miércoles, 25 de enero de 2012

Ucronía

Es miércoles por la mañana y me siento en paz. Una hoja ha caído sobre el libro de texto que leía, mientras esperaba a mis estudiantes junto a la antena parabólica. Nadie quiso subir, salvo a hacerse fotografías para colgarlas luego al facebook. Una voz me dice que baje por favor, que el recorrido está por salir. Le respondo que no se moleste, que puedo regresar por mi cuenta. El frío acero de los soportes, que a diario emiten y receptan señales que el cerebro humano de algún televidente decodificará para sentir si es basura o algo esencial, me sienta bien. El óxido que devora el blanco no tiene demasiada importancia. Me iré pronto. Otra voz me pide amablemente que por favor me aleje, que podría caer.

Son las tres de la tarde y un rayo de sol ha penetrado por mi ventana. Me fastidia la luz; durante el camino de regreso, me dormí soñando que rodaba la misma película que hace un mes atrás. He soñado varias veces con lo mismo. No sé a que se deba. Freud decía que mientras soñamos nuestros deseos subconscientes afloraban; en lo personal creo que el sueño, como la vigilia, son seres caprichosos que hacen y deshacen según les da la gana. Ahora mismo intento leer otro texto, pero mi gata insiste en recostarse sobre el libro. Escuché que alguien rompió su reloj el día en que Albert Einstein descubrió la Teoría de la Relatividad; hace mucho que rompí el último reloj que alguien me regaló. Por cierto, nunca me compré un solo reloj en toda mi vida; a veces me pregunto sí la humanidad tendría la misma noción de los días si es que a alguien se le ocurriese eliminar los calendarios o borrar los días de la semana. La humanidad, probablemente no tardaría en enloquecer. Pero eso no importa ahora. Me siento en paz. El aire se vuelve tenue y dulce.

Es miércoles, por la noche, y ya no siento nada.

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