viernes, 15 de enero de 2016

Si no me llamas, entenderé

Nunca me habían terminado. Nunca supe qué era tener que salir a buscar a alguien. Siempre fui como un galán de barrio. Mucho más que eso: era un rockstar. No con el lujo y el confort de Hollywood, pero sí con el placer de salir con varias mujeres, de respirar su perfume, su sudor, de refrescarme de vez en cuando en unos labios distintos mientras la cerveza lubricaba mis pensamientos. Era el cantante de un grupo modesto llamada Bruma; desde que llegué a la banda la vida cambió para todos. Ellos ganaron un cantante, y yo varios escenarios. Ellos se alimentaron de la música de mi alma, que hoy siento destrozada.
Durante el colegio solía masturbarme mientras alucinaba con llegar a ser la portada de varios discos, así como los Barón Rojo o los Ángeles del Infierno, mientras mi compañera del colegio y posterior madre de mi hijo, Paola, dibujaba corazones con mi nombre en su cuaderno. Para pesar de mis adversarios, quienes seguro soñaban nada más con pasear durante un feriado, llegué a aparecer en los periódicos, y no en las crónicas policiales como hubiesen querido. No sólo llegué a calar hondo en los corazones de varias personas que jamás conoceré, sino que me alimenté de los corazones de varias mujeres, a quienes jamás volveré a conocer porque sólo tomé de ellas lo que quise, incluida Paola, mi única compañera luego del fervor de la música.
La fama me revistió de una nueva luz y todas mis alucinaciones adolescentes se hicieron realidad. Con cada piel, con cada sabor de labios había un pacto tácito de irresponsabilidad ulterior, excepto para Juliana, cuya ardiente piel era una hoguera hacia donde volver en cada invierno mientras el sol de la Paola iluminara mis días. Y la vida transcurrió, el invierno y el verano, mientras vivía cada estación entre el éxtasis y la rebeldía. Y la vida no podía ser más perfecta, hasta ese día en que las suspicacias de Paola habían rebasado nuestra copa de vino, que mientras suponíamos añejo, se había vuelto más amargo.
Pese al fin de mis veranos, la ardiente piel de Juliana jamás dejó de abrazarme. Pero mi alma, que era como la naturaleza misma, debía continuar con su ciclo. Después de todo el invierno no puede ser el verano a la vez. Necesitaba mi primavera. Entonces llegó Anabel. Como una flor entre la mugre de los bares. Como una gota de rocío entre el sudor. Y la amé y me amó, y la amó aún, pero el frío no cesaba en algún lugar de mi piel y Paola era el leño.
Me gustaría tenerlo todo en la vida. Supongo que quienes sueñan con el paseo de feriado lo desean también. La diferencia es que son unos taimados, que no se atreverán jamás. He vestido en muchas pieles y he retozado entre varias sábanas; me he empapado de varios mares y cascadas. A veces quisiera tenerlas a las tres, A Paola, Juliana y Anabel. No sé vivir solo. Jamás salí de casa. Nunce le rogué a nadie, siempre fui yo quien las terminaba, siempre era a mí a quien venían a buscar. Aún me excito con la ardiente piel de Juliana, pero no sé por qué no la puedo amar. He pensado en volver a buscar a Paola; al menos siempre volveré a verla por Félix, nuestro hijo. Alguna vez alguien insinuó que en realidad soy una persona insegura. Qué equivocados están. No soy inseguro, sólo estoy cansado. Oh, Anabel, si no me llamas entenderé.