domingo, 24 de marzo de 2024

Doménica

   En el colegio era muy tímido. Siempre veía con envidia cómo mis compañeros, todos más feos, más toscos y más longos que yo, andaban con peladas incluso bonitas. No fue sino hasta que me jalé cuarto curso y me cambiaron a un colegio mixto que recién empecé a apreciar mi aspecto, algo imposible en el primer colegio donde estudiaba, de puros machos alfa que en el fondo se amaban entre ellos.

   De repente empecé a salir no con una, sino con varias chicas. Pobre Daniel, mi mejor amigo que se quedó en el Montúfar. Seguro la rompíamos acá. Lamento que se haya quedado entre esos neanderthales. Después de graduarme me casé con mi novia de secundaria, Maribel, quien supo salir triunfante de su perseverancia ante mis lances de nuevo galán de barrio y con quien tuvimos a nuestro hijo Esteban, la única cosa bien hecha de mi vida.

   Ese huracán desenfrenado de querer vivir todo lo que me había perdido desde la pubertad, sin embargo, terminaría por darme contra el piso un día. Pese a su amor, Maribel dijo basta y tras intentar saciar mis apetitos o hallar un nuevo amor, el amor me convertiría de nuevo en el tímido que solía ser en mi primer colegio. Luego de mi respectivo duelo, ella llegaría. Al conocerla, me dijo que le parecía guapo en las fotos que publicaba en redes sociales junto a mi última novia, a quien conocí después de mi divorcio, pero a quién nunca logré capta del todo.

  —Siempre le daba like a tus fotos en Instagram, me dijo Doménica en nuestra primera salida.

  —Perdona, nunca me di cuenta —fingí demencia. 

  —Mejor dime Do.

   “Do” era una negra bastante guapa; nunca había salido con una mulata. Alguna vez, el Daniel me contó que salió con otra negra, una chica de Tenguel, Marta: me dijo que la historia no terminó bien.

   Un día, en que salimos a comer unas hamburguesas en El Recreo, una señora se quedó mirándola, como si se tratara de una modelo exótica. ”No puede ser que una afrodescendiente tenga esos ojos, deben ser falsos”. ”No puede ser que sea tan atrevida, señora”, pensé por dentro. Esperaba que Do pusiera a la suca falseta en su lugar; ella solo siguió como si nada. Más adelante, un tipo, de esos que seguro se postea en pelotas haciendo poses en el gimnasio, le pidió a la Do hacerse una foto con ella, asunto que me pareció el colmo. Do sin embargo accedió.

   — ¿No te molesta que la gente salga con estas webadas? —le pregunté en la mesa, mientras esperábamos nuestra orden.

   — Sí me molestara por cada taruguez con que sale la gente no llegaría a vieja — respondió, antes de ir por nuestras hamburguesas.

   Esa noche me sentí un poco culpable luego de volver de mi casa. Como casi todo el mundo, también he sido racista, y como casi todo el mundo en la actualidad, he intentado no serlo en público. La Do era hermosa; sin embargo, jamás me atrevería a pedirle a otra mulata de bellos ojos, que no fuese mi amiga, que se haga una foto conmigo, o decirle a una negra de ojos claros que esos eran ojos de blanco. Recordé entonces todas las veces en que posiblemente había sido racista: desde las befas en el estadio hacia los jugadores del Barcelona o de la Selección, hasta las veces en que me hice a un lado cuando veía a un esmeraldeño o del Chota viniendo en frente mío. También cuando venía la casera india a ofrecerme choclos o verduras, el venezolano con sus arepas o el montuvio perdido en la montaña de la Sierra.

   — ¿Por qué las cosas no terminaron bien con la Marta? —me atreví a preguntar por chat al día siguiente al Daniel.

   —La Marta estaba loca —me escribió—. Empezó a chantarse perica. Al inicio pensé que era algún performance de teatro que hacía en el patio de la facultad, hasta que una amiga me dijo que en realidad estaba volada.

   Prosiguió entonces diciéndome que la Marta empezó a consumir por un novio suizo que conoció en la Mitad del Mundo, que empezó a salir con ella y hasta ofreció llevarla consigo a Japón. De repente, en una ocasión le encargó un paquete de coca y nunca más supo sobre él. Qué trató de deshacerse del paquete, pero que un día el deseo le ganó. Se terminó el paquete y luego quiso más. Un día, envalentonada por la grifa, se vaciló a un profe de la facu que siempre le gustó, pero luego se hizo el loco y empezó a tratarla mal en público. Luego se vaciló a mi pana, quien por una operación de testículos que se hizo de guambra, muchas veces tiene problemas de erección, que ella no supo notar y pensó era por un rechazo racista.

   — ¿Volviste a verla?

   —Sí, un día se asomó por La Zona, estaba descalza y solo se cubría con una cobija.

   —¿Sabes qué le pasaría después?

   —Supe que se rehabilitó, pues volvió a publicar en sus redes. Un día le quise saludar, pero me mandó a la verga. Me dijo que no necesitaba la lástima de nadie —concluyó el Daniel por chat.

.....

   Nunca he preguntado abiertamente a la Do qué opina del racismo. Supongo no es necesario; quizás a veces soy más racista en realidad al pretender que algo debería hacerse. Hay quienes dicen que es menos inclusivo quien insiste en señalar al otro como el sujeto que debe incluirse, que aquel que en realidad simplemente sabe leer el corazón humano.