martes, 30 de junio de 2015

Luka

   En mi familia siempre me hicieron creer que era todo un artista. Decían que era capaz de dibujar cualquier cosa que me propusiera. Mi tío Edgar, que ahora vive en España, me dijo una vez que imité a la perfección a Piqué, la mascota del Mundial de México 86. Incluso hace poco, mi tío Germán, mecánico de profesión, me dijo que dibujaba cada tornillo de cada perno de un motor. Ni vergas. Todos esos mitos se vinieron abajo cuando le conocí al Luka, un tipo que aparentaba menos edad de la que tenía, y que llegó a mi curso el primer día de clases del año lectivo 95-96 del colegio Montúfar. Con mis amigos Sebastián y David solíamos reír al escucharle cantar: el tipo parecía vivir en un karaoke o algo así. «Seguro son unos patasucias», nos dijo una vez, con arrogancia.

   Pese a ello, el Luka me cayó bien; y aunque se las daba de melómano precoz, incapaz de compartir sus casetes originales de Ángeles del Infierno, un día, luego de gran insistencia, accedió a prestármelo por fin, no sin antes, claro, destrozar el mito de que era el mejor dibujante de Quito y del país, en alguna ocasión que quedamos intercambiar nuestros dibujos. Al volver a casa, luego de rebuscar entre los cuadernos de borrador, recopilé dos páginas de garabatos. Luka Stronzy, quien se autobautizó así tiempo después, trajo dos cuadernos completos con bocetos envidiables de Los Caballeros del Zodiaco.

   Además de aspirar a músico, el Luka solía coleccionar cosas; guardaba los tazos de las papas fritas, varios álbumes de cromos y un montón de cintas copiadas, que él mismo se daba el trabajo de decorar con sus respectivos logos. Al igual que yo, era malo en matemáticas y ciencias: un día, se tomó la molestia de copiar todo un libro de Química en su banca. El profe no sólo lo felicitó por tamaña hazaña, sino que le puso tremendo cero. Con el Sebas, el David y el Luka, además, fuimos los pioneros del Messenger, que en ese entonces llamábamos Diálogo. En una ocasión hicimos todo un debate por escrito de un compañero al que detestábamos, de apellido Villota, del cuál, se quedó casi para siempre la broma de cantar, mientras andábamos en la escalera china o los cabos en Educación Física, «baila Villota, baila». Cuando el profe de cívica (un mediocre exsoldado del ejército, que nos robaba los sueltos cada vez que tomaba un prueba) nos cachó, envió nuestra tertulia al inspector general, lo que provocó que nos cambiaran de puestos.

   Durante cierta navidad, en que andaba bobazo por una man llamada Elizabeth, el Luka y yo nos aventuramos en los cuasi prohibidos terrenos de la 24 de Mayo para visitar el lugar más asqueroso pero fascinante donde vendían casetes de rock: el Punk + Metal. Un día, vi un compilado donde estaban bandas como Muro, Obús... y ese otro (no conocía bien a las otras bandas). Al volver, por accidente, arrojé un puesto de maní y habas fritas. Con nuestros elegantes ternos del colegio, decidí que debía tomar la situación con calma. El Luka estaba nervioso. Minutos después, un manotazo de una señora que quiso cobrarme de los confites regados por la calle, me hizo ver estrellas.

   Entusiasmados por las letras de Ángeles, Barón Rojo y Obús, decidimos un día conformar la banda Bromo. En  ese entonces, todavía creía posible grabar una canción de death, una de heavy, una balada y una de punk en el mismo disco, con una de black como bonus track. El Luka no solo me explicó que eso no era factible -debido a que cada banda destacaba por un estilo-, sino que Bromo debía ser la banda más del putas de Quito y del planeta. Desde luego, también buscamos inspiración en bandas locales como Mortal Decisión, Enemigo Público o Total Death. El primer concierto al que acudimos fue el Conchazo de 1997. En 1998 vimos a Basca por primera vez en Amaguaña. Tiempo después, finalmente pudimos ver a Juan Gallardo y los Ángeles del Infierno, en el show que abriría las puertas para que el heavy de calidad finalmente visitara el país. Los años pasaron y nuestra banda se quedó en hojas de papel, garabatos, bocetos de logos y letras inconclusas. El Luka siguió con su sueño y junto a unos panas fundó Inocencia Perdida.Yo, por mi parte, todavía sueño con dibujar algo más que unos garabatos.

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