La curiosidad pudo más y guardé el número de inmediato. Terminado el café, y tras salir a la calle, las dudas sobre el número hicieron un nudo en mi cabeza. ¿Se trataría de alguien que quiso dejar un mensaje secreto? ¿quizás un número apuntado por alguien cuyo celular andaba sin batería? ¿un hombre? ¿una mujer? ¿un niño, un ángel, un demonio o un extraño ser? Ya en casa, decidí llamar a aquel número desconocido; antes de hacerlo, recordé por un minuto que hace años, tuve un sueño en que una chica que me gustaba durante la adolescencia me daba su número de teléfono, pero siempre aparecía incompleto.
«¿Y si fuese este el número, por fin?» pensé ilusionado por un momento. «Creo que veo demasiada televisión». Me decidí por fin a marcarlo, pero descubrí con tristeza que ya no tenía saldo. Era de noche y no podría ya salir a una cabina para probar, pues el teléfono fijo de la casa estaba bloqueado para llamadas a celular.
Al día siguiente, esperé con ansias que las cabinas cercanas a la casa abrieran. El número estaba completo; cada uno de sus diez dígitos era como una helada gota de lluvia sobre mi espalda. Pensaba entre tanto en una coartada. ¿Qué diría? «Si es un hombre, simularé preguntar por un tal Santiago; si es una chica, por una tal Isabel». Desde luego, jamás sería Elizabeth, la chica de mi adolescencia. Pero, ¿y si lo fuera?
Horas más tarde, volví a buscar la cafetería con el libro de la mujer pájaro en la portada. No pude hallar el lugar. Pensé que tal vez me había perdido, o que quizás alguno de los negocios con la lanfort cerrada era el sitio aquel. Esperé hasta la noche. El sitio no aparecía, ni el libro en la vitrina. Había varios cafés, pero ninguno se parecía. «No puedo creer que se hayan mudado precisamente anoche», pensé. Fue entonces que decidí volver a probar el número. Durante el día, cada dígito que parecía una helada gota de lluvia me había dejado perplejo. No me atreví a llamar. Pero esta vez lo haría, o me volvería loco. Con unas pocas monedas alcancé a ponerme algo de saldo. Superado el trance, me animé a marcar. «El número al cual llamaste, no está disponible».
Varios días después, casi superada la melancolía por el sitio y el número imposibles, llegué a una feria de libros. Estar allí me hizo suponer que deben existir miles de libros en el mundo, y muchos miles más de libros imaginarios que quizás no existen aún. Extrañado, me sentí sereno por fin, con la mirada perdida en uno de los estantes de la feria. De pronto, siento que por la espalda unos dedos fríos me dan diez topes. Es la mujer pájaro.
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