como si las montañas estuviesen por despejarse de su velo glacial;
una especie de puente entre la vida y la muerte,
entre la palabra y el silencio.
Suelo andar junto a la carretera en cada fin de feriado,
contemplando a los ansiosos por volver a su rutina.
Siempre camino,
alrededor de las 17 y las 18,
bajo los últimos rayos de sol del día;
escucho el crujir de las hojas muertas,
para recordarme que seguiré vivo.
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