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A veces, cuando miraba a la montaña, solía pensar que detrás de ella se encontraba el mar. Con el tiempo, alguien me dijo que detrás de la montaña sólo habían más montañas.
-¿y algún día podrás llegar al mar? -solía preguntar a quien me lo decía.
Nunca nadie se aventuró a decirme la respuesta; era obvio; nunca ninguno de ellos había subido a la montaña. Un día, decidí experimentar.
No hay nada como mirar la ciudad hacerse más y más pequeña. Es como si se convirtiera en un hormiguero; es como si los pájaros se convirtieran en enormes dinosaurios, capaces de tragársela entera. Es como si el cielo aguardara con un viento suave y dulce, que se traduce en silencio. A veces el silencio es necesario para volver a entender el ruido.
Por más que sigas, la cima aguarda. Se ve tan chica, pero es tan grande en realidad.
-Corre -dice una voz lejana. -corre, no importa, es mentira que el oxigeno se agotará, no hay nadie persiguiendote, corre.
Los pajonales y la arena son los únicos testigos de esta gesta heroica; no hay aplausos ni hurras, solo el suave sonido del viento y la neblina que empieza a descender. De pronto, en medio de la obscuridad tropiezas y empiezas a resbalar. No has perdido el equilibrio, ni estás alucinando por la soledad. No es nieve tampoco; es por fin el mar.
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