
En ese instante ignoraba que ese café que bebíamos juntos sería el último. Hacía frío; eran como las seis de la tarde, y debido a mi origen equinoccial, no sabía si aún era de tarde o si ya era de noche. En todo caso no importaba; mañana volvería a casa.
-Quisiera conversar sobre tantas cosas- le decía a mi cabeza. -¿Por qué será que siempre reaccionamos un poco tarde? concluí.
Casi de inmediato recordé todas esas cosas que quise hacer pero de las que sólo me quedaron las ganas: trotar junto al río, caminar a solas por el bosque, caminar sobre el puente. Sólo pude recoger un poco de nieve entre mis manos.
Frente al televisor que estaba apagado, estábamos ella y yo, sin decirnos nada. Las horas transcurrieron. Nunca más nos dijimos nada.
El invierno siguiente supe que su madre había fallecido; hacía tiempo que dudábamos sobre dar un paso hacia adelante. Hace no mucho que decidí dar varios pasos atrás. Ella volvió con su antigua pareja; yo quise volver con la mía pero ya no fue posible.
Hoy hemos charlado por teléfono unas pocas palabras. Algo me advirtió en secreto que ella estaba enferma; me alivia saber que se encuentra reestablecida.
Al volver a hablarnos, la sensación que sentía al charlar con ella ya no fue la misma.
A Leticia