viernes, 15 de marzo de 2019

Jesús y Satán

   ¿De verdad te llamas así? le dijo el niño pastor, carisucio y con la cara llena de mocos al otro, más recatado y que aparentemente andaba perdido.
   —No tengo idea; hace cuarenta días que no he visto a mis padres— respondió, extrañado.
   —¿Tienes hambre? en la mochila tengo choclos y habas cocinadas.
   El muchachito de ciudad no acostumbraba a comer ese tipo de cosas, pero ya que no le quedaba de otra, tuvo que aprovechar el pequeño banquete.
   —¿Y me dices que no vas a la escuela?— prosiguió el fuereño, mientras miraba fijamente las manos del pequeño pastor.
   —Mi papá dice que debo cuidar los borregos.
   —¿Pero no lo harías mejor si supieras sumar y restar, el proceso de fotosíntesis o de donde vienen las cosas?
   —Se supone que ya lo sé.
   —Por ejemplo... ¿quién es el rey del universo?
   —Mi padre.
   —Jajaja... ya quisiera ser tu hermano.
   —¿Y quién te ha dicho que no lo somos?   —respondió plácido el pequeño campesino, ante la mirada desconcertada del niño de ciudad.
   Mira...si te doy un caramelo, ¿me dejarías jugar con alguna de tus ovejas? —propuso el niño de cara más aseada.
   —Dale. Pero si llegas a perderla, tendrás que darme dos de vuelta.
   —¿Y por qué lo haría? ¿no sería una nada más? veo que sabes de intereses...
   —No puedo arriesgar mi capital.
   —Eres un pillín —reaccionó el citadino sorprendido—. De acuerdo, dejaré en paz tus ovejas, pero un día morirás también.
   —Sí, pero volveré —replicó el pastorcillo.
   —Nadie regresa de morir —respondió Satán.
   —Solo morimos en el pensamiento de los que existen —concluyó Jesús.
   —¿Y ambos, existimos en verdad?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesante reflexión jijiji.