-Despierta, me decía esa voz lejana; -despierta.
Tenía dificultad para recordar el día anterior; por más que lo intentaba sólo habían pedazos y fragmentos de lugares, de cosas y de personas. Lo único que sentía con absoluta certeza era un malestar extendido por todo el cuerpo.
Levantarme a caminar no fue sencillo. Todo estaba bien, me habría quedado a morir en ese lugar sin protestar, de no haber sido por el terrible sol cuyo rayos me abducían como tentáculos de pulpo gigante. Ya no podía dormir; sentía un fuerte dolor de cabeza. Sin embargo tenía que continuar.
Hacía mucho que no escuchaba música en ese sitio, y cada vez que una leve tonada llegaba hasta mis oídos, la jaqueca la distorsionaba hasta el horror. Habían pasado las horas y tenía sed: mi boca, garganta y lengua estaban resecos. En ese no lugar, el agua parecía parte de otro sueño.
Mi cabeza estaba por estallar. Deseaba echarme y rodar, pero el asfalto hervía. Unas luces anaranajadas que parecían arañas luminosas se veían desde lejos, mientras unos perros rabiosos desahogaban sus ansias de violencia.
-Mierda, no quiero morir así- susurré. Hacía tiempo que los perros eran los vigilantes de mis pesadillas. -Ojalá me trague la obscuridad, no quiero morir entre sus fauces.
Decidí correr, hasta que la última araña de luz anaranjada desapareciera de mi vista. El dolor continuaba, y deseaba echarme a rodar, pero el asfalto hervía. De reperente, una alfombra de arena se volvió el lecho más comfortante. Mi boca, garganta y lengua seguían resecos. No había nada; no había nadie.
-Despierta- volvió a decir la voz.
-¿Quién chucha eres? grité. Fue inútil.
Sigo con sed. Sigo con la angustia de que los perros me encuentren. El asfalto sigue hirviendo. Soy fugitivo. Sigo sin encontrar el camino a casa.
Tenía dificultad para recordar el día anterior; por más que lo intentaba sólo habían pedazos y fragmentos de lugares, de cosas y de personas. Lo único que sentía con absoluta certeza era un malestar extendido por todo el cuerpo.
Levantarme a caminar no fue sencillo. Todo estaba bien, me habría quedado a morir en ese lugar sin protestar, de no haber sido por el terrible sol cuyo rayos me abducían como tentáculos de pulpo gigante. Ya no podía dormir; sentía un fuerte dolor de cabeza. Sin embargo tenía que continuar.
Hacía mucho que no escuchaba música en ese sitio, y cada vez que una leve tonada llegaba hasta mis oídos, la jaqueca la distorsionaba hasta el horror. Habían pasado las horas y tenía sed: mi boca, garganta y lengua estaban resecos. En ese no lugar, el agua parecía parte de otro sueño.
Mi cabeza estaba por estallar. Deseaba echarme y rodar, pero el asfalto hervía. Unas luces anaranajadas que parecían arañas luminosas se veían desde lejos, mientras unos perros rabiosos desahogaban sus ansias de violencia.
-Mierda, no quiero morir así- susurré. Hacía tiempo que los perros eran los vigilantes de mis pesadillas. -Ojalá me trague la obscuridad, no quiero morir entre sus fauces.
Decidí correr, hasta que la última araña de luz anaranjada desapareciera de mi vista. El dolor continuaba, y deseaba echarme a rodar, pero el asfalto hervía. De reperente, una alfombra de arena se volvió el lecho más comfortante. Mi boca, garganta y lengua seguían resecos. No había nada; no había nadie.
-Despierta- volvió a decir la voz.
-¿Quién chucha eres? grité. Fue inútil.
Sigo con sed. Sigo con la angustia de que los perros me encuentren. El asfalto sigue hirviendo. Soy fugitivo. Sigo sin encontrar el camino a casa.
1 comentario:
Me encantan los cuentos asi.. misteriosos e inconclusos..
Saludos.. :)..
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