miércoles, 25 de marzo de 2009

Postal de una fría mañana


A eso de las cinco de la mañana, los pájaros suelen cantar cerca de la casa. Vivo a una cuadra del parque de La Alameda, por lo que presumo que las aves viven cerca de los botes, que, a esas horas, están varados en medio de la oscuridad. No los he visto, pero me han contado que a medianoche, además de delincuentes furtivos, varios gatos hambrientos protagonizan una orgía de sangre invisible. Hasta hace un par de años, el parque estaba en ruinas, y la cantidad de escombros daban la razón a esta improvisada leyenda urbana. Hoy, el parque remodelado, me hace pensar que se trata de una fantasía alimentada por la imaginación de varias mentes golpeadas por el insomnio, como la mía. Sí. Resulta que últimamente, a eso de las cinco de la mañana, ya no puedo dormir.

Un día, aburrido de fracasar en el intento de regresar al sueño, decidí subir a la terraza. En Ecuador casi todos los días del año tienen la misma duración, y si hay diferencias, son muy tenues. Ocasionalmente, como hoy, Quito amanece envuelta en una densa niebla. Como era obvio, y aún a estas horas, el paisaje se encuentra obstruido. En un día normal, desde la terraza puedo ver al Pichincha en casi todo su tamaño. Hoy solo alcanzo a ver algunos árboles; por la mañana ni siquiera alcanzaba a la casa del horrendo de mi vecino, un hombre al que sinceramente detesto, pues, en una ocasión tuvo la desfachatez de reclamarme por un alambre de ropa que colgamos, mientras que el tipo hace unos años, cuando hacía unas reparaciones de su casa, había logrado cuartear una de las paredes de mi cuarto, sin haberse disculpado ni nada. En fin.. Decidí salir a caminar por la ciudad para explorar.


No sé si un día pueda visitar Londres, pero me han contado que es una ciudad bastante nublada. Resulta que Quito hoy no tuvo nada que envidiarle: nunca vi tanta neblina junta, nunca vi las calles llenas de neblina, es decir siempre vi al smog, pero nunca a la neblina, tan cerca del asfalto de la calle, tan cerca de las aceras. Era algo simplemente fantástico. Era como estar en otra ciudad. Mientras divagaba, una señora que empezaba a abrir su negocio, me pidió que le ayude a subir la puerta corrediza de su local. Luego de escuchar un gracias, seguí caminando. Estaba en el sector de La Mariscal, uno de los sectores bohemios de la ciudad, que por la noche está lleno de turistas, bares y agencias de viajes. Continué por la avenida Patria, y subí por la 6 de Diciembre bordeando el parque de El Ejido. Regresé a la Alameda. La niebla empezó a disiparse.


Empezó a llover de nuevo.

4 comentarios:

wAlter diEgo dijo...

Ten miedo, muuucho miedo... jajaja

Anónimo dijo...

muy envolvente tu blog, magister, me envanta el ByN... te leo despacio

Joy dijo...

Oye!, cuidado1 a esas horas deben haber hartos choros por ahí!!!

Un abrazo Nko.

Marcelo Dance dijo...

Me gustó el relato.
Cuidáte de la niebla. Pero sobre todo de los espantosos seres que en ella habitan...
Remember Stivo!