
De pronto, un día todos los fantasmas de mi mente se quedaron encerrados en un cajón. Esa noche no pude dormir: algo no andaba bien, era como una imagen persistente que sin embargo, al levantarme, ya no pude recordar.
-Qué agradable es respirar- fue lo primero que se me ocurrió decir esa mañana.
Afuera el sol era insoportable; el médico me había sugerido cuidarme del frío, pero toda esa luminosidad era excesiva. Alguien me dijo en una ocasión que pretendía parecer un tipo todo oscuro; hoy mientras escribo estas líneas eso sólo me causa gracia. Personalmente, creo que la oscuridad o la mente en blanco son más nobles que una mente gris.
Cuando te quedas en cama luego de tres días de fiebre, las horas pueden parecer tortuosas. Durante la primera noche deseaba con fervor escuchar a alguien: las alucinaciones empezaban a surtir efecto. Sentía como si me hubiesen dado una gran paliza. En la tele pasaban las mismas tonteras de siempre.
Durante el segundo día las voces amigas empezaron a hacerse escuchar. Fue agradable: creo que sólo en esos instantes realmente aprecias a quienes ya no están o a quienes crees detestar. Al abrir una de las ventanas, una brisa de verano irregular fue la bocanada más dulce de todas.
Ayer, mucho más repuesto ya, una alucinación más se hizo presente: alguien que crei muerto, me hizo una llamada telefónica...