jueves, 22 de octubre de 2009

Péndulo


-¿A dónde diablos vas?- fue la última frase que escuchó antes de abandonar la supuesta cordura que lo enlazaba a la sociedad.
Era de noche, y el ruido de la tormenta dificultaba entender la música de la radio. Con los nervios de punta, manejaba a toda prisa, sin ninguna noción de algún lugar donde llegar. En la guantera aguardaba el revólver que según el abuelo sirvió varias veces para espantar ladrones allá en el páramo de Bolívar, y que se lo había robado junto con un piano de juguete al que le faltaba una pata.

En la parte posterior del auto una especie de bulto golpeaba el chasis con insistencia. Por un momento el nervioso conductor quiso detenerse y acabar con todo, pero por otra parte el miedo le congelaba las manos, y le hacía temblar. La proximidad de una patrulla de policía le exaltaba a tal punto que en lugar de pensar en detenerse aceleró mucho más. Fue entonces que un oficial le obligó a parar.

Licencia y matrícula- dijo el policía, que tenía cara de urgencia bajo el horrible impermeable de poliester.
Tenga- le respondió.
Está yendo muy de prisa, qué se cree, Schumagger?- replicó el chapa.
Tenga, jefe- dijo el conductor, mientras sacaba un billete de veinte dólares, probablemente el último que le quedaba.

Luego de la bochornosa situación, de atravesar dos peajes y de perderse en medio de un monte, finalmente se detuvo.

Qué haré contigo ahora?- se dijo así mismo.

En el barrio y en la casa creyeron siempre que estaba loco, debido a su costumbre de hablar sólo. Fue tan sofisticada su manía que incluso solía sacar el celular, simulando un diálogo. Le gustaba charlar acerca de política, de la necesidad de preservar el ecosistema y de una cierta xenofobia que contradecía todo lo demás. Gustaba además de frecuentar librerías de textos usados y viejos, argumentando que "detrás de cada libro viejo, había una historia", historia que le gustaba simular investigar. Durante las navidades solía caminar buscando nieve (como si en el trópico pudiera encontrarla), llevando consigo un balde y una pala. En una ocasión logró al menos construir un muñeco de granizo. Probablemente fue la única vez que le vieron feliz.

Esa tarde, la última vez que le vieron, no había charlado con nadie, ni siquiera consigo mismo. Según comentaron unos días después, apenas compartió unas palabras con sus padres, los mismos que hacían gestiones con la Policía. Alguien se atrevió a insinuar que escuchó un disparo.

¿Qué haré contigo ahora?- volvió a preguntarse, mientras la radio dejaba de sonar y la carretera parecía borrarse...

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