lunes, 5 de mayo de 2014

Casino beat

     Mientras me lamentaba por mi tesis sin acabar y el Sodoma y Gomorra que se me vendría encima, a la par de la crisis de los 35 años y la utopía de hallar recién un empleo en la profesión, hurgando entre mis cosas por pura ansiedad me había encontrado mi viejo casete compilado de Ángeles del Infierno. Al escucharlo en mi equipo Sony, cuyo lector de compactos ya no sirve desde hace años, el viejo parlante cuyo bajo ya hace vibrar mis ventanas delató la voz de mi amigo, Édison Pereira, a quien apodamos en la clase de la U el Yisus. Resulta que el Yisus, junto con el Santiago y el Jorge, se pusieron a jugar con la cinta simulando que presentaban un rock show radial al que habían titulado Rock and Box. 

     Luego de egresar había perdido contacto con ellos, hasta el día en que la Diana, nuestra chismosa compañera que de soñar con presentar un noticiero de farándula terminó como relacionista pública y ganando más plata que nosotros, me contó que el Santiago se había a ido a EEUU, que el Jorge se había casado y divorciado, pero que del Yisus, el más misántropo de nuestra pata, no sabía nada. Indignado por haber encontrado el casete pero también algo curioso por saber en qué momento mis compañeros la habían alterado finalmente olvidé el episodio, hasta esa noche de carnaval en que decidí visitar la plaza Foch, que por el feriado y estar lluvioso, parecía más bien un colegio en domingo.

     Luego de deambular un rato ingresé al Casino Beat, sitio que de casino solo tenía el azar de los extraños que se encontraban, pues era solo una sucia covacha con cuatro mesas de madera por lado, un viejo monitor Panasonic que servía de karaoke y una destartalada refri que servía de bodega para la embriaguez. Eso sí, la música era excepcional: desde Ilegales hasta Sepultura, pasando Metallica, Soda Stereo, una que otra de Vilma Palma e Vampiros y alguna de Enanos Verdes. Varias veces acudí a este bar con amigos y amigas, a quienes intenté e incluso robé destrampes fugaces, al son de alguna canción de heavy metal en castellano de Obús, Barón Rojo o Mago de Oz. Además del letrero, el bar conservaba el mismo aspecto, salvo por una cosa: la música ya no era la misma. Empezó a llover más fuerte y la pereza me consumió más rápido de lo que supuse me consumiría la cerveza. Me senté al fondo (no habían más que tres o cuatro pelagatos) y pedí un combo.

     La última novia que tuve me dijo que "era un tipo muy económico" y que con el tiempo, en lugar de volverme inmune al alcohol mi garganta se había vuelto sensible. De repente escuché aquella voz:

     —Grabamos en ese casete mientras fuiste a almorzar con tu ñaño.

     Era el Yisus, y no solo él; eran su vieja camiseta de Testament, su vieja chaqueta y cabellera.

     —Chucha, no has cambiado nada —le dije—. ¿Quieres una biela?
     —Gracias loco —respondió, casi dando la impresión de hablar mientras empuñaba la botella.
     —Qué verga de bar  —siguió; quise ir al Waiting o al Epicentro, pero estaban cerrados.

     Yo no era muy asiduo de esos lugares; sin embargo, en una ocasión entré al Epicentro. Me pareció un sitio repugnante. Prefería el Casino Beat no solo por más pequeño, sino porque tenía una enorme ventana desde donde podías ver a casi todos los zombis de la plaza Foch.

     —¿Es la primera vez que vienes al Casino Beat? le pregunté.
     —Qué te haces el loco careverga, no te acordarás que un día vinimos con el Santiago y el Jorge?
     —Simón  —respondí.
     —Te has engordado más cabrón, siguió.
     —Ja, ja, ja.

     Luego de varias canciones de rock latino que no me incomodaron en absoluto, el Edison empezó a irritarse. Recordé enseguida que detestaba casi todo lo que no fuera thrash de los ochenta.

     —Ya nadie se viste como vos —le dije, mientras en sus lentes se reflejaba la etiqueta de la botella de Pilsener, que había doblado de tal forma que en lugar de leerse la marca se leía Pene.
     —No sé, pana; estos lugares en el fondo solo buscan vender.
Me pareció muy lógica su apreciación.
     —¿Has sabido algo del Santiago?
     —Sí, el otro día le vi por la Plaza de Toros; me dijo que pensaba hacer un programa en una radio online con un primo. Luego supo que se fue a Boston, donde viven los hermanos.
     —¿Y que hay de tu revista Rock and Box, sigue el proyecto en pie?
     —Se hace lo que se puede, loco; ahí nos armamos una página con un pana y una man que sabe full de extremo.
     —¿Ah, sí? ¿Y cuántas visitas has tenido?
     —Solo las necesarias —concluyó.

     El Yisus solía decir que era un forastero en el lugar y época equivocada, y que debió nacer en 1965 en Florida o California para vivir el nacimiento del thrash y el death. Pese a ello, en otras ocasiones decía en cambio que le valía verga el consumismo. Jamás entendí esa contradicción en él.

     —La Diana me contó que vas a entrar a un Ministerio a trabajar...
     —Sí, loco, y me piden que me corte el pelo, porque la directora es temática con eso.
     —Supongo que la plata no te vendrá mal.
     —Claro que no, pero ojalá no me pidieran eso. A mi primo el Beto que está en una Subsecretaría nadie le dice nada.

     Hace tiempo también tuve el pelo largo, pero se me empezó a caer. Empecé a llevarlo corto por eso, por comodidad (odiaba peinarme) y porqué empecé a tener la sensación de que mi cara ya no se adaptaba a eso.

     —¿No crees que es una webada lo del pelo? —le dije, sin contarle los detalles tediosos de mi historia.
     —Ja, ja, ja, respondió. Salud.

     Borrachos ya y perdidos en la nube de nuestros pensamientos, un insulto pronunciado desde la oscuridad, cuyas palabras ya no recuerdo, fue la mecha que encendió la pólvora del bar. De inmediato, el sitio cuyos muros parecían recubiertos de rostros humanos se vio iluminado por un destello al que inmediatamente siguió la música de los golpes y las pinceladas de sangre. La música paró. Ni siquiera recuerdo de qué parte vino el primer kiño; solo sentí de inmediato que el alcohol, el fervor y la sangre elaboraban un coctel en mi cabeza, en la del Yisus y en la del Sodoma y Gomorra en que se convirtió el Casino Beat. Esa noche sentí que debía volver a mi animalidad. Lo último que recuerdo de esa noche es haberle dicho que No.

     Tiempo después, me enteré que el Yisus se había cortado el pelo, pero que apenas había durado tres meses en el Ministerio. Ahora camella en la sección urbana de un periódico, donde también escribe sobre espectáculos. A veces sueño que vuelvo a dejarme el cabello largo y que vuelvo a andar con un walkman por las calles. Hace una semana pasé por el Casino Beat y descubrí que ahora es una shawarmera. El día feriado, antes de la trifulca, al preguntar al Edison por qué quería que su revista se llame Rock and Box, me contestó que era porque la música también tuvo que entrar dando golpes.