domingo, 15 de diciembre de 2024

Enemigo mío

Tu vida,

un laberinto de incertidumbre,

una ruleta rusa,

una novela de espías.

Un slam en el metro,

una fiesta en todas y en ninguna parte.

Tu vida,

el eslabón de muchas vidas,

el alma de tantas reencarnaciones.

Una montaña rusa,

una tómbola americana,

un disco chino.

Escuchas la radio y parece hablarle a tu voz interior,

mientras te pregunta:

¿qué buscas de la vida?

Y crees hallar la razón en terceros,

pero siempre vuelves a ti y solo contigo.

Tu vida,

tu vida,

una espiral dialéctica de guerras y armisticios,

contigo siempre en el medio.

Tu vida,

tu vida.

domingo, 1 de diciembre de 2024

Una historia sobre mí

     

    Hace dieciséis años me declaré por primera vez a alguien. Estaba nervioso: era diciembre, llevaba el uniforme de parada del colegio Montúfar y la había encontrado por casualidad en uno de esos desfiles por fiestas de Quito. Ese día elegimos al consejo estudiantil y con un amigo decidimos luego de votar ir por unos casetes en el Punk+Metal del centro histórico.

    Previo a ese día la conocí meses atrás, un viernes de abril de 1996 en el Círculo de la Prensa de la calle Mejía, ubicado frente al antiguo Registro Civil. Me gustó desde el primer momento en que la vi; era una tarde de viernes y el club de periodismo tenía un evento de reconocimiento para cierto personaje que al parecer llegó después de mí, pues, cuando lo hice, todos se pusieron de pie pensando que yo era el homenajeado. Tras sentirme importante por cinco segundos y mientras todos se reían por la confusión, la vi por primera vez. Estaba adelante, con una comitiva de su colegio y llevaba el uniforme de parada de leva azul oscuro y falda gris del colegio Consejo Provincial. Su cabello y ojos parecían del color de la miel y llevaba un cerquillo en la frente. Puede que exagere por efecto de la nostalgia, pero me pareció la chica más linda que había conocido en mi vida.

     Al día siguiente, un sábado por la mañana, mi sorpresa fue grata al verla de nuevo. Esta vez lucía un atuendo más sencillo, aunque lucía igual de bonita. «Me llamo Elizabeth, y mi amiga es...» importaba poco. «Soy Jorge». Aquellos sábados de abril y mayo previos al verano del 96 fueron quizás los más felices de mi adolescencia; cada vez que andaba ya por la Mejía y estaba por llegar al Círculo donde se reunía el club sentía cierto nudo en la panza, que me atemoriza pensar no vuelva a sentir jamás.

     El último sábado, en que se haría la clausura del ciclo de ese año, no se me ocurrió otra manera de llamar su atención que fastidiarla. Mientras lo recuerdo aún siento un tibio impulso en mi alma así como algo de vergüenza. Por esos días, el municipio todavía promocionaba el trolebús, inaugurado un año atrás; en un folleto con dibujos del trole empezamos a insultarnos tiernamente: «bruja», «feo», «odiosa», «horrible». «Me caes bien». «Tú también».

     Me moría de ganas de decirle que me gustaba pero no quise precipitarme, así que le pedí que me apunte su número en el mismo folleto, pese a que en ese entonces ni siquiera tenía teléfono en mi casa. Qué afortunados son los chicos de hoy en tener redes sociales. Me prometí cuidar de ese folleto como a un tesoro, pero días después desapareció misteriosamente.

     Una semana después nos invitaron desde el intercolegial a cubrir el evento de campaña de un candidato a la alcaldía, en el sur de la ciudad; por casualidad conocí allí a una compañera de la Eli, Katia, quién me contó que en julio habría una fiesta de fin de año lectivo en su colegio. 

     El día del baile, al que llegué con Katia, ya que extravié el folleto con el número de Elizabeth para invitarla, desde el pasillo de ingreso al coliseo que daba a una escalera que todos debían descender, volví a verla: me sentí el muchacho más feliz del mundo y y mientras la abrazaba, deseé que ese abrazo no terminara jamás. A veces me gustaría tener una máquina del tiempo, regresar a ese momento e irme de inmediato con ella; decirle lo mucho que la había echado de menos, que aún sentía cierta cosquilla en el pecho cada vez que me acordaba de ella y más.

     —Estoy esperando a la Katy, ya bajo —respondí alegre, aunque nervioso.

     —Bueno, ¡nos vemos adentro, asomarás!

     Katia llegó después; entramos al coliseo, bailamos un rato e incluso tomamos una cerveza. Sin embargo, mis ojos buscaban los de Elizabeth.

     — ¿Te gusta, verdad?

     — ¿Qué? —La música alta no me dejaba escucharla o era la excusa para hacerme el loco—. ¿De qué estás hablando?

    —Mmm, de nada.


     Al rato, la Katy me dijo que la espere un momento mientras iba a saludar a unos amigos. En medio de eso la Eli asomó de nuevo. Pese a estar feliz, aún me sentía tímido.

     —Ya me tengo que ir... pero me ha alegrado mucho verte aquí.

     —¿Ya te vas? —respondí decepcionado, pues ni siquiera habíamos bailado.

     —Me alegró verte.

     —A mí también —seguro en ese momento y por mi cara de tonto, era ya evidente para ella lo que sentía.

     — ¿Te volveré a ver?

     —Sí, nos veremos después de vacaciones.

     No volví a pedirle su número; me dio recelo admitir que perdí el folleto donde lo había anotado, pese a jurar que lo guardaría como un tesoro. Terminado el baile, Katia me acompañó hasta la parada de bus de los Marín-Solanda para volver a mi casa.


    —Te gusta. Sí, te gusta.

    — ¿De qué estás hablando?

    —Te gusta la Eli. Se te nota full.

    —Sí... sí me gusta.

    —Ya pues, ahí para hacerte los planes con ella. Es buena gente.

    — ¿Harías eso por mí? ¿De verdad? 


     Esa noche no dormí de la emoción: estaba seguro de que Elizabeth sería mi primera novia. Pese a no encontrar su teléfono  intenté ubicarla por otros medios, a ver si nos juntábamos en vacaciones, durante el mismo verano en que Jefferson Pérez ganaba el primer oro olímpico para nuestro país. Busqué aquel folleto del trole donde apunté su teléfono, pero nada que ver. Decidí entonces buscar a la Eli entre Solanda y la Villa Flora por si aparecía de casualidad, pero no volví a verla hasta noviembre, en que el intercolegial de periodismo volvió a reunirse, esta vez en el colegio Quito de Chimbacalle. 

..................


     Ese octubre estuve a punto de no volver al intercolegial del Círculo de la Prensa, pues, como estudiante ya de cuarto curso, me había presentado al examen para el club de periodismo del diario El Comercio junto con otro compañero del Montúfar, que al año siguiente viajaría de intercambio al extranjero. La carta de admisión al club llegó días después y debía ser confirmada por nuestro rector, un tipo que más bien parecía un fantasma, pues solo se asomaba durante los programas del colegio. Desubicado como era, en lugar de confirmar nuestra participación envió a otros pelagatos de quinto curso asomados de la nada, a quienes nunca vi en el examen del periódico y que también empezaron a acudir al otro intercolegial de periodismo por las tardes.

     Por razones que no entendí entonces, la Eli ya no era la misma. Intenté acercarme de vuelta con alguna broma pero ya no le causó gracia. Quizás fueron las vacaciones; quizás algo en casa, tal vez otro chico... nunca lo supe. La encontré más distante; ni parecía que me hubiese extrañado. Nunca hablamos  sobre las vacaciones. Alguien la había deconstruído y reprogramado. Por aquellos días (e incluso hoy) no sabía qué hacer en esos casos. Esperé, por último, que al menos volviésemos a ser amigos.


………..


     De vuelta a diciembre del 96, luego de pasar por la tienda de rock, por accidente había tirado un puesto ambulante de habas y maní confitado de una señora. Tras intentar hacerme el loco y salir corriendo, la mujer me persiguió y me dio un golpe, exigiendo que le pague por las golosinas. Mi amigo Luka, quién se jalaría ese año y el siguiente se cambiaría de plantel, se cagó de risa.

     Fue justo después de ese chasco que la vi otra vez: el club de periodismo había tomado parte de una comparsa de varios colegios por las fiestas de la ciudad, con chullas quiteños, quiteñas bonitas y carros alegóricos. Elizabeth lucía hermosa. El chico designado para ser su caballero al parecer se había esfumado o lo que sea, por lo que al verme con el uniforme de parada del Montúfar, Viviana, otra chica del colegio de la Eli, decidió que yo sea su reemplazo. No alcancé a decir pío; solo me dejé llevar. La expresión apática de la Eli había desaparecido: estaba más radiante y alegre. Volví a sentir algo en la panza. El Luka ya se había ido; mientras desfilaba nuestra comparsa y seguramente con cara de perrito de tarjeta, le dije a Elizabeth que se veía muy linda. «Gracias», respondió, y mientras lo hacía, me perdí de nuevo en sus ojos. El desfile concluyó en la plaza de Santo Domingo, donde nos quedamos por un rato más.


     —Te gusta, ¿verdad? —preguntó Viviana.

     —«Oh no, no otra vez, como el día del baile con la Katy» —pensé.

     —Sí, todos ya lo saben, supongo —respondí.

     —Y qué esperas, declárate a la Elizabeth.

     — ¿Qué? ¡Estás loca! 

     — ¡Vamos, para qué esperar, ja, ja, ja!

     —Pero, ¿y si me dice que no?

     —No te va a decir que no, te prometo. Es más, hablaré con ella, dale, vas a ver que te dice que sí.

     No estaba seguro de aquello.

     —Gracias, pero mejor no.

     —Ah, ¿qué no eres hombre?

     Y con esas palabras, la Vivi puso a prueba mi virilidad puberta.



……….



     —Elizabeth, ¿puedo hablar contigo?

     —Sí, claro, espérame un segundo, ya voy.

     Esperé.

     —Ahora sí, dime...

     —Bueno, yo, eh... bueno... ¿Tienes la hora?

     — ¿Para eso querías hablar conmigo?

     —Sí, je, je... bueno, ya me voy.


     Me sentí como un idiota. Era ahora o nunca.


     — ¡Espera! ¡No te vayas! —grité mientras simulaba irme y veía cómo se alejaba—. Nos encontrábamos muy cerca de la cruz de la plaza. Ella volvió.

     —Y, ¿bueno?


     «Es que… te quiero. Sé qué es tonto, y qué quizás suena loco... pero desde que te conocí no he dejado de pensar en ti. Te siento presente en todas las cosas bellas de este mundo; te siento en cada canción y cada libro, y en el cielo azul. Te siento en mi alma y en los días por venir. Perdona si soy labioso y todo lo que te digo parecen bobadas; sé que es fácil decir lo que sea, pintar pájaros en el aire o bajarte la luna. Pero te aseguro, qué lo que siento por ti inspira lo mejor de mí, y si me dieras una oportunidad, si sintieras lo mismo, me gustaría compartirlo contigo, durante el tiempo que estuviésemos dispuestos a andar juntos, y de no ser así… al menos quiero que lo sepas».


     Esas habrían sido las palabras más apropiadas. Pero a los catorce años, lo único que se me ocurrió decir fue: «es qué... me gustas... me gustas, y me gustaría saber si quieres ser mi pelada».


     —¡NO, NO, NO! —Repitió con las manos sobre la cara (por si no me quedaba claro).

     —Oh, ¡perdona! No quise molestarte, lo siento —repliqué de inmediato, como para aliviar la metida de pata.


     Tras dar la vuelta e intentar salir del modo menos foco posible, ella me tomó del brazo. Entonces dijo «estoy bromeando, claro que me gustas también, es más, te habías demorado full». Desde luego eso también fue parte de mi imaginación. Pensé de inmediato que también me preguntaría qué hora es, como yo al inicio.


     —No te sientas mal. ¿Sabes? ¿Qué tal si nos damos el tiempo de conocernos mejor… y entonces te digo si o si no?

     —Dale.

     —Dale. Bueno, me tengo que ir.


     Pese al consuelo de la Eli, no sabía qué hacer. Me imaginé a la Vivi y sus compañeras riéndose de mí en algún sitio de la plaza o al lunes siguiente en su colegio, aunque, años después, consideré que tal vez de no ser por ese empujón, me hubiese quedado con la duda para siempre. 


……….



     El sábado siguiente, Elizabeth dejó de hablarme de nuevo. Sin embargo, dos meses después, durante la celebración por San Valentín del club, ella me volvió a sonreír. Fue como la llegada de una brisa luego de tantos días de calor. Volvimos incluso a hacernos bromas. Pero momentos más tarde, durante el mismo día, uno de mis compañeros del colegio, de los que usurparon mi sitio en el club de El Comercio y por las tardes venía también al del Círculo, se declaró a la Eli también: estaban sentados y contemplé la escena casi en primera fila. No pude escuchar qué se dijeron, pero un beso fue más que todas las palabras.

     ¿Qué podría haber visto en él? Ni siquiera era más alto o guapo. Tenía más bien la facha del típico patasucia de los 90. Deduje con el tiempo, que el cambio de actitud de la Elizabeth, obviamente se había debido a que, como dejé de asistir por unos días al intercolegial pensando que me iría al club del periódico, durante ese lapso se habían conocido, y el tarado este, a pesar de tener otra pelada, empezó a meterle labia. Bueno, debí inferir también que de haber caído ante eso, la Eli no era la man que me había figurado, o por lo menos que yo no era del tipo de ella, de esos de estilo agrandado con quien las chicas aparentemente se sentían más seguras. 

     Pese al sacón de onda, la Eli me seguía gustando. ¿Se habría molestado por no llamarla en vacaciones? ¿Le habría gustado alguna vez? Probablemente yo fui el único que se armó toda una película. No sé si la quise en verdad; supongo que fue una de esas ilusiones típicas de adolescente.

     Durante mucho tiempo me siguió pareciendo la más hermosa entre todas las chicas. Hasta el año siguiente y pese a obviamente no tener nada a mi favor, aún tenía la esperanza de «conocernos más» y convertirme en su novio. Me seguía preguntando en dónde vivía; aún guardaba la esperanza de encontrar el folleto del trolebús donde me había apuntado su número. Luego de verla de novia de otro que no era yo, y pese a que en el colegio escuché varias veces cómo mis compañeros y su novio se burlaban de ella, nada pudo hacer que nos habláramos de nuevo. 

     Tras la clausura del ciclo 97, en quinto curso tuve que cambiar el club de periodismo por la premilitar del 98. Me gradué del colegio en 1999; la vi por última vez cerca de la parada del trole del Seguro Social. Para entonces ya había empezado la universidad y un nuevo milenio, mientras ella aún cursaba sexto. Desde entonces no volví a verla ni siquiera en internet.


     Pese a la distancia, a veces soñaba que volvía a darme su teléfono. En una ocasión, tras despertar, logré anotar el número completo, pero cuando marqué, y pregunté por su nombre, alguien me dijo que estaba equivocado. Tal vez volvió a verme alguna vez en la calle pero no quiso saludarme. Alguna vez creí reconocerla de camino a la universidad, pero al intentar acercarme y ver que estaba con alguien, preferí quedarme con la duda. Quizás ya es mamá. Tal vez se divorció y se volvió a juntar con alguien. Quizás esté muerta. Puede que con el tiempo volvamos a coincidir y no logremos reconocernos. No sé cuándo ni dónde. Puede que incluso, en este preciso instante, ella le cuente a alguien una historia sobre mí.



2012

jueves, 14 de noviembre de 2024

[Roja]

Mujer,

puerto de Luna,

tan hermoso pero a la vez tan lejano como el horizonte.

A veces sueño contigo sin importar si me pierdo mientras sueño.

Seguramente existes en cada una de las cosas más hermosas de este mundo,

y seguirás existiendo cuando todos se hayan ido.

sábado, 12 de octubre de 2024

Una mañana de feriado

Amor mío,

amor del aire y del viento,

que viajas sobre un tren mientras camino.

La ciudad es como un universo infinito de confusión y vacío.

Siempre tan cerca y a la vez tan lejos,

en el tiempo y espacio,

y aún así el recuerdo de tus besos y tu piel aún estremece la mía.

Oh amor,

oh sueños,

siempre tan cerca y a la vez tan lejos,

cada noche te pienso y te pierdo,

cada noche deseo tu piel y me pierdo.

Oh cariño,

Oh aliento,

Oh fuego,

Oh viento.

lunes, 30 de septiembre de 2024

Pauli


Septiembre se lleva nuestros días y recuerdos,

junto con las hojas de los árboles que no lograron caer.

Las estrellas nos miran desde su lejano fuego y parecen querer hablarle al nuestro,

al de nuestro aliento, 

personajes distantes y minúsculos pero sensibles,

personajes que pintan universos y dibujan estrellas,

que odian y aman o creen odiar y amar,

mientras escriben otra página de este libro infinito.

martes, 3 de septiembre de 2024

Para decir adiós

Tus ojos se perdieron entre mis ojos mientras te soñaba y sin saberlo andabas entre tu propio mundo;

mis ojos murmuraban solitarios entre las estrellas de la noche oscura.

Alguien lejano, en otro espacio y tiempo dibujaba tus ojos;

mis ojos encontraron ese lienzo un día entre la llanura.

lunes, 12 de agosto de 2024

4:44

 Los sueños son a veces miedo,

miedo y esperanza.

Despiertas como noqueado sin saber si fue una advertencia de la realidad o un suspiro desde las tinieblas.

Caminas cual zombi a veces,

entre el amanecer y el último aliento de la noche.

Cuando te sientes feliz quisieras no despertar y quedarte en ese mundo,

pero los rayos del sol no tardarán en reclamarte.

lunes, 22 de julio de 2024

El buen salvaje

     Hasta aquel día, era otro roquero entre tantos, de pelo largo, chaleco de parches de King Diamond, Metallica o Slayer. Supuse que no tardaría en llevarse con los demás metaleros de la facultad, que solían juntarse en el patio para despotricar contra los poperos, los militantes neófitos de izquierda o los aniñados, para terminar enseguida haciéndose verga en Antojitos, el bar que quedaba frente a nuestra facu.

    Fue durante una exposición sobre Rosseau que empezó realmente a llamar mi atención, y no precisamente por su conocimiento del tema. El profe de Teorías de la Comunicación le había dicho que 'él, en si mismo, era el mejor ejemplo de el buen salvaje'. Terminada aquella clase, luego de fumarme un tabaco en el kiosco del ingreso a nuestro edificio, le vi sentado, tarareando una canción de Silvio Rodríguez.

    —¿A poco te gusta esta música también? —le dije con cierta timidez.
     —O sea, sí, no está mal —respondió mirando hacia la montaña.

    El patio estaba un poco lleno, así que me senté junto a él. Noté enseguida que de Silvio se pasó a tararear un tema de Ángeles del Infierno.

    —Tienes buena voz  —le dije esta vez sin mirarlo a los ojos, mientras ojeaba unas copias para la clase de Lenguaje. Nunca me respondió.

    Al rato, un par de amigos, Carlos y Andrés, me invitaron a ir al Antojitos por una biela hasta la siguiente clase.

 —Qué raro es 'el buen salvaje' —sugirió Carlos, a quien sospechaba, le gustaba un poco. —O sea, no parece mala gente, pero ni siquiera he visto que se junte con los demás heaviesLa observación del Carlos me hizo caer en cuenta que era cierto: el buen salvaje (que en realidad se llamaba Leonardo) no bebía ni se juntaba con nadie.

    Ese mismo día, luego de la clase de Lenguaje que terminó a la 13h00, decidí invitarle a almorzar. Sorprendentemente dijo que sí. Por un momento me arrepentí de hacerlo, pues supuse que se tomó demasiada confianza tras haber charlado con él más temprano; por otro lado, me imaginé que también empecé a gustarle, como al Carlos. No era ninguna Quiteña Bonita, pero me cargaba mi buena pinta.

    —¿No te molestó que el profe de Teorías te llamará 'el ejemplo perfecto del buen salvaje'? —se me ocurrió preguntar, mientras esperábamos por la sopa.

    —Me vale verga lo que me haya dicho. Solo es el típico man que se da de intelectual, y quienes se rieron de eso, los típicos lameculos que quieren quedar bien con todo el mundo.

    —No creo que te haya dicho eso para fastidiar, no es mala gente el profe —dije de inmediato, defendiendo sin querer a nuestro profe.

 —Como sea —concluyó—. Después del almuerzo tengo que ir a trabajar, no me puedo quedar por mucho.

    Antes de irse me dijo que camellaba por las tardes en una copiadora y que los sábados repasaba con una banda de hardcore. Me prestó además un casete que se suponía era una grabación que hicieron de una canción inédita, y a cambio quedé en prestarle otro con canciones del Silvio.

    Si bien su grupo no me pareció la gran cosa, le encontré muchas posibilidades. El domingo por la tarde, tras terminar un par de ensayos de Historia y de Teorías, me puse incluso en la tarea de diseñarle un logo a su banda y dibujarle una portada a su demo. Tras eso, en un casete nuevo que compré para grabar los noticieros de la radio le grabé encima toda mi cinta original de Silvio Rodríguez, pues recordé que un par de pelados del colegio jamás me devolvieron otros casetes originales que les presté.

    Al día siguiente me desperté algo ilusionada. Imaginé que mis obsequios le encantarían al Leo. Sin embargo, este no se presentó ni a la primera clase del día, ni a la segunda ni a la tercera. Supuse que quizás debió estar enfermo y que regresaría el martes; sin embargo tampoco se presentó, ni el miércoles ni el jueves. Quise preguntar al Carlos y al Andrés si tal vez sabían dónde quedaba la copiadora donde trabajaba, pero me dio foca hacerlo: con lo cargosos que eran sabía que me empezarían a encamar con que me gustaba.

    Finalmente el semestre acabó y nunca más volví a ver al Leo, hasta un día del semestre siguiente, en que le vi en la foto de un periódico, con la misma cara triste de buen salvaje con que le había conocido, pero acompañado de sus compañeros de banda de rock. Hasta hace no mucho tenía guardado ese recorte del periódico, junto con el casete de Silvio Rodríguez y el  demo de su banda que nunca le pude regresar.

lunes, 15 de julio de 2024

Fibi

Nos hacemos viejos, como esos personajes que eran viejos para nosotros cuando éramos niños.

Ahora somos los grandes de los cuentos, esos que detestábamos y parecían no entendernos, esos que pasaban quejándose por dinero y jurando que se partían la espalda por nosotros.

Desearíamos vivir allí adentro, en esas videocintas que envejecen también pero donde somos eternamente jóvenes, donde basta dar play o rew,
donde es verano para siempre,
donde basta dar un rew para volver,
donde es verano para siempre.
Donde el amor parece congelarse,
donde es verano para siempre.

lunes, 10 de junio de 2024

Una selfie de mi sombra

Te extraño y me extraño. 

Lo sé cada vez que te miro en sueños, y que me miro en ellos como el eco de una voz perdida entre la multitud.

Soy y no soy,

un llanto bloqueado por la incertidumbre y la impotencia,

un espíritu que divaga buscando su cuerpo,

buscándose a sí mismo.

Soy esas cosas contrarias a las que supuse, a esa engranaje que quizás pretendí ser también,

una casa, hijos, un perro ausente.

Soy el residuo de aquella división que no pude resolver, esa vida, esa vida entre tantas, 

ese otro creador de contenidos que baila una coreografía de moda intentando ser bufón, que gesticula palabras ajenas pero que no recibe ni un like, 

ese solitario haciendo una selfie de su sombra.

Te extraño y me extraño, pues,

El mundo ya no es lo que era ni volverá a ser lo mismo, aunque mi nostalgia sea como un globo perdido entre la mar,

al que me aferro esperando que las nubes del cielo no me dejen solo, mientras el sol intenta penetrar hasta mi sangre.

Soy ese que ya no te abrazará más, que no supo valorar cada abrazo y que ahora no sabe si todo fue real.

Soy esa lágrima imposible que desearía fuese cascada por donde huir.

Me extraño y te extraño, pues,

el espejo no se ha roto aún y sigue reflejando un personaje que ya no existe para los demás.

Dormiré esta noche.

Soñaré que esta vida era un sueño y que persigo cosas imposibles allí dentro.

domingo, 24 de marzo de 2024

Doménica

   En el colegio era muy tímido. Siempre veía con envidia cómo mis compañeros, todos más feos, más toscos y más longos que yo andaban con peladas incluso bonitas. No fue sino hasta que me jalé cuarto curso y me cambiaron a un colegio mixto que recién empecé a apreciar mi aspecto, algo imposible en el primer colegio donde estudiaba, lleno de puros machos alfa que en el fondo se amaban entre ellos.

   De repente empecé a salir no con una, sino con varias chicas. Pobre Daniel, mi mejor amigo que se quedó en el Montúfar. Seguro la rompíamos acá. Lamento que se haya quedado entre esos neanderthales. Después de graduarme me casé con mi novia de secundaria, Maribel, quien supo salir triunfante de su perseverancia ante mis lances de nuevo galán de barrio y con quien tuvimos a nuestro hijo Esteban, la única cosa bien hecha de mi vida.

   Ese huracán desenfrenado de querer vivir todo lo que me había perdido desde la pubertad, sin embargo, terminaría por darme contra el piso un día. Pese a su amor, Maribel dijo basta y tras intentar saciar mis apetitos o hallar un nuevo amor, el amor me convertiría de nuevo en el tímido que solía ser en mi primer colegio. Luego de mi respectivo duelo, ella llegó. Al conocerla, me dijo que le parecía guapo en las fotos que publicaba en redes sociales junto a mi última novia, a quien conocí después de mi divorcio, pero a quién nunca logré captar del todo.

  —Siempre le daba like a tus fotos en Instagram, me dijo Doménica en nuestra primera salida.

  —Perdona, nunca me di cuenta —fingí demencia. 

  —Mejor dime Do.

   “Do” era una negra bastante guapa; nunca había salido con una mulata. Alguna vez, el Daniel me contó que salió con otra negra, una chica de Tenguel, Marta: me dijo que la historia no terminó bien.

   Un día, en que salimos a comer unas hamburguesas en El Recreo, una señora se quedó mirando a Do, como si se tratara de una modelo exótica. ”No puede ser que una afrodescendiente tenga esos ojos, deben ser falsos”. ”No puede ser que sea tan atrevida, señora”, pensé por dentro. Esperaba que Do pusiera a la suca falseta en su lugar; ella solo siguió como si nada. Más adelante, un tipo, de esos que seguro se postea en pelotas haciendo poses en el gimnasio, le pidió a Doménica hacerse una foto con ella, asunto que me pareció el colmo. Do sin embargo accedió.

   — ¿No te molesta que la gente salga con estas webadas? —le pregunté en la mesa, mientras esperábamos nuestra orden.

   — Si me molestara por cada taruguez con que sale la gente no llegaría a vieja — respondió, antes de ir por nuestras hamburguesas.

   Esa noche me sentí un poco culpable luego de volver a mi casa. Como casi todo el mundo, también he sido racista, y como casi todo el mundo en la actualidad, he intentado no serlo en público. La Do era hermosa; sin embargo, jamás me atrevería a pedirle a otra mulata de bellos ojos, que no fuese mi amiga, que se haga una foto conmigo, o decirle a una negra de ojos claros que esos eran ojos de blanco. Recordé entonces todas las veces en que posiblemente había sido racista: desde las befas en el estadio hacia los jugadores del Barcelona o de la Selección, hasta las veces en que me hice a un lado cuando veía a un esmeraldeño o del Chota viniendo en frente mío. También cuando venía la casera india a ofrecerme choclos o verduras, el venezolano con sus arepas o el montuvio perdido en la montaña de la Sierra.

   — ¿Por qué las cosas no terminaron bien con la Marta? —me atreví a preguntar por chat al día siguiente al Daniel.

   —La Marta estaba loca —me escribió—. Empezó a chantarse perica. Al inicio pensé que era algún performance de teatro que hacía en el patio de la facultad, hasta que una amiga me dijo que en realidad estaba volada.

   Prosiguió entonces diciéndome que la Marta empezó a consumir por un novio suizo que conoció en la Mitad del Mundo, que empezó a salir con ella y hasta ofreció llevarla consigo a Japón. De repente, en una ocasión le encargó un paquete de coca y nunca más supo sobre él. Qué trató de deshacerse del paquete, pero que un día el deseo le ganó. Se terminó el paquete y luego quiso más. Un día, envalentonada por la grifa, se vaciló a un profe de la facu que siempre le gustó, pero luego se hizo el loco y empezó a tratarla mal en público. Luego se vaciló a mi pana, quien por una operación de testículos que se hizo de guambra, muchas veces tiene problemas de erección, que ella no supo notar y supuso un rechazo racista.

   — ¿Volviste a verla?

   —Sí, un día se asomó por La Zona, estaba descalza y solo se cubría con una cobija.

   —¿Sabes qué le pasaría después?

   —Supe que se rehabilitó, pues volvió a publicar en sus redes. Un día le quise saludar, pero me mandó a la verga. Me dijo que no necesitaba la lástima de nadie —concluyó el Daniel por chat.

.....

   Nunca he preguntado abiertamente a la Do qué opina del racismo. Supongo no es necesario; quizás a veces soy más racista al pretender que algo debería hacerse. Hay quienes dicen que es menos inclusivo quien insiste en señalar al otro como el sujeto que debe incluirse, que aquel que en realidad simplemente sabe leer el corazón humano.

lunes, 18 de marzo de 2024

Sandra

Caminábamos por las calles,
A veces de la mano,
A veces divagando.
Imaginando muy poco, quizás,
este mundo del presente que era mañana entonces.
Aún escucho a dos pasos de nuestra escuela
(donde todavía vivo),
el eco de nuestros gritos, 
cuando todos callan y no hay un solo auto o una sola nube.
Cuán lejos estaremos ignoramos el uno del otro,
cuán cercanos peor aún.
El árbol donde meditabas a solas,
¿lo habrán podado ya?
Escucho cual espía una lejana conversación nuestra, 
en la radio de nuestros recuerdos.
¿Los chicos de hoy,
serán como los chicos del mañana?
A veces el azar es el destino disfrazado de corazón,
nos empuja cual si estuviésemos siempre a punto de caer. 
El árbol donde meditabas a solas,
¿lo habrán talado ya?
Aún escucho a dos pasos de nuestra escuela
(donde viviré quién sabe hasta cuándo)
el eco de nuestra despedida,
cuando todos los autos han llegado a casa y las nubes siguen en su guarida.
A veces el corazón es un destino disfrazado de azar,
sin un 'Control Z' incluído. 
Caminamos por las calles,
A veces divagando,
A veces a solas.
Imaginando en el presente,
el mundo del mañana.

martes, 30 de enero de 2024

El Club

   Transcurría el año de 1996; está obscuro, hace frío... nah, mentira... enero de 1996: el presidente de la República es Sixto Durán-Ballén, hay MTV gratis y en Norteamérica se baila el santo cachón... bueno ya. Era una tarde de marzo de 1996: yo, un adolescente puberto y espinilloso, me había apuntado en el Club de Periodismo del colegio Montúfar, que para entonces ya estaba en franca decadencia -la imprenta del colegio llevaba años embodegada, y apenas se hacía un periódico mural-. Nos habían dicho que por el Día del Periodista habría una reunión en el Salón de la Ciudad del Municipio. Fue la ocasión propicia para junto con mi camarada Luka Stronzy perearnos una clase.

   Asistimos: un tipo ya grande interpretó un tema dedicado a la ocasión; decía más o menos: "cuando era un estudiante/soñaba ser periodista/y aunque a veces faltaba a clases..." que al Luka y a mí nos causaron mucha gracia. El evento fue organizado por el Club Intercolegial de Periodismo, de la entonces Dirección Provincial de Educación de Pichincha. Tras los discursos que no recuerdo más, y antes de salirnos del evento de manera abrupta para buscar cosmos donde ir a jugar, recuerdo que conocí a unas chicas del colegio Cardenal De la Torre, a quienes deseé volver a ver algún día, y a una chica, que creo se llamaba Mariana o algo así, a quien volvería a ver dos meses más tarde en la Casa de Benalcázar, en una reunión a la que no recuerdo como llegué (me parece que el "Prieto", coordinador del club del Montúfar, nos había sugerido asistir, pero sólo acudimos él y yo). Esa noche me reencontré con Jorge Pasquel, quien fue compañero en la escuela de mi hermano mayor, y hermano de mi compañera Silvia Pasquel (nombre similar al de una actriz mexicana). Resulta que el Jorge era poeta y esa noche declamaba. Fue él mismo quien me habló de cierto grupo de personas que se reunían los sábados, en el Círculo de la Prensa, ubicado frente al en ese entonces Centro Comercial San Agustín, años después derrocado y convertido en plaza.

   Al principio, las reuniones eran los sábados por la mañana, la excusa perfecta para no estar en casa ni tener que ayudar a la limpieza de fin de semana. Alguna vez me había hecho de un ejemplar del periódico Correo Estudiantil; me propuse escribir también ahí. Luego conocí a los otros chicos: los ñaños Bucheli (Adriana, sobre quien escribiría varias veces y Xavier), Emperatriz (mejor conocida como Emperita, e hija de la coordinadora del Club, cuyo nombre siempre se me escapa), el otro Xavier, el Prieto, la Gina, la Vivi Montero, la Elizabeth (quién hacía que algo raro me pasara en la panza cuando caminaba al Círculo de la Prensa), y otros que no recuerdo, y un man que tenía ojos medio gatos y siempre andaba de terno, quién me enteré falleció años después. ¡Ah! También el man a quién presté mi cassette del Unplugged de Nirvana para no devolverlo nunca más. Eran de varios colegios: Anderson, Montúfar, Amazonas, María Angélica Idrobo, Cardenal De la Torre, ATCH, Consejo Provincial, Emilio Uzcátegui, Quito, UNE, Espejo, entre otros. Ese año gané un segundo lugar en un concurso de poesía por el Día de la Madre: el premio, otro libro de poesía, que perdí esa misma tarde en un parque de Solanda.

   Para el período lectivo siguiente, otro 'lechero' y yo rendimos el examen de admisión para el Club de Periodismo de El Comercio; tiempo después nos llegó la invitación al colegio para formar parte de esa asociación. Por alguna razón, el rector de nuestro plantel (que nunca estaba allí) no confirmó nuestra presencia, y tiempo después me enteré que habían recibido a otros dos tipos de Físico-Matemático que no tenían nada que ver. Enfadado por eso y con la esperanza de volver a ver a Elizabeth (y a la Adri, me gustaban las dos), volví a asistir al intercolegial de la Dirección Provincial en noviembre, solo que esta vez las reuniones no serían más en el Círculo de la Prensa, sino en el colegio Quito, trasladándose luego al Gran Colombia y al Montúfar para volver de vuelta al Círculo, esta vez por las tardes. En 1997, el club ya no me pareció el mismo de 1996, aunque farreamos mucho más. Por ahí hice unos dibujos, me ilusioné con otras chicas y me porté como un holgazán. Sin embargo, fue mi primer contacto con el mundo de la comunicación social y la primera señal de mi posible vocación. A todas las personas que me acompañaron en esa etapa de la vida las recuerdo con cariño y nostalgia, aunque ya he olvidado varios de sus nombres.

   Dejé de asistir al club a inicios de 1998, cuando tuve que destinar el sábado a la premilitar.