lunes, 5 de diciembre de 2011

Casino beat

Lo último que recuerdo de esa tarde es haber dicho que no.

El sitio, al que llamaban "Casino beat", pero que de casino sólo tenía el azar de los extraños que se encontraban, era una sucia covacha con cuatro mesas de madera por lado, un viejo monitor Panasonic que servía de karaoke, y una destartalada refri que servía de bodega para la embriaguez. Eso sí, la música era excepcional: desde Ilegales hasta Sepultura, atravesando Metallica, Soda Stéreo, una que otra de Vilma Palma e Vampiros y alguna más de Enanos Verdes.

Una palabra, cuya enunciación ya no recuerdo, fue la mecha que encendió la pólvora. De inmediato, el obscuro lugar, cuyos muros parecían recubiertos de rostros humanos, se vio iluminado por un destello al que inmediatamente siguió la música de los golpes y las pinceladas de la sangre. La música paró. Ni siquiera recuerdo quien dio el primer kiño; sólo sentí de inmediato que el alcohol, el fervor y la sangre elaboraban un coctel en mi cabeza.

Esa noche sentí que debía volver a mi animalidad. Lo último que recuerdo de esa tarde es haber dicho que no.







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