarle para un trabajo de mi universidad sobre Comunicación y Alteridad, pero misteriosamente el vecino desapareció por varios días. Nunca supe donde había ido; y como no tenía esposa ni hijos, aparentemente, nadie nos dio razones sobre él. Sobre su posible origen, la versión más verosímil me la compartió el zapatero de la cuadra, quien dijo que el dueño de un pequeño y no tan próspero restaurante ubicado casi el frente de mi casa le trajo en alguna ocasión de la Costa. Mi hermano, que parecía empeñado en echar al Rolando de la calle a toda costa, solía decirme que siempre le encontraba fundeando. Cuando finalmente vencí el pánico a conducir, el vecino me ayudaba a parquearme sin rozar a los carros que estaban a los lados. A veces también ayudaba con las compras a los vecinos, y sobre todo con el tanque de gas a las mujeres. Se convirtió en el asistente personal de todos. Un día, en que tuve que ir a traer mi televisor reparado del taller sin el auto, el hombre me ayudó a cargar el aparato, que resultó más pesado de lo que esperaba.

Así, la vida había transcurrido aparentemente normal hasta esa noche, en que el Rolando me pidió esas monedas y yo, seguro de haber hecho una obra de bien, fui a dormir plácidamente, hasta que recordé que no había sacado la basura de la casa. Era casi la una de la mañana, y cuando regresé de dejar la funda en el depósito, noté que una persona aparecía y desaparecía de la esquina, como si se tratara de un duende. Impresionado por la curiosidad, decidí espiar un rato más. Media hora después, el vecino atravesó toda la calle, para reaparecer durante la siguiente media hora.

Al día siguiente, quise preguntarle si había dormido en la hostal. En cuanto le saludé, me dijo que me pagaría los dos dólares con cincuenta más luego, cuando tuviera más propinas. Le dije que no se molestara; sin embargo, su comportamiento me siguió pareciendo extraño. Ese día, trabajó como siempre, acomodando carros, ayudando a cargar tanques de gas y bolsas de compras. Por la noche quise volver a espiarle, pero supuse que tal vez estaría durmiendo en el lugar de siempre y que no pasaría nada extraño.

Sin embargo, varias noches después, mientrás volvía a las dos de la mañana de visitar a mi novia, encontré al vecino corriendo por la calle, de la misma manera que la noche que olvidé sacar la basura. Recordé lo que me dijo una vez mi hermano, sobre su supuesta adicción a las drogas. Al día siguiente, encontré al Rolando dormido dentro del cajón de una camioneta que se aparcó a dos casas de la mía. Las semantas siguientes, noté que su aspecto había desmejorado bastante, y que sus ojeras estaban más obscuras. Supuse  que tal vez padecía tuberculosis, o sida. También lo hallé más pálido. Sin embargo, unos días más tarde volví a verle reestablecido, con una nueva chompa y un radio de pilas que lo cargaba por todos lados. También empecé a escucharle cantar, e invitar a los transeúntes de La Alameda a comer en un restaurante que quedaba en la esquina de nuestra calle. Supongo que alguien también le regaló un maso de cartas, con las que jugaba solitario. Por momentos pensaba que era positivo que de cierta manera, ese hombre que no tenía nada hubiese encontrado en nuestra calle una forma de subsistir. Sin embargo, me di cuenta al rato que en cada calle de la ciudad, había aparecido un nuevo hombre, cada uno con su forma de hacer las cosas. Hace tiempo que mi ñaño ha dejado ya de querer enviar a Rolando a la cárcel. Por suerte, no he escuchado quejas sobre él.

Me pregunto a donde irá a terminar esta historia. Me pregunto si el día en que se muera o le suceda algo, alguien vendrá para cuidarle. A veces hasta dudo de su nombre.

lunes, 5 de marzo de 2012

Sin parar

Te escucho.
Mi alegría se fundió
en la superficie del mar
con tu aliento.
En algún lugar sabía
que la locura un día
derivaría en una escena
real,
simple pero sublime.
Y verte es como mirar
a la carretera después
de una suave llovizna,
como sí pudiese limpiar
toda la pena.
Mientras permanecías
sonámbula invocaba tu
nombre para que ese
dolor que sentía no se
apoderara de mi sangre.
Era preciso continuar,
pero necesitaba reconfortarme
en tus ojos.

El viento no deja de soplar...

domingo, 4 de marzo de 2012

Baku

Devora esa parte de mi
sueño en que se aparta,
por favor,
devora el modo en
que la obscuridad envuelve
su aura.
Que solo permanezca
en forma de aliento
en mi corazón,
trágate su odio,
que permanezca dentro
mío en forma de luz.
Que esta espiral no termine
de arrebatarnos el día.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Día bisiesto

Te diré que te quiero aunque me odies,
el movimiento de traslación que cada año requiere
de otras cinco horas adicionales se tragará mis palabras.
Imaginaré que tu sonrisa atraviesa mi ventana invadida
por miles de puntitos como estrellas en el firmamento,
como acertijos que miro al cielo y una posible
infinidad de respuestas.
Como tallos de hierba,
como tréboles,
como hormigas.
Te diré que te recuerdo aunque me olvides,
el movimiento de rotación borrará durante el amanecer
mis palabras.

lunes, 27 de febrero de 2012

Para matar el chuchaki


   Aquel verano del 97 fue muy aburrido. Luego de rendir de mala gana los exámenes supletorios y de terminar una relación de cinco minutos con Glenda, la bella sobrina de la inquilina manaba de mi ma, pero con quien no hubo al final nada de química, decidí que era el momento propicio para suicidarme. Tomé un esfero Bic negro que de tanto masticar había convertido en un filoso cuchillo, y mientras apuntaba ideas sobre la forma más memorable de aniquilarme, el teléfono de la casa, que casi siempre sonaba para mi hermano mayor, preguntó en esa ocasión por mí.

   ―¿Juan? 
   ―¿Sandra? 
   ―Sí, soy yo. ¿Cómo estás? tuve una pesadilla horrible. Soñé que morías y que te tejía una bufanda negra para que tu cadáver no sintiera frío... por favor, dime que estás bien... 
   ―Descuida, estoy bien... y no te paniquées con eso, solo es un sueño. 

   Ahora resulta que la Sandy era una especie de adivina, medium o lo que sea. Bueno... A Sandra la conocí durante la infancia; parecía hablar con acento de la Costa (no tanto como Glenda) y al principio parecía un poco sobrada, aunque tímida. 

   Cuando mi prima Inés llegó desde Imbabura al quinto grado, se hicieron grandes amigas. Inés, Sandra y yo solíamos caminar juntos hasta la casa. En sexto grado también fuimos compañeros de catequesis. Un día, al salir a una excursión hacia Guápulo junto a varios grupos de primera comunión y confirmación de otras parroquias, nos perdimos. Estaba enfadado; siempre tuve mal carácter. Sandra e Inés, por el contrario, disfrutaron de esa tarde. Al final, la Sandy nos llevó a su casa y nos ofreció galletas con jugo de tomate de árbol. Luego de terminar la escuela, en julio del 93, Sandra se mudó a un barrio lejano del norte de Quito. No tuve teléfono en casa hasta 1995; de haber existido Facebook entonces, probablemente no hubiésemos perdido el contacto. Es por esta razón que se me hizo muy raro que la Sandy ubicara mi número, especialmente porque nuestra línea no constaba a nombre de mi padre.

    ―Gracias, Sandra ―le respondí. Recibiré con gusto tu bufanda esta misma tarde.